CAMINO DE PERFECCIÓN

INTRODUCCIÓN

El camino de Perfección es un libro admirable. Aparentemente es un camino espiritual para creyentes en solitario, y resulta ser un manual para comunidades cristianas.

CAPITULO 1

De la causa que me movió a hacer con tanta estrechura este monasterio y en qué han de aprovechar las hermanas de él y cómo se han de descuidar de las necesidades  corporales, y del bien de la pobreza.

Al principio que se comenzó este monasterio a fundar (por las causas que ya en el libro que dije tengo escritas, con algunas de las grandezas de Dios, en que dio a entender se había mucho de servir en esta casa), no era mi intención hubiese tanta aspereza en lo exterior ni que fuese sin renta, antes quisiera hubiera posibilidades para que no faltara nada; en fin, como flaca y ruin, aunque más intentos buenos llevaba en esto que mi regalo.

Venida a saber los daños de Francia de estos luteranos y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta, fatígueme mucho, y, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Paréceme que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que veía perder. Y, como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en nada en el servicio del Señor, que toda mi ansia era, y aún es, que, pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiaba yo en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por él se determina y dejarlo todo; y que, siendo tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre virtudes no tendrían fuerza mis faltas y podría yo contentar al Señor en algo, para que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha hecho tanto bien, que parece le querrían tornar ahora a la cruz estos traidores y que no hubiese adonde reclinar la cabeza.

¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre ha de ser de ellos los que más os fatiguen? A los que mejores obras hacéis, los que más os deben, a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos. ¿no están hartos, Señor de mi alma, de los tormentos que os dieron los judíos?

Por cierto, Señor, no hace nada quien se aparta del mundo ahora. Pues a vos os tienen tan poca ley, ¿qué esperamos nosotros?; ¿por ventura merecemos mejor nos tengan ley?; ¿por ventura hémosle hecho mejores obras para que nos guarden amistad los cristianos?; ¿qué es esto?; ¿qué esperamos ya los que por la bondad del Señor estamos sin aquella roña pestilencial? Que ya aquéllos son del demonio. ¡Buen castigo han ganado por sus manos y bien han granjeado con sus deleites fuego eterno! ¡Allá se lo hayan!, aunque no se me deja de quebrar el corazón ver tantas almas como se pierden, mas del mal no tanto. Querría no ver perder más cada día.

¡Oh hermanas mías en Cristo!, ayudádmele a suplicar esto; para esto os juntó aquí el Señor, éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones; no, hermanas mías, por negocios acá del mundo; que yo me río y aun me congojo de las cosas que aquí nos vienen  a encargar, hasta que roguemos a Dios por negocios y pleitos por dineros, a los que querría yo suplicasen a Dios los repisasen todos. Ellos buena intención tienen, y allá lo encomiendo a Dios por decir verdad, mas tengo yo para mí que nunca me oye.

Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios y quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia.

Por cierto que, si no es por corresponder a la flaqueza humana, que se consuelan en que las ayuden en todo, que holgaría se entendiese que no son éstas las cosas que han de suplicar a Dios en San José.

CAPITULO 2

Que trata de cómo se han de descuidar de las necesidades corporales, y del bien de la

Pobreza.

Y no penséis, hermanas mías, que por eso os ha de faltar de comer, yo os aseguro. Jamás por artificios humanos pretendáis sustentaros, que moriréis de hambre, y con razón. Los ojos en vuestro Esposo; él os ha de sustentar; contento él, aunque no quieran, os darán de comer los menos vuestros devotos, como lo habéis visto por experiencia. Si haciendo vosotras esto muriereis de hambre, ¡bienaventuradas las monjas de San José! Aquí os digo yo serán aceptas vuestras oraciones, y haremos algo de lo que pretendemos. Esto no se os olvide, hijas mías, por amor del Señor; pues dejáis la renta, dejad el cuidado de la comida; si no, todo va perdido. Los que quiere el Señor que la tengan, tengan enhorabuena esos cuidados, que es mucha razón, que es su llamamiento; mas vosotras, hermanas, es disparate.

Cuidado de rentas ajenas, me parece a mí que sería estar pensando en lo que los otros gozan; sí que por vuestro cuidado no muda el otro su pensamiento, ni se le pone deseo de dar limosna. Dejad ese cuidado al que los puede mover a todos, al que el Señor de las rentas y de los renteros. Por su mandamiento venimos aquí; verdaderas son sus palabras, no pueden faltar; antes faltarán los cielos y la tierra (Lc 21,33). No le faltéis vosotras, y no hayáis miedo que falte; y, si alguna vez faltare, será para mayor bien, como faltaban las vidas a los santos y les cortaban las cabezas, y era para darlos más y hacerlos mártires. Buen truco sería acabar con todo y gozar de la hartura perdurable.

Mirad, hermanas, que va mucho en esto muerta yo, que para eso os lo dejo escrito; que con el favor de Dios, mientras viviere yo, os lo acordaré, que por experiencia veo la gran ganancia: cuando menos hay, más descuidada estoy; y sabe el Señor que –a todo mi parecer- que me da más pena cuando nos dan mucho que no cuando no hay nada; no sé si lo hace, como ya tengo visto, lo da luego el Señor. Sería engañar al mundo otra cosa; hacernos pobres y no lo ser de espíritu, sino en lo exterior. Conciencia se me haría. Paréceme er4a hurtar lo que nos daban, a manera de decir; porque era pedir limosna los ricos, y plega a Dios no sea así, que adonde hay estos cuidados demasiados, digo hubiese, de que den, una vez u otra se van por la costumbre (o podrían ir) y pedir lo que no han menester, por ventura, a quien tiene más necesidad; y aunque él no puede perder sino ganar, nosotras perderíamos. No plega a Dios, mis hijas; cuando esto hubiera de ser, más quisiera tuviereis renta.

En ninguna manera se ocupe en esto el pensamiento. Esto os pido yo, por amor de Dios, en limosna; y la más chiquita, cuando esto entendiese alguna vez en esta casa, clame a su Majestad y acuérdelo a la mayor; con humildad le diga que va errada; y valo tanto, que poco a poco se irá perdiendo la verdadera pobreza. Yo espero en el Señor no será así ni dejará a sus siervas; y para esto, pues me han mandado esto, aproveche este aviso de esta pecadorcilla de despertador.

Y crean, mis hijas, que para su bien me ha dado el Señor un poquito a entender en los bienes que hay de la pobreza de espíritu. Y vosotras, si advertís en ello, lo entenderéis, no tanto como yo; porque había sido loca de espíritu y no pobre, aunque había hecho la profesión de serlo. Ello es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí, y creo muchos de los de todas las virtudes. En esto no me afirmo, porque no sé el valor que tiene cada una, y lo que no me parece entiendo bien no lo diré; mas tengo para mí que abraza a muchas. Es un señorío grande; digo que es señorío de todos los bienes del mundo quien no se le da nada de ellos, y, si dijese que se enseñorea sobre todos los del mundo, no mentiré, ¿Qué se me da a mí de los reyes ni señores, si no quiero sus rentas ni de tenerlos contentos; si un tantito se atraviesa contentar más a Dios? Daremos con todos al traste, porque tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y que quien quiere honra no aborrece dineros y quien aborrece dineros que se le da poco de honra.

Entiéndase bien, que me parece que esto de honra siempre trae algún interesillo de tener rentas y dineros; porque por maravilla, o nunca, hay honrado en el mundo si es pobre, antes, aunque sea en sí honrado, le tienen en poco. La verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la sufra; la que es por sólo Dios, digo, no ha menester contentar a nadie sino a él; y es cosa muy cierta, en no habiendo menester a nadie, tener muchos amigos; yo lo tengo visto por experiencia.

Porque hay tanto escrito de esta virtud que no lo sabré yo entender, cuánto más decir, confieso que iba tan embebida, que no me he entendido hasta ahora la necedad que hacía en hablar en ello. Ahora que he advertido, callaré; mas, ya que está dicho, quédese por dicho si fuere bien. Y por amor del Señor, pues son nuestras armas la santa pobreza y lo que al principio de la orden tanto se estimaba y guardaba en nuestros santos padres (que me han dicho quien lo ha leído que aun de un día para otro no guardaban nada), ya que en tanta perfección no lo guardamos en lo exterior, que en lo interior procuremos tenerla. Dos horas son de vida, grandísimo el premio; y, cuando no hubiera ninguno sino cumplir lo que nos aconsejó Cristo, era grande la paga.

Estas armas han de tener nuestras banderas, que de todas maneras lo queramos guardar; en casa en vestidos, en palabras, y mucho más en el pensamiento. Y mientras esto hicieren, no hayan miedo caiga la religión de esta casa, con el favor de Dios; que, como decía santa Clara, grandes muros son los de la pobreza. De éstos, decía ella quería cercar su monasterio; y a buen seguro, si se guarda de verdad, que esté la honestidad y lo demás más fortalecido que con muy suntuosos edificios; de esto se guarden, por amor de Dios, y por su sangre se lo pido yo; y, si con conciencia puedo decir, que el día que tal quisiere se torne a caer, que las mate a todas, yendo con buena conciencia, lo digo y lo suplicaré a Dios.

Muy mal parece, hermanas mías, de la hacienda de los pobrecitos, que a muchos les falta, se hagan grandes casas. No lo permita Dios, sino pobrecita en todo y chica. Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tenía casa, sino en el portal de Belén fue su nacimiento. Los que las hacen, ellos lo sabrán; yo no lo condeno; son más; llevan otros intentos; mas trece pobrecitas, cualquier rincón les basta. Si por el mucho encerramiento tuvieren campo y ermitas para apartarse a orar, y porque esta miserable naturaleza nuestra ha menester algo, enhorabuena; mas edificios ni casa grande ni curioso, nada; ¡Dios nos libre! Siempre se acuerden se ha de caer todo el día del juicio; ¿qué sabemos si será presto?

Pues hacer mucho ruido al caerse el de doce pobrecillas no es bien, que los pobres nunca hacen ruido; los verdaderos pobres gente sin ruido ha de ser, para que los hayan lástima. Y ¡cómo se holgarán si ven alguno, por la limosna que les ha hecho, librarse del infierno!; que todo es posible, porque están muy obligadas a rogar por sus almas muy continuamente, pues las dan de comer, que también quiere el Señor, aunque él nos lo da, que le roguemos por los que nos lo dan por él; y de esto no haya descuido.

No sé lo que comencé a decir, que me he divertido, y creo que lo ha querido Dios, porque nunca pensé escribir esto. Su Majestad nos tenga siempre de su mano para que

no se caiga de ello-Amén

CAPITULO  3

Que prosigue en la misma materia

Tornando a lo principal para que el Señor nos juntó en esta casa y por lo que yo más deseo seamos algo para que contentemos a su Majestad, digo que, viendo yo ya tan grandes males, que fuerzas humanas no bastan a atajar este fuego (aunque se ha pretendido hacer gente, para si pudieran a fuerza de armas remediar tan gran mal y que va tan adelante), hame parecido que es menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra, y, viéndose el señor de ella perdido, se recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer,  y desde allí acaece algunas veces dar en los contrarios, y ser tales los que están en el castillo, como es gente escogida, que pueden más ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes, perdieron, y muchas veces se gana de esta manera victoria; al menos, aunque no se gane no los vencen; porque, como no hay traidores sino gente escogida, si no es por hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir sí, mas a quedar vencidos.

Mas, ¿para qué he dicho esto? Para que entendáis, hermanas mías, que lo que hemos de pedir a Dios es que en este castillito que hay ya de buenos cristianos no se levante ningún traidor, sino que los tenga Dios de sus manos; y a los capitanes de este castillo o ciudad los haga muy aventajados en el camino del Señor, que son los predicadores y teólogos; y, pues los más están en las religiones, que vayan muy adelante en su perfección y llamamiento, que es muy necesario; que ya ya, como tengo dicho, nos ha de valer el brazo eclesiástico y no el seglar. Y, pues para lo uno ni lo otro no valemos nada para ayudar a nuestro Rey, procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones para ayudar a estos siervos de Dios, que con tanto trabajo se han fortalecido con letras y buena vida y trabajos para ayudar ahora al Señor.

Podrá ser que os parezca que para qué encargo tanto esto digo hemos nosotras de ayudar a los que son mejores que nosotras. Yo os lo diré, porque aún no creo entendéis bien lo mucho que debéis a Dios en traeros adonde tan quitadas estáis de negocios y de ocasiones ni de tratos; es grandísima merced ésta; lo que no están los que digo, ni es bien que lo estén, en estos tiempos menos que en otros, porque han de ser los que esfuercen la gente y pongan ánimo a los pequeños. ¡Buenos quedarían los soldados sin capitanes! Han de vivir entre los hombres y tratar con los hombres y estar en los palacios y aun hacerse algunas veces con los de los palacios en lo exterior. ¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo y tratar negocios del mundo y hacerse, como he dicho, a la conversación del mundo y ser en lo interior extraños del mundo y enemigos del mundo y estar como quien está en destierro, y, en fin, ser no hombres sino ángeles? Porque a no ser esto así, ni merecen nombre de capitanes ni permita Dios salgan de sus celdas, que más daño harán que provecho; porque no es ahora tiempo de ver imperfecciones en los que han de enseñar

Y si en lo interior no están fortalecidos a entender lo que va en tenerlo todo debajo de los pies y estar desasiados de las cosas que se acaban y asidos a las eternas, por mucho que hagan, han de dar señal. Pues, ¿con quién lo han sino con el mundo? No haya miedo que se lo perdone, ni que cosa imperfecta la dejen de entender. Buenas, muchas se les pasarán por alto, y aun las juzgarán ser malas por ventura; mas mala o imperfecta, no hayan miedo. Ahora yo me espanto quién muestra a éstos la perfección, no para guardarla (que de esto ninguna obligación les parece tienen más que si no estuviesen obligados a contestar a Dios, harto harán si guardan razonablemente los mandamientos), sino para condenar a los que por ventura es virtud lo que ellos piensan es regalo. Así que no penséis, hijas, que es menester poco favor de Dios para esta gran batalla adonde se meten, sino grandísimo.

Para estas dos cosas os pido yo procuréis ser tales que merezcamos alcanzarlas de Dios: la una, que haya muchos, de los muy muchos letrados y religiosos que hay, que tengan las partes que son menester, como he dicho, para esto; y, que si no están muy dispuestos y les falta alguna, los disponga el Señor, que más hará uno perfecto que muchos imperfectos. Y la otra, que después de puestos en esta pelea, que, como digo, no es pequeña batalla, sino grandísima, los tenga de su mano para que sepan librarse de los peligros y atapar los oídos en este peligroso mar del canto de las sirenas. Y si en esto podemos algo con Dios, estando encerradas peleamos por él, y daré yo por muy bien empleados los grandes trabajos que he pasado por hacer este rincón, adonde también pretendí se guardase esta Regla de nuestra Señora como se principió.

No os parezca inútil siempre esta petición, porque hay algunas personas que les parece recia cosa no rezar mucho por su alma, y ¿qué mejor oración que ésta? Si os parece es menester para descontar la pena que por los pecados se ha de tener en purgatorio, también se descuenta en oración tan justa; y lo que falta, falte. Y ¿qué va en que esté yo hasta el fin del juicio en el purgatorio, si por mi oración se salva sola un alma? ¡Cuánto más el provecho de muchas y la honra de Dios! Penas que se acaban no hagáis caso de ellas cuando interviniere algún servicio mayor al que tantas pasó por nosotros; siempre os informad lo que es más perfecto; pues, como os rogaré mucho (y dado habéis de tener)  y os daré las causas, siempre habéis de tratar con letrados.

Lo que ahora os pido que pidáis a Dios (y yo, aunque miserable, lo pido a su Majestad con vosotras) es que en lo que he dicho nos oiga, pues es para gloria suya y bien de su Iglesia, que aquí van mis deseos

CAPITULO 4

Que trata de tres cosas muy importantes para la vida espiritual.

Parece atrevimiento pensar yo he de ser alguna parte para alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en estas siervas vuestras que aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la pretenden, sino contentaros. Por vos han dejado lo poco que tenían, y quisieran tener más para serviros con ello. Pues no sois vos, Criador mío, desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos por nuestras culpas. ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habéis de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos fuertes, aunque sean de mujeres.

Cuando os pidiéremos honras, no nos oigáis, Señor mío, o dineros, o cosa que sepa a mundo; mas para honra de vuestro Hijo. ¿por qué no habéis de oír, Padre eterno, a quien perdería mil horas y mil vidas por vos? No por nosotras. Señor, que no merecemos nada, sino por la sangre de vuestro Hijo y sus méritos.

¡Oh Padre eterno! No son de olvidar tantos azotes e injurias y tan gravísimos tormentos. Pues, Criador mío, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras, que lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo y por más contentaros a vos (que mandasteis nos amase) sea tenido en tan poco como hoy día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento que le quitan sus posadas y le deshacen las iglesias? ¡Si le faltara algo por hacer para contentaros! Mas todo lo hizo cumplido. ¿No bastaba, Padre mío, que no tuvo casa ni adonde reclinar la cabeza mientras vivió (Mc 7,37), y siempre en tantos trabajos, sino que ahora las que tenía para convidar a sus amigos (por vernos flacos y saber que es menester los que han de trabajar se sustenten de tal manjar) se las quiten? ¿Ya no había pagado por el pecado de Adán bastantísimamente Señor? ¿Siempre que tornamos a pecar lo ha de pagar este mansísimo Cordero? ¡No lo permitáis, Emperador mío! ¡Aplaquese ya vuestra Majestad! ¡No miréis a los pecados nuestros, sino a que nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los méritos suyos y de vuestra Madre y de tantos santos mártires como han muerto por vos!

¡Ay dolor de mí, Señor, y quién se ha atrevido a hacer esta petición en nombre de todas! ¡Qué mala tercera pusisteis, hijas mías, para ser oídas y para que echase la petición por vosotras! ¡Si ha de indignar más a este soberano juez verla tan atrevida, y con mucha razón y justicia! Mas mirad, Emperador mío, que ya sois Dios de misericordia; habedla de esta pecadorcilla, gusanillo que así se os atreve. Mirad, mi Señor, mis deseos y las lágrimas con que esto os suplico, y olvidad mis obras, por quien vos sois, y habed lástima de tantas almas como se pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya mas daños en la cristiandad, Señor; dad luz a estas tinieblas.

Pido yo, hermanas mías, a todas por amor de Dios, encomendéis a su Majestad esta pobrecita  atrevida, que la dé humildad. Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí fuisteis juntas, y no permita el Señor esto se quite de vuestra memoria jamás, por quien su Majestad es.,. .  .

Y créanme hermanas, aunque les parezca extremo, que en este extremo está gran perfección y gran paz, y se quitan muchas ocasiones a las que no están tan fuertes; sino que, si la voluntad se inclinare más a una que a otra (que esto no podrá ser menos, que es natural y muchas veces nos lleva éste a amar lo más ruin si tiene más gracias de naturaleza), que nos vamos mucho a la mano a no nos dejar enseñorear de aquella afición. Amemos las virtudes y lo bueno interior, y siempre con estudio traigamos cuidado de apartarnos de hacer caso de esto exterior.

No consintamos sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre; miren que, sin entenderse, se hallarán asidas, que no se puedan valer. ¡Oh!, las niñerías que vienen de aquí, no creo tienen cuento. Y, porque no se entiendan tantas flaquezas de mujeres y no deprendan las que no lo saben, no las quiero decir por menudo. Mas, cierto, a mí me espantaban algunas veces verlas, que yo, por la bondad de Dios, en este caso jamás me así mucho, y por ventura sería porque lo estaba en otras cosas peores; mas, como digo, vilo muchas veces, y en los más monasterios temo que pasa, porque en algunos lo he visto y sé que para mucha religión y perfección es malísima cosa en todas; en la prelada sería pestilencia; esto ya se está dicho.

Más en quitar estotras parcialidades, es menester tener cuidado desde el principio que lo entienda; y esto más con industria y amor que no con rigor. Para remedio de esto es gran cosa no estar juntas ni hablarse sino las horas señaladas conforme a la costumbre que ahora llevamos (que es todas juntas) y a nuestra Constitución, que manda estar cada religioso apartado en su celda. Líbrense en San José de tener casa de labor para estar juntas, porque, aunque es loable costumbre, con más facilidad se guarda el silencio cada una por sí, y, acostumbrándose a ello, es gran cosa la soledad, y grandísimo bien acostumbrarse a ella para personas de oración; y, pues éste ha de ser el cimiento de esta casa y a esto nos juntamos, más que ninguna otra cosa hemos de traer estudio en aficionarnos a lo que a esto no aprovecha.

Tornando al amarnos  unas a otras, parece cosa impertinente encomendarlo; porque ¿qué gente hay tan bruta que, tratando siempre y estando en compañía, y no habiendo de tener otras conversaciones ni otros tratos ni otras recreaciones con personas de fuera de casa, y creyendo las ama Dios y ellas a él (pues por su Majestad lo dejan todo) que no cobre amor? En especial que la virtud siempre convida a ser amada; y ésta, con el favor de Dios, espero yo en su Majestad que siempre la habrá en las de esta casa. Así que en esto no hay que encomendar mucho, a mi parecer.

En cómo ha de ser este amarse y qué cosa es amor virtuoso (el que yo deseo haya aquí) y en qué veremos tenemos esta grandísima virtud (que bien grande es, pues nuestro Maestro y Señor Cristo tanto nos la encomendó y encomendó tan encargadamente a sus apóstoles Jn 13,34) esto querría yo ahora decir un poquito conforme a mi rudeza. Si en otros libros tan menudamente lo hallareis escrito, no toméis nada de mí, que por ventura no sé lo que me digo si el Señor no me da luz.

CAPITULO 5

De cómo para tan gran empresa es menester animarse a llevar toda perfección, y cómo es el medio la oración.

 Ya habéis visto la gran empresa que vais a ganar. Por el prelado y obispo (que es vuestro prelado) y por la orden, ya va dicho en lo dicho, pues todo es bien de la Iglesia, y eso cosa que es de obligación. Pues, como digo, quien tal empresa se ha atrevido a ganar, ¿qué tal habrá de ser para que en los ojos de Dios y del mundo no se tenga por muy atrevida? Está claro que ha de trabajar mucho, y ayuda harto tener altos pensamientos para que nos esforcemos a que lo sean las obras. Con que  procuremos guardar cumplidamente nuestra Regla y Constitución con gran cuidado, espero en el Señor admitirá nuestros ruegos. Que no os pido cosa nueva, hijas mías, sino que guardemos nuestra profesión, pues es nuestro llamamiento y somos obligadas, aunque de guardar a guardar va mucho.

Dice el principio de nuestra Regla que oremos sin cesar. Con que se haga esto con todo el cuidado que pudiéremos, que es lo más importante, no se dejará de cumplir los ayunos y disciplinas y silencio que manda la orden: porque ya sabéis que, para ser la oración verdadera, se ha de ayudar con esto: que oración y regalo no se compadece.

De esto de oración es lo que me habéis rogado diga aquí alguna cosa; y lo dicho hasta ahora, para en pago de lo que dijere, os pido yo cumpláis y leáis muchas veces de buena gana.

Antes que diga de lo interior, que es de la oración, diré algunas cosas que son necesarias tener las que pretenden tener oración, y tan necesarias, que, sin ser muy contemplativas, podrán estar muy adelante en el servicio del Señor; y es imposible, si éstas no tienen, ser muy contemplativas, y , cuando pensaren lo son, están muy engañadas. El Señor dé el favor para ello y me diga en todo lo que he de decir, porque sea para su gloria. Amén.

 CAPITULO 6

 De tres cosas que persuade. Declara la primera cosa, que es amor del prójimo, y lo que dañan amistades particulares.

 No penséis, amigas y hermanas mías, que serán muchas las cosas que os encargaré, porque plega al Señor hagamos las que nuestros padres ordenaron en la Regla y Constituciones cumplidamente, que son con todo cumplimiento de virtud.

Solas tres me extenderé en declararlas que son de la misma Constitución. Porque importa mucho entendamos lo muy mucho que nos va en guardarlas para tener la paz que tanto el Señor nos encomendó, interior y exteriormente: la una es   amor unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado; otra, verdadera humildad, que, aunque la digo a la postre, es la principal y las abraza todas.

Cuanto a la primera, que es amaros mucho, va muy mucho; porque no hay cosa enojosa que no se pase presto en los que se aman, y recia ha de ser cuando dé enojo. Y si este mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo a todos los otros sería gran ayuda de guardarse; mas, o más o menos, nunca acabamos de guardarle con perfección.

Parece que lo demasiado entre nosotras no puede ser malo, y trae tanto mal y tantas imperfecciones consigo, que no creo lo creerá sino quien ha sido testigo de vista. Aquí hace el demonio muchos enredos, que en conciencias que tratan groseramente de contentar a Dios se sienten poco y les parece virtud; y las que tratan de perfección lo entienden poco y les parece virtud; y las que tratan de perfección lo entienden mucho, porque poco a poco quita la fuerza a la voluntad para que del todo se emplee en amar a Dios.

Y en mujeres creo debe ser esto aún mas que en hombres, y hace otros daños para la comunidad muy notorios; porque de aquí viene el no amar tanto a todas, el sentir el agravio que se hace a aquélla, el desear tener para regalarla, el buscar tiempo para hablarla, y muchas veces más para decirle lo que la quiere que lo que ama a Dios. Porque estas amistades grandes nunca las ordena el demonio para que más sirvan al Señor, sino para comenzar bandos en las religiones; que, cuando es para ayudarse a servirle, luego se parece que no va la voluntad con pasión, sino con procurar ayuda para vencer otras pasiones.

Y de estas amistades querría yo muchas adonde hay gran convento. En San José (que no son más de trece, ni lo han de ser), ningunas. Todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar; y guárdense, por amor de Dios, de estas particularidades, por santas que sean, que aun entre hermanas en ello veo; y si son deudos, muy peor; es pestilencia.

 Y créanme hermanas, aunque les parezca extremo, que en este extremo está gran perfección y gran paz, y se quitan muchas ocasiones a las que no están tan fuertes; sino que, si la voluntad se inclinare más a una que a otra (que esto no podrá ser menos, que es natural y muchas veces nos lleva éste a amar lo más ruin si tiene más gracias de naturaleza), que nos vamos mucho a la mano a no nos dejar enseñorear de aquella afición. Amemos las virtudes y lo bueno interior, y siempre con estudio traigamos cuidado de apartarnos de hacer caso de esto exterior.

No consintamos sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre; miren que, sin entenderse, se hallarán asidas, que no se puedan valer. ¡Oh!, las niñerías que vienen de aquí, no creo tienen cuento. Y, porque no se entiendan tantas flaquezas de mujeres y no deprendan las que no lo saben, no las quiero decir por menudo. Mas, cierto, a mí me espantaban algunas veces verlas, que yo, por la bondad de Dios, en este caso jamás me así mucho, y por ventura sería porque lo estaba en otras cosas peores; mas, como digo, vilo muchas veces, y en los más monasterios temo que pasa, porque en algunos lo he visto y sé que para mucha religión y perfección es malísima cosa en todas; en la prelada sería pestilencia; esto ya se está dicho.

Más en quitar estotras parcialidades, es menester tener cuidado desde el principio que lo entienda; y esto más con industria y amor que no con rigor. Para remedio de esto es gran cosa no estar juntas ni hablarse sino las horas señaladas conforme a la costumbre que ahora llevamos (que es todas juntas) y a nuestra Constitución, que manda estar cada religioso apartado en su celda. Líbrense en San José de tener casa de labor para estar juntas, porque, aunque es loable costumbre, con más facilidad se guarda el silencio cada una por sí, y, acostumbrándose a ello, es gran cosa la soledad, y grandísimo bien acostumbrarse a ella para personas de oración; y, pues éste ha de ser el cimiento de esta casa y a esto nos juntamos, más que ninguna otra cosa hemos de traer estudio en aficionarnos a lo que a esto no aprovecha.

Tornando al amarnos  unas a otras, parece cosa impertinente encomendarlo; porque ¿qué gente hay tan bruta que, tratando siempre y estando en compañía, y no habiendo de tener otras conversaciones ni otros tratos ni otras recreaciones con personas de fuera de casa, y creyendo las ama Dios y ellas a él (pues por su Majestad lo dejan todo) que no cobre amor? En especial que la virtud siempre convida a ser amada; y ésta, con el favor de Dios, espero yo en su Majestad que siempre la habrá en las de esta casa. Así que en esto no hay que encomendar mucho, a mi parecer.

En cómo ha de ser este amarse y qué cosa es amor virtuoso (el que yo deseo haya aquí) y en qué veremos tenemos esta grandísima virtud (que bien grande es, pues nuestro Maestro y Señor Cristo tanto nos la encomendó y encomendó tan encargadamente a su apóstoles Jn 13,34) esto querría yo ahora decir un poquito conforme a mi rudeza. Si en otros libros tan menudamente lo hallareis escrito, no toméis nada de mí, que por ventura no sé lo que me digo si el Señor no me da luz.

CAPITULO 7

 Trata de dos diferencias de amor, y lo que importa conocer cuál es espiritual, y trata de los confesores.

De dos maneras de amor quiero yo ahora tratar; uno es puro espiritual, porque ninguna cosa parece le toca la sensualidad ni la ternura de nuestra naturaleza; otro es espiritual, y que junta con él nuestra sensualidad y flaqueza. Que esto es lo que hace al caso: estas dos maneras de amarnos sin que intervenga pasión ninguna, porque, en habiéndola, va todo desconcertado este concierto; y sin con templanza y discreción tratamos el amor que tengo dicho, va todo meritorio, porque lo que nos parece sensualidad se torna en virtud, sino que va tan entremetido, que a veces no hay quien lo entienda, en especial si es con algún confesor; que personas que tratan oración, si le ven santo y las entiende la manera de proceder, tómase mucho amor.

Y aquí da el demonio gran batería de escrúpulos que desasosiega el alma harto, que esto pretende él, en especial, si el confesor la trae a más perfección, apriétala tanto, que le viene a dejar. Y no la deja, con otro ni con otro, de atormentar aquella tentación. Lo que en esto pueden hacer es procurar no ocupar el pensamiento en si quieren o no quieren, sino si quisieren, quieran; porque, pues cobramos amor a quien nos hace algunos bienes al cuerpo, quien siempre procura y trabaja de hacerlos al alma, ¿por qué no le hemos de querer? Antes tengo por gran principio de aprovechar mucho tener amor al confesor si es santo y espiritual y veo que pone mucho en aprovechar mi alma; porque es tal nuestra flaqueza que algunas veces nos ayuda mucho para poner por obra cosas muy grandes en servicio de Dios. Si no es tal como he dicho, aquí está el peligro, y puede hacer grandísimo daño entender él que le tienen voluntad; y en casas muy encerradas mucho más que en otras.

Y porque con dificultad se entenderá cuál es tan bueno, es menester gran cuidado y aviso; porque decir que no entienda él que hay voluntad y que no se digan, esto sería lo mejor; mas aprieta el demonio de arte no da ese lugar, porque todo cuanto tuviere que confesar le parecerá es aquello, y que está obligada a confesarlo. Por esto querría yo que creyesen no es nada ni hiciesen caso de ello.

Lleven este aviso: si en el confesor entendieren que todas sus pláticas es para aprovechar su alma, y no lo vieren ni entendieren otra voluntad (que luego se entiende a quien no se quiere hacer boba), y le entendieren temeroso de Dios, por ninguna tentación que ellas tengan de mucha afección se fatiguen; que de que el demonio se canse se le quitará. Mas, si en el confesor entendieren va encaminando a alguna vanidad en lo que les dicen, todo lo tengan por sospechoso, y en ninguna manera, aunque sean pláticas de oración ni de Dios, las tengan con él sino con brevedad confesarse y concluir; y lo mejor sería decir a la madre no se halla su alma bien con él y mudarle (esto es lo más acertado si hay disposición, y espero en Dios sí habrá) y poner lo que pudiere en no tratar con él, aunque sienta la muerte.

Miren que va mucho en esto, que es cosa peligrosa y un infierno y daño para todas. Y digo que no aguarde a entender mucho mal, sino que muy al principio lo ataje por todas las vías que entendiere; con buena conciencia lo puede hacer. Mas espero yo en el Señor que no permitirá personas que han de tratar tanta oración puedan tener voluntad sino a quien mucha la tenga a Dios y sea muy virtuoso; que esto es muy cierto, o lo es que no tienen ellas oración; porque si la tienen y ven que no las entiende su lenguaje, y no le ven aficionado a hablar en Dios, no le podrán amar, porque no es su semejante; si lo es, con las poquísimas ocasiones que aquí habrá, o es grandísimo simple, o no querría desasosegarse y desasosegar a las siervas de Dios, adonde tan pocos contentos, o ninguno, podrán tener sus deseos.

Ya que he comenzado a hablar en esto, que, como digo es todo el mayor daño que el demonio puede hacer a monasterios tan encerrados y más tardío en entenderse, y así se va entregando la perfección sin entender cómo ni por dónde; porque si éste quiere dar lugar a sus vanidades por tenerle, lo hace todo poco aun para las otras. Dios nos libre, por quien su Majestad es, de cosas semejantes; a todas las hermanas basta a turbar, porque su conciencia les dice al contrario de lo que el confesor; y, si las aprietan que tengan uno solo, no saben qué hacer ni cómo se sosegar; porque quien les había de dar el sosiego y remedio es quien hace el daño. He visto en monasterios gran aflicción de esta parte (aunque no en el mío), que me han movido a gran piedad.

CAPITULO 8

Prosigue en tratar de los confesores y lo que importa que sean letrados, y da avisos para tratar con ellos.

No dé el Señor a probar a nadie este trabajo en esta casa (por quien él es) de verse alma y cuerpo apretadas. ¡Oh, que si la prelada está bien con el confesor!, que ni a él de ella, ni a ella de él no osan decir nada. Aquí viene la tentación de dejar de confesar pecados muy graves por miedo las cuitadas de no estar siempre en desasosiego. ¡Oh, válgame Dios, qué de almas debe coger por aquí el demonio, y qué caro les cuesta el negro apretamiento y honra! Que, porque no traten más de un confesor, piensan granjean gran cosa de religión y gran honra del monasterio; y ordena por esta vía el demonio coger sus almas, como no puede por otra. Si las tristes piden otro, luego va todo perdido el concierto de la religión. ¡Oh, que si no es de su orden!, aunque fuese un san Jerónimo, luego hacen afrenta de la orden toda.

Alabad mucho, hijas, a Dios por esta libertad que tenéis, que, aunque no ha de ser para con muchos podréis tratar con algunos, aunque no sean los ordinarios confesores, que os den luz para todo; y esto pido yo, por amor de Dios, a la que estuve por mayor procure siempre tratar con quien tenga letras, y que traten sus monjas. Dios las libre, por espíritu que uno les parezca tenga y en hecho de verdad le tenga, regirse en todo por él si no es letrado; mientras más mercedes el Señor las hiciere en la oración, más han menester ir bien fundadas sus devociones y sus obras todas.

Ya saben que la primera piedra ha de ser buena conciencia y librarse con todas sus fuerzas de pecados veniales y seguir lo más perfecto. Parecerles ha que esto cualquier confesor lo sabe. Pues engañanse mucho, que yo traté con uno que había oído todo el curso de teología, y me hizo harto daño en cosas que me hizo entender no eran malas; y sé que no pretendió engañarme (que no tenía éste para qué), sino que no supo más.

Y este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios y la perfección es todo nuestro bien; sobre esto asienta bien la oración; sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso. Así que gente de espíritu y de letras han menester tratar. Si el confesor no pudieren lo tenga todo, a tiempos procurar otros; y si por ventura las ponen precepto no se confiesen con otros, sin confesión traten su alma con personas semejantes a lo que digo. Y atrévome más a decir, que, aunque lo tenga todo el confesor, algunas veces hagan lo que digo; porque ya pueden ser él se engañe, y es bien no engañen todas por él; procurando no sea cosa contra obediencia (que medios hay para todo, y vale mucho un alma), para que no procure por todas maneras su bien, cuanto más las de muchas

Y esto todo  lo que he dicho toca a la que fuere prelada, y que procure, por amor de Dios, pues aquí no se pretende otra consolación sino la del alma, procure en esto no desconsolarlas, que hay diferentes caminos por donde lleva Dios, y no por fuerza los sabrá todos un confesor, que en esto siempre procure consolarlas con personas tales. No haya miedo les falten, si son las que han de ser, aunque sean pobres. Dios, como las mantiene y da de comer los cuerpos (que es menos necesario), les dará quien con mucha voluntad den luz a su alma, y remédiase este mal, que es el que yo temo, que queda ía más a esta casa, para que la ; que, cuando el demonio tentase al confesor en alguna vanidad, como sepa que tratan con otros, iráse a la mano; y quitada esta entrada del demonio, yo espero en Dios no habrá ninguna en esta casa.

Y así pido, por amor del Señor, al obispo que fuere, que deje a las hermanas esta libertad, y esté seguro, con el favor de Dios, tendrá buenas súbditas, que nunca las quite cuando las personas fueren tales que tengan letras y bondad (que luego se entiende en lugar tan chico), no las quite que algunas veces se confiesen con ellos y traten su oración, aunque haya confesores, que para muchas cosas, sé que conviene y que el daño que puede haber es ninguno en comparación del grande y disimulado y casi sin remedio, a manera de decir, que hay en lo contrario; que esto tienen los monasterios: que el bien cáese presto si con gran cuidado no se guarda; y el mal, si una vez comienza, es dificultosísimo de quitarse; que muy presto la costumbre se hace hábito y naturaleza de cosas imperfectas.

Y esto que aquí téngolo visto y entendido de muchos monasterios y tratado con personas avisadas y espirituales para ver cuál convenía más a esta casa, para que la perfección de ella fuese adelante; y entre los peligros (que en todo lo hay mientras vivimos), éste hallamos ser el menor; que nunca haya vicario que tenga mando de entrar y salir y mandar, ni confesor que mande, sino que éstos sean para celar la honestidad de la casa y recogimiento de ella, interior y exterior, para decir al prelado cuando no fuere tal, mas no que sea él superior; porque, como digo, hallóse grandes causas para ser esto lo mejor, miradas todas, y que un confesor confiese ordinario, que sea el mismo capellán, siendo tal; y que para las veces que hubiere necesidad en un alma, puedan confesarse con personas tales como quedan dichas, nombrándolas el mismo prelado o, si la madre fuere tal que el obispo que fuere fíe de ella, a su disposición; que, como son pocas, poco tiempo ocuparán a nadie. Esto  se determinó después de harta oración de muchas personas y mía, aunque miserable y entre personas de grandes letras y entendimiento y oración; y así espero en el Señor es lo más acertado.

Así le pareció al señor obispo que es ahora, llamado don Álvaro de Mendoza, persona muy aficionado a favorecer el bien de esta casa espiritual y aun temporal; que lo miró mucho, como quien desea el bien que hay en ella vaya muy adelante, y creo no le dejará Dios errar, pues estaba en su lugar y no pretende sino su mayor gloria. Paréceme que los prelados que vinieren después no querrían, con el favor del Señor, ir contra cosa que tan mirada está y tanto importa para muchas cosas.

CAPITULO 9

Prosigue en este modo de amor del prójimo

Mucho me he divertido; mas muy mucho importa lo que queda dicho si, por decirlo yo no pierde. Tornemos ahora al amor que es bien, hermanas mías, que nos tengamos, y es lícito, del que digo es todo espiritual. No sé si sé  lo que me digo; al menos paréceme no es menester mucho hablar en él, porque temo le tendrán pocas, y quien le tuviere alabe a Dios, y bien loado se está. Debe ser de grandísima perfección, y quizá nos aprovecharemos algo de él digamos algo.

Mas estotro es el que más hemos de usar; y, aunque digo que es algo sensual, no lo debe ser, sino que ni yo sé cuál es sensual ni cuál espiritual, ni sé cómo me pongo a hablar en ello. Es como quien oye hablar de lejos, que, aunque oye que hablan no entiende lo que hablan; así soy yo, que algunas veces no debo entender lo que digo, y quiere el Señor sea bien dicho; si otras fuere dislate, es lo más natural a mí no acertar en nada.

Paréceme ahora a mí que, cuando una persona ha llegádola  Dios a claro conocimiento de lo que es el mundo, y de qué cosa es mundo, y de que hay otro mundo, digamos, u otro reino, y la diferencia que hay de lo uno a lo otro, y que aquello es eterno y estotro es soñado, y qué cosa es amar al Criador o a la criatura, y qué se gana con lo uno y qué se pierde con lo otro, y qué cosa es Criador y qué cosa es criatura, y otras muchas cosas que el Señor enseña con verdad y claridad a quien su Majestad quiere, que aman muy diferentemente de los que nos hemos llegado aquí.

CAPITULO 10

De en lo mucho que se ha de tener ser amados de este amor.

Podrá ser, hermanas mías, que os parezca esto desatino mío y digáis que todas os sabéis esto. Plega al Señor que sea así que lo sepáis de la manera que ello se ha de saber, impreso en las entrañas, y que nunca un momento se os aparte de ellas; pues si esto sabéis veréis que no miento en decir que a quien llega aquí, tiene este amor.

Son estas personas que Dios las llega a este estado –a lo que a mí me parece- almas generosas, almas reales; no se contentan con amar cosa tan ruin como estos cuerpos, por hermosos que sean, por muchas gracias que tengan, bien que les place a la vista y alaban al que le crió; mas, para detenerse en ellos más de primer movimiento (de manera digo que por estas cosas los tengan amor), no. Parecerles hía que aman cosa sin tomo y que se ponen a querer sombra; correrse hían de sí mismos y no tendrían cara, sin gran afrenta suya, para decir a Dios que le aman.

Diréisme: esos tales no sabrán querer; ¿pues a qué se aficionan si no es a lo que ven? Mucho más quieren en éstos, y con más pasión y más verdadero amor y más provechoso amor; en fin, es amor, y esotras aficiones bajas le tienen hurtado el nombre.

Verdad es que lo que ven aman y a lo que oyen se aficionan; mas es a cosas que ven son estables. Luego éstos, si aman un amigo, pasan por los cuerpos (que, como digo, no se pueden detener en ellos), y pasan a las almas y miran si hay que amar; si no lo hay y ven algún principio o disposición para que, si cavan, hallarán oro en esta mina, si tienen amor, no les duele el trabajo; ninguna cosa se les pone delante que de buena gana no la harían para bien de aquel alma, porque la desean amar, y saben muy bien que, si no tienen bienes y ama mucho a Dios, que es imposible. Y digo que es imposible, aunque se muera por ellos y les haga todas las buenas obras que pueda y tenga todas las gracias de naturaleza juntas, no tendrá fuerza la voluntad, porque es voluntad ya sabia y tiene experiencia de lo que es ya todo; no la echarán dado falso. Ve que no son para en uno, y que es imposible cosa que dire amarse el uno al otro, y teme que se acabará el gozarse con la vida si el otro no le parece que va guardando la ley de Dios, y que irán a diferentes partes.

Y este amor que sólo acá dura, alma, a quien Dios ha infundido verdadera sabiduría, no le estima en más de lo que él vale, ni en tanto; porque, para los que gustan de gustar cosas del mundo, o en gustos de deleites, o de honras o de riquezas, algo valdrá si es rico y tiene partes para dar pasatiempos o contentos, o recreaciones; mas quien esto tiene ya debajo de los pies, poco se le da de ello. Ahora pues, aquí, si tiene amor, es la pasión del amor para hacer esta alma para ser amada; porque, como digo, si no lo es, sabe que la ha de dejar. Es amor muy a su costa; no deja de poner nada por que se aproveche de cuanto es en sí; perdería mil vidas por un pequeño bien suyo.

CAPITULO 11

Prosigue en la misma materia dando algunos avisos para venir a ganar este amor.

Es cosa extraña qué apasionado amor es éste, qué de lágrimas cuesta, qué de penitencias, qué de oración, qué encomendar a todos los que piensa ha de aprovechar; un cuidado ordinario, un no traer contento. Pues si ve el alma de este que ama va mejorando y torna algo atrás, no parece que ha de tener placer en su vida; ni come, ni duerme sino con este cuidado, siempre temerosa si alma que tanto quiere se ha de perder, si se han de apartar para siempre; que la muerte de acá no la tiene en dos maravedís, que no quiere asirse a cosa que en un soplo se va de entre las manos sin poder asirla.

Es amor sin poco ni mucho de interés; todo su interés está en ver rica aquel alma de bienes del cielo; en fin, es amor que va pareciendo al que nos tuvo Cristo; merece nombre de amor, no estos amorcitos desastrados, baladíes de por acá (aunque no digo en los malos), que éstos Dios nos libre.

En cosa que es infierno no hay que nos cansar en decir mal, que no se puede encarecer el menor mal de él. Éste no hay para qué tomarle nosotras, hermanas, en la boca, cuanto más en el pensamiento, ni pensar le hay en el mundo, ni en burla ni en veras oír ni consentir que delante de vosotras se cuenten semejantes voluntades (para ninguna cosa aprovecha, ni hay para qué, y podría dañar), sino de estotros lícitos que acá nos tenemos unas a otras, o se tienen los deudos o amigos. Todo se va a no se nos muera; si les duele la cabeza, parece les duele el alma; si los ven con trabajos, no les queda paciencia; todo de esta manera.

Estotro amor que digo no es así. Aunque con la flaqueza natural se sienta algo de presto, luego va la razón a ver si es bien para aquel alma, si se enriquece más en virtud, cómo lo lleva, el rogar a Dios le dé paciencia y merezca en aquello. Si ve que la tiene y es así, ninguna pena le da, antes se alegra y consuela; bien que lo pasaría de mejor gana que vérselo pasar, si el mérito y bien que queda pudiesen todo dárselo, mas no para que se inquieten ni se maten.

Torno a decir que es amor sin interés como nos le tuvo Cristo, y así aprovechan tanto los que llegan a este estado; porque no querrían ellos sino abarcar todos los trabajos y que estotros se aprovechasen holgando de ellos. Así aprovechan tanto a los que tienen su amistad, porque, aunque no lo hagan, se ve que querrían más enseñar por obras que por palabras. Digo no lo hagan si son cosas que no pueden, mas en lo que pueden siempre querrían estar trabajando y ganando para los que aman; no les sufre el corazón tratarlos doblez ni verles falta si piensan les ha de aprovechar, y aun hartas veces no se les acuerda de esto (con el deseo que tienen de verlos muy ricos) que no se lo digan. ¡Qué rodeos traen para esto! Con andar descuidados de todo el mundo y no teniendo cuenta si sirven a Dios o no, porque sólo consigo mismos la traen; con sus amigos no hay encubrírseles  cosa; las motitas ven.

¡Oh dichosas almas que son amadas de los tales! ¡Dichoso el día en que los conocieron! ¡Oh Señor mío!, ¿no me haríais merced que hubiese muchos que así me amasen? Por cierto, Señor, de mejor gana lo procuraría que ser amada de todos los reyes y señores del mundo, y con razón; pues nos procuran, por cuantas vías pueden, hacer tales que señoreemos el mismo mundo y que nos estén sujetas todas las cosas de él.

Cuando algunas personas semejante conociereis, hermanas, con toda las diligencias que pudiere la madre procure trate con vosotras. Quered cuanto quisiereis a los tales. Pocos debe haber, mas no deja el Señor de querer se entienda cuando alguno hay que llegue a la perfección. Luego os dirán que no es menester, me basta tener a Dios. Buen medio es para tener a Dios tratar con sus amigos; siempre se saca gran ganancia, yo lo sé por experiencia; que después del Señor, si no estoy en el infierno, es por personas semejantes, que siempre fui muy aficionada me encomendasen a Dios, y así lo procuraba.

Ahora tornemos a lo que íbamos. Esta manera de amarnos unas a otras es la yo querría nos tuviésemos; mas a los principios no será posible. Tomemos en los medios este amor, que, aunque lleve algo de ternura, no dañará.

Como sea en general, es bueno y necesario algunas veces mostrar ternura en la voluntad, y aun tenerla, y sentir cualquier enfermedad o trabajo de la hermana, porque a veces acaece dar unas naderías pena a algunas personas que otras se reirían de ello. Y no se espanten; que el demonio, por ventura, puso allí todo su poder con más fuerza que para que vos sintieseis las penas y trabajos grandes; y holgarse con las hermanas en lo que ellas se huelgan, aunque no os holguéis, todo es caridad; porque, yendo con consideración, todo se tornará en amor perfecto. Y es así que, queriendo tratar del que no lo es tanto,  que no hallo camino en esta casa para que me parezca entre nosotras será bien tenerle, si por bien es, como digo, todo se ha de volver a su principio, que es el amor que queda dicho.

Pensé decir mucho de estotro, y venido a adelgazar no me parece se sufre aquí con el modo que llevamos, y por eso lo quiero dejar en lo dicho; que espero en Dios (aunque no sea con toda perfección) no habrá en esta casa disposición para que haya otra manera de amaros. Es muy bien unas se apiaden de las necesidades de las otras, aunque no con falta de discreción. Digo con falta en cosa que sea contra la obediencia que es contra lo que manda la prelada; aunque le parezca áspero y dentro en sí lo muestre, no lo dé a entender a nadie sino a la misma prelada, y con humildad, que harán mucho daño; y sepan entender cuáles cosas son las que han de sentir ver en sus hermanas, y siempre sientan mucho cualquiera falta. Y aquí es el amor sabérselas sufrir y no se espantar de ella, que así lo harán las otras las que yo tuviere y no las entiendo y deben ser muchas más y encomendarla mucho a Dios y procurar ella hacer en gran perfección la virtud contraria de la falta que ve en la hermana, y esforzarse a esto, para que, pues están juntas, no puede dejar de irse entendiendo mejor que con toda la represión y castigo que se le hiciese.

¡Oh, qué bueno y verdadero amor será el de la hermana que por aprovechar a todas, dejado su provecho, procurare ir muy adelante en todas las virtudes y guardase con gran perfección se Reglo! Mejor amistad será ésta que todas las ternuras que se pueden decir (que éstas no se usan en esta casa ni se han de usar), tal como <<mi vida>>, <<mi alma>>, ni otras cosas de éstas, que a las unas llaman uno y a las otras otro. Estas palabras regaladas déjenlas para con el Señor, pues tantas veces al día han de estar con él, y tan a solas algunas, que de todo se habrán menester aprovechar, pues su Majestad lo sufre, y muy usadas acá no enternecen tanto con el Señor; y sin eso, no hay para qué. Es muy de mujeres y no querría yo, mis hermanas, pareciesen en nada, sino varones fuertes; que, si ellas hacen lo que es en sí, el Señor las hará tan varoniles, que espanten a los hombres. ¡Y qué fácil es a su Majestad, pues nos hizo de nonada!

En procurar quitarlas de trabajo y tomarle cada una también se muestra el amor, como queda dicho, y en holgarse de su acrecentamiento de virtud como del suyo mismo, y en otras muchas cosas entenderán si tienen esta virtud, que es muy grande; porque en ella está toda la paz de unas con otras, que es tan necesaria para los monasterios; mas espero yo en el Señor la habrá siempre en éste, porque, a no la haber, sería cosa terrible sufrirse: pocas y mal avenidas, no lo permita Dios; mas o se ha de perder todo el bien que va principiado por mano el Señor, o no habrá tan gran mal.

Y si por dicha alguna palabrilla de presto se atravesare, remédiese luego; y si no, y vieren que va adelante, hagan grande oración; y en cualquier cosa de éstas que dure, o bando, o deseo de ser más, o puntillos (que parece se me hiela la sangre, como dicen, cuando escribo esto, porque veo es el principal mal de los monasterios), dense por perdidas. Sepan que han echado al Señor de casa. Clamen a su Majestad. Procuren remedio; porque, si no le pone confesar y comulgar tan a menudo teman que hay algún Judas.

Mire mucho la prelada, por amor de Dios, en atajar presto esto, y cuando no bastare con amor, sean graves castigos; si una lo alborota, procuren se vaya a otro monasterio, que Dios las remediará con qué la doten. Echen de sí esta pestilencia; corten como pudieren las ramas; y si no bastare, arranquen la raíz; y cuando no pudieren más, no salga de una cárcel quien de esto tratare; mucho más vale que no pegar a todas tan incurable pestilencia.

¡Oh, que es gran mal! Dios nos libre de monasterios adonde entra!; cierto, yo más querría que entrase un fuego que las abrasase todas.

Porque en otra parte trataré aún otra vez de esto, no digo aquí más, sino que quiero más que se quieran y amen tiernamente  y con regalo (aunque no sea tan perfecto como el amor que queda dicho, como sea en general) que no que haya un punto de discordia. No lo permita el Señor por quien su Majestad es Amén.

CAPITULO 12

Comienza a tratar el gran bien que es procurar desasirse de todo interior y exteriormente.

Ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo si va con perfección. Aquí, digo, <<está el todo>>, porque, abrazándonos con solo el Criador y no se nos dando nada por todo lo criado, su Majestad infunde de manera las virtudes que, trabajando nosotros poco a poco lo que fuere en nosotros, poco tendremos más que pelear; que el Señor toma la mano contra los demonios y contra todo el mundo en nuestra defensa.

¿Pensáis, hermanas, que es poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes? En él están todos los bienes, como digo, y por eso demos muchas gracias al Señor, que nos juntó aquí, adonde no se trata de otra cosa sino de esto. Y así no sé para qué lo digo, pues, en parte, todas las que ahora aquí estáis me podéis en esto enseñar a mí; que confieso en este caso tan importante soy la más imperfecta; mas, pues me lo mandáis, tocaré en algunas cosas que se me ofrecen.

Cuanto a lo exterior, ya se ve cuán apartadas: parece nos quiere el Señor apartar de todo a las que aquí nos trajo, para llegarnos más sin embarazo su Majestad aquí.

¡Oh Criador y Señor mío! ¿Cuándo merecí yo tan gran dignidad, que parece habéis andado rodeando cómo os llegar más a nosotras? Plega a vuestra bondad no lo perdamos por nuestra culpa. ¡Oh hermanas mías!, entended, por amor de Dios, bien esta tan gran merced, y cada una lo piense en sí, que en solas doce quiso el Señor fueseis una. ¡Y qué de ellas, qué multitud de ellas, mejores que yo, sé que tomaran este lugar de buena gana, y diómele el Señor a mí, que tan mal le merezco! ¡Bendito seáis vos, Señor, alaben os los ángeles y todo lo criado, que esta merced no se puede tampoco servir, como otras muchas que me habéis hecho; que darme estado de monja fue grandísima! Como lo he sido tan ruin, no os fiasteis, Señor, de mí; entré adonde había muchas buenas, por ventura no echaran de ver mi ruindad hasta que se me acabara la vida (yo la encubriera, como hice muchos años), y traéisme, Señor, adonde son tan pocas, que parece imposible poderse dejar de conocer, para que ande con más cuidado. Quitáisme todas las ocasiones, porque no tenga lugar el día del juicio de tener disculpa si no hiciere lo que debo.

Mirad, hermanas mías, que es mayor mucho nuestra culpa si no somos buenas. Y así encargo mucho a la que no se hallare con fuerza espiritual, habiéndolo probado para llevar lo que aquí se lleva, lo diga; otros monasterios hay adonde por ventura se sirve mejor al Señor mucho; no turben a estas poquitas que aquí su Majestad ha juntado para su servicio; porque en otros cabos hay libertad para consolarse con deudos; aquí, si algunos se admiten, para consuelo de los mismos deudos es. Mas la hermana que, para su consolación, hubiere menester deudos y no se cansare a la segunda vez ( salvo si no es espiritual, o ve que hace algún provecho a su alma) téngase por imperfecta; crea no está desasida, no está sana, no tendrá libertad de  espíritu, no tendrá paz; menester ha médico.

Y yo no sabría otra mejor cura, que es que nunca más los vea hasta que esté libre y haya ganado para sí; entonces, mucho de enhorabuena, véalos alguna vez (cuando lo tome por cruz) para aprovecharlos en algo, que, cierto, los aprovechará; mas si los tiene amor, si le duelen mucho sus penas y escucha sus sucesos del mundo de buena gana, crea que a sí se dañará y a ellos no les hará ningún provecho.

CAPITULO         13

El gran bien que hay en huir de los deudos los que han dejado el mundo, y cuán más verdaderos amigos hallan

¡Oh, si entendiésemos las religiosas el daño que nos viene de esto, cómo huiríamos de ellos! Yo no entiendo qué consolación es esta que dan los deudos (aun dejo en lo que toca a Dios el daño que nos hacen, sino para nuestro sosiego y descanso). Que de sus recreaciones no podemos gozar; y de sus trabajos ninguno dejamos de llorar, y aun algunas veces más que los mismos. A usadas, que si algún regalo hacen al cuerpo, que lo paga bien el espíritu y la pobre del alma. De eso estáis aquí quitadas, hermanas, que, como todo es en común y nadie puede tener nada en particular, no habéis menester regalos de deudos.

Espantada estoy el daño que hace tratarlos, y no lo creyera si no tuviera experiencia. Y ¡cuán olvidada está esta perfección en las religiones, al menos en las más, aunque no en todos los santos que escribieron, o muchos! No sabría yo qué dejamos del mundo las que decimos que todo lo dejamos por Dios si no dejamos lo principal que son a los parientes. Viene ya la cosa a estado, que tienen por falta de virtud no querer mucho los religiosos a sus deudos, y como que lo dicen ellos y alegan sus razones.

En esta casa, hija mía, mucho cuidado de encomendarlos a Dios después de lo dicho que toca a su Iglesia, que es razón; en lo demás, apartarlos de la memoria lo más que podamos. Yo he sido querida mucho de ellos, a lo que decían, y tengo por experiencia, de mí y en otras, que dejado padres (que por maravilla dejan de hallarlos los hijos, y es razón con ellos cuando tuvieren necesidad de consuelo, si viéremos no nos daña el alma, no seamos extraños, que con desasimiento se puede hacer), en los demás, aunque me he visto en trabajos, mis deudos han sido, y quien me ha ayudado en ellos, los siervos de Dios.

Creed, amigas, que, sirviéndole vosotras como debéis, que no hallaréis mejores amigos que los que su Majestad os enviare. Y puestas en esto, como aquí lo vais viendo, que en hacer otra cosa faltáis al verdadero amigo Cristo, muy en breve ganaréis esta libertad. Quien os dijere que lo demás es virtud, no lo creáis; que, si dijese todos los daños que traen me había de alargar mucho, aun con mi rudeza e imperfección; ¿qué hallarán los que tuvieren esto al contrario? En muchas partes, como he dicho, lo hallaréis escrito; en todos los más libros no se trata otra cosa sino cuán bueno es huir del mundo.

Pues creedme que los deudos es el mundo que más se apega y más malo de desapegar. Por eso hacen bien los que huyen de sus tierras, si les vale, digo; que no creo va en huir el cuerpo, sino en que determinadamente se abrace el alma con el buen Jesús, Señor nuestro, que como allí lo halla todo, olvídalo todo; aunque ayuda es apartarnos muy grande hasta que ya tengamos conocida esta verdad; que después podrá ser el Señor quiera, por darnos cruz, que tratemos con ellos. .

        

Capitulo 14

Cómo no basta esto, si no se desasen de sí mismas.

Desasiéndonos de esto y poniendo en ello mucho, como cosa que importa mucho (miren que importa), y encerradas aquí sin poseer nada, ya parece que lo tenemos todo hecho, que no hay que pelear. ¡Oh hijas mías!, no os aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que queda muy sosegado de haber cerrado muy bien sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa. Y, ¿no habéis oído que es el peor ladrón el que está dentro de casa? Quedamos nosotras. Es más, que si no se anda con gran cuidado y cada una (como el mayor negocio que tiene que hacer) no se mira mucho, hay muy muchas cosas para quitar esta santa libertad de espíritu que buscamos, que pueda volar a su Hacedor sin ir cargado de tierra y de plomo.

Gran medio es para esto traer muy continuo cuidado de la vanidad que es todo y cuán presto se acaba. Para quitar la afección de todo y ponerla en lo que ha para siempre de durar; y, aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho el alma, y en las muy pequeñas cosas traer gran cuidado; en aficionándonos a alguna, no pensar más en ella, sino volver el pensamiento a Dios, y su Majestad ayuda. Y hanos hecho gran merced, que en esta casa lo más está hecho; mas queda desasirnos de nosotros mismos. Éste es recio apartar, porque estamos muy juntas y nos queremos mucho

CAPITULO 15

Que trata de la humildad cuán junta anda de estas dos virtudes: desasimiento y el modo de amor que queda dicho.

 

Aquí puede entrar la verdadera humildad; porque esto y estotro paréceme que todo anda siempre juntas: son dos hermanas que no hay para qué las apartar. No son éstos los deudos de que yo digo se aparten, sino que los abracen y las amen y nunca se vean sin ellas.

¡Oh soberanas virtudes, señoras de todo lo criado, emperadoras del mundo, libradoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio, tan amadas de nuestro Enseñador, que nunca un punto se vio sin ellas! Quien las tuviere bien puede salir y pelear con todo el infierno junto y contra todo el mundo y sus ocasiones y contra la carne. No ha ya miedo de nadie, que suyo es el reino de los cielos; no tiene a quien temer, sino suplicar a Dios le sustente en ellas, para que no las pierda por su culpa.

Mas, ¡qué desatino ponerme yo a loar mortificación y humildad, o humildad y mortificación, estando tan loadas del Rey de la gloria y tan confirmadas con tantos trabajos suyos! Pues, hermanas mías, aquí es el trabajar por salir de tierra de Egipto, que en hallándolas hallaréis el maná (Ex 16); todas las cosas os sabrán bien; por malas que a los ojos del mundo sean, se os harán dulces.

Ahora, pues, lo primero que hemos luego de procurar; quitar de nosotras el amor de este cuerpo; que hay algunas tan regaladas de su natural, que no hay poco que hacer aquí, y otras tan amigas de su salud, que es cosa para alabar a Dios la guerra que dan (a las pobres monjas en especial, y creo a los que no lo son) estas dos cosas. Mas a las monjas no parece que venimos al monasterio sino a servir a nuestros cuerpos y curar de ellos, cada una como puede; en esto parece pone su felicidad.

Aquí, a la verdad, poco lugar hay de eso con la obra, mas no querría yo le hubiese en el deseo. Determinaos, mis hijas, que venís a morir por Cristo y no a regalaros por Cristo; que esto pone el demonio, que para llevar y guardar la orden; y tanto, enhorabuena, se quiere guardar para guardarla, que se muere sin cumplirla enteramente un mes, ni quizá un día. Pues no sé yo a qué venimos.

No hayan miedo que falte discreción en monjas en este caso, por maravilla; no hayan miedo los confesores, que luego piensan nos han de matar las penitencias. Y es tan aborrecido de nosotras esta falta de discreción, que así lo cumpliésemos todo. Las que lo hicieren al revés no se les dé nada de que lo diga, ni a mí se me da de que digan que juzgo por mí. Creo, y sélo cierto, que tengo más compañeras que tendré injuriadas por hacer lo contrario. Tengo para mí que así quiere el Señor seamos más enfermas; al menos a mí hízome en serlo gran misericordia, porque, como me había de regalar así como así, quiso fuese por algo.

Pues cosa donosa; andan siempre con este tormento que ellas mismas se dan, y algunas veces dales un frenesí de hacer penitencias sin camino ni concierto que duran dos días, a manera de decir, para después la imaginación que les pone el demonio que las hizo daño, que nunca más penitencia ni la manda la orden, que ya lo probaron. No guardan unas cosas muy bajas de la Regla, como el silencio, que no nos ha de hacer mal; y no nos ha venido la imaginación de que nos duele la cabeza, cuando dejamos de ir al coro (que tampoco nos mata) un día porque nos dolió, y otro porque nos ha dolido, y otros tres porque no nos duele.

Diréis, amigas, que no lo consienta la mayor. A saber lo interior, no haría; mas ve un quejar por nonada que parece se os va el alma; vaisle a pedir licencia con gran necesidad para en nada guardar la orden; y no falta (cuando son cosas de tomo) un médico que ayuda por la relación que vos hacéis, y una amiga que os llore al lado, o parienta. Aunque la pobre priora alguna vez se es demasiado, ¿qué ha de hacer? Queda con escrúpulo si faltó en la caridad; quiere más faltéis vos que no ella y no le parece justo juzgaros mal.

¡Oh este quejar, válgame Dios, entre monjas!; que él me lo perdone, que temo es ya costumbre. A mí me acaeció una vez ver esto, que la tenía una de quejarse de la cabeza, y quejábaseme mucho de ella; venido a averiguar, poco ni mucho le dolía, sino en otra parte tenía dolor.

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CAPITULO 16

Prosigue en la mortificación que han de adquirir en las enfermedades.

 

Cosa imperfectísima me parece, hermanas mías, este aullar y quejar siempre y enflaquecer la habla haciéndola de enferma. Aunque le estéis, si podéis más, no lo hagáis, por amor de Dios. Cuando es grave el mal, él mismo se queja; es otro quejido y luego se parece. Que sois pocas y, si una tiene esta costumbre, es para traer fatigadas a todas si os tenéis amor y hay caridad; sino que la que estuviere de mal que sea de veras mal lo diga y tome lo necesario; que, si perdéis el amor propio, sentiréis tanto cualquier regalo, que no hayáis miedo le tengáis (digo os quejéis sin necesidad) ni le pidáis; que, cuando la hay, sería muy malo el no decirlo, y muy peor si no os apiadasen.

Mas de eso, a buen seguro, adonde hay oración y caridad y tan pocas, que os veréis unas a otras la necesidad, que no falte el regalo. Mas unos malecillos y flaquezas de mujeres olvidaos de ellas, que a las veces pone el demonio imaginación de esos dolores; quítanse y pónense. Perded la costumbre de decirlo y quejarlo todo, si no fuere a Dios, que nunca acabaréis. Pongo tanto en esto, porque tengo para mí importa y que es una cosa que tiene muy relajados los monasterios. Y este cuerpo tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades se descubren. Es cosa extraña lo que quiere ser regalado. Como tiene aquí algún buen color de engañar a la pobre alma y que no medre, no se descuida.

Acordaos qué de enfermos pobres habrá que no tengan aun a quién se quejar; pues pobres y regaladas no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas (yo sé que las hay) y personas de suerte, que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos. Pues, ¡pecadora de mí!, sí, que no venimos aquí a ser más regaladas que ellas. ¡Oh, que estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por amor de Dios sin que lo sepan todos! Es una mujer muy malcasada y, porque no sepa su marido lo dice o se queja, pasa mucha malaventura y grandes trabajos sin descansar con nadie; ¿no pasaremos algo entre Dios y nosotros de los males que nos da por nuestros pecados? Cuanto más que es nonada lo que se aplaca el mal.

Todo esto que he dicho no es para males recios, cuando hay gran calentura (aunque pido haya moderación y sufrimiento siempre), sino unos malecillos que se pueden pasar en pie sin que matemos a todos con ellos. Mas,¿qué fuera si esto hubiera de verse fuera de esta casa? ¿Cuál me pararán todos los monasterios? Y, ¡qué de buena gana, si alguna se enmendara, lo sufriera yo! En fin, viene la cosa a términos que pierden unas por otras; y si alguna hay sufrida, aun los mismos médicos no la creen, como han visto a otras con poco mal quejarse tanto. Como es para solas mis hijas, todo puede pasar.

Y acordaos de nuestros padres santos pasados y santos ermitaños, cuya vida pretendemos imitar, ¡qué pasarían de dolores y qué a solas, qué de fríos, qué de hambre, qué de soles, sin tener a quién se quejar sino a Dios! ¿Pensáis que eran de hierro? Pues tan de carne eran como nosotras. Y en comenzando, hijas, a vencer este corpezuelo, no os cansará tanto. Hartas habrá que miren lo que habéis menester; descuidaos de vosotras si no fuere a necesidad conocida. Si no os determináis a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haréis nada.

Procurad de no temerla y dejaros toda en Dios y venga lo que viniere. De cuantas veces os ha burlado ese cuerpo, burlad vos de él algún día; y creed que, aunque parece esto poco para otras cosas, que importa más de lo que podéis entender; sino hacedlo de manera que os quedéis en costumbre, y veréis que no miento. Hágalo el Señor, que nos ha de ayudar a todo, y hacerlo su Majestad por quien es.

CAPITULO 17

Cómo ha de tener en poco la vida el verdadero amador de Dios.

 

Vamos a otras cosillas que también importan harto, aunque son menudas. Trabajo grande parece todo; más comenzándose a obrar, obra Dios tanto en el alma y hácela tantas mercedes, que todo le parece poco cuanto se puede hacer en esta vida. Y pues las monjas hacemos lo más y damos a Dios lo principal, que es la voluntad, poniéndola en otro poder, ¿Por qué nos detenemos en lo interior, en lo que no es nada? Pásanse tantos trabajos, ayunos silencio, servir siempre el coro (que por mucho que se quieran regalar, es a veces y no son todas, y por ventura soy sola yo entre muchos monasterios que he visto), pues, ¿por qué nos detenemos en mortificar estos cuerpos en naderías, que es no hacerlos placer en nada, sino andar en cuidado llevándolos por donde no quieren hasta tenerlos rendidos al espíritu?

Paréceme a mí que quien de veras comienza a servir a Dios, lo menos que le puede ofrecer, después de dada la voluntad, es la vida nonada. Claro está que si es verdadero religioso o verdadero orador, y pretende gozar regalos de Dios, que no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio. Pues ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del verdadero religioso, o del que quiere ser de los allegados amigos de Dios, es un largo martirio? Largo, porque comparado a si de presto le degollaran, puédese llamar largo; mas toda es corta la vida y algunas, cortísimas. En fin, todo lo que tiene fin no hay que hacer caso de ello, y de la vida mucho menos, pues no hay día seguro; y pensando que cada día es el postrero, ¿quién no le trabajaría si pensase no ha de vivir más de aquél? Pues mirad, hermanas: creer eso es lo más seguro.

Por eso, mostraos a contradecir en todo vuestra voluntad. Aunque no se haga de presto, poco a poco, y en poco tiempo, si traéis cuidado con oración, os hallaréis en la cumbre. Mas, ¡qué gran rigor parece decir que no nos hagamos placer en nada, como no se dice qué gusto y qué placer trae consigo esta contradicción y qué de deleites se ganan con ella! Aun en esta vida, ¡qué seguridad! Y aquí, como todas lo usan, estáse lo más hecho; unas a otras se recuerdan. Esto ha cada una de procurar: ir delante de las otras.

Y en los movimientos interiores se traiga mucha cuenta, en especial si tocan en mayorías. Dios nos libre, por su Pasión, en decir: <<si soy más antigua>>, <<si he más años>>, <<si he trabajado más>>, <<si tratan a la otra mejor>>. Estos primeros movimientos es menester atajarlos con presteza; que, si se detienen en ellos, o lo ponen en plática, es pestilencia y de donde nacen grandes males en los monasterios. Miren que lo sé mucho. Y, en habiendo prelada que poco ni mucho consienta nada de esto, crean por sus pecados ha permitido Dios dársela para comenzarse a perder, y clamen a él, y toda su oración sea porque dé el remedio en religioso o persona de oración. Que quien de veras la tiene con determinación de gozar de las mercedes que hace Dios y regalos en ella, esto del desasimiento a todos conviene.

CAPITULO18

Que prosigue en cómo ha de tener en poco la honra el que quisiere aprovechar.

No me digan que regalos hace Dios a quien no está tan desasiado. Yo lo creo, que con su sabiduría infinita ve que conviene para traerlos a que lo dejen por él todo. No llamo el <<dejar>> entrar en religión, que impedimentos puede haber, y en cada parte puede el alma perfecta estar desasiada y humilde. Mas créanme una cosa, que si hay punto de honra o deseo de hacienda (que también puede estar en el monasterio como fuera, aunque más quitadas están las ocasiones y mayor sería la culpa), que, aunque tengan muchos años de oración (o, por mejor decir, consideración, que oración perfecta, en fin, quita estos resabios), que nunca mandarán mucho ni llegarán a gozar el verdadero fruto de la oración.

Mirad si os va algo, hermanas, en estas que parecen naderias, pues no estáis aquí a otra cosa. Vosotras no quedáis más honradas y el provecho perdido, como dicen, así que deshonra y pérdida cabe aquí junto.

Cada una mire en sí lo que tiene de humildad, y verá lo que está aprovechada. Tengo por cierto que al verdadero humilde, aun en primer movimiento, no osa el demonio tentarle en cosa de mayorías; porque, como es tan sagaz, teme el golpe. Y es imposible, si uno es humilde, que no gane más fortaleza en esta virtud y grandísimos grados de aprovechamiento si el demonio le tienta por ahí; porque como forzado ha de sacar sus pecados y mirar lo que ha servido con lo que debe a Cristo, y las grandezas que hizo de abajarse a sí para dejarnos ejemplo de humildad. Sale el alma tan gananciosa, que no osa tornar otro día por no ir quebrando la cabeza.

Este consejo tomad de mí y no os olvide; que no sólo en lo interior (que ya dicho se está que sería gran mal  no quedar con ganancia), mas en lo exterior procurad que la saquen las hermanas de vuestra tentación. Si queréis vengaros del demonio y libraros de ella, que, así como os venga, os descubráis a la prelada, y la roguéis y pidáis os dé oficio muy bajo; y, como pudiereis, andéis estudiando en qué doblar en esto vuestra voluntad, que el Señor os descubrirá muchas cosas, y con mortificaciones públicas, pues se usan en esta casa. Como de pestilencia huid de tales tentaciones del demonio, y procurad que esté poco con vos. Dios nos libre de persona que le quiere servir acordarse de honra ni temer deshonra. Mirad que es mala ganancia y, como he dicho, la misma honra se pierde con estos deseos, en especial en las religiones: así no hay tóxico en el mundo que así mate como estas cosas la perfección.

Diréis que son cosillas, que no son nada, que no hay que hacer caso de ellas. No os burléis con eso, que crece como espuma en los monasterios y no hay cosa pequeña en tan notable peligro. ¿Sabéis por qué? Porque, por ventura, en vos comienza por poco y no es casi nada, y luego mueve el demonio a que al otro le parezca mucho, y aun pensará es caridad deciros que cómo consentís aquel agravio, que Dios os dé paciencia, que lo ofrezcáis a Dios, que no sufriera más un santo. Pone un caramillo en la lengua de la otra, que, ya que no podéis menos de sufrir, os hace aun tentar de vanagloria diciendo es mucho.

Y es esta nuestra naturaleza tan negro flaca, que, aun quitándonos la ocasión con decir no es nada, lo sentimos, ¡Cuánto más viendo lo sienten por nosotros! Hácenos crecer la pena pensar que tenemos razón, y pierde el alma todas las ocasiones que había tenido para merecer, y queda más flaca para que otro día venga el demonio con otra cosa peor; y aun acaece hartas veces que, aunque vos no queráis sentirlo, os dicen que si sois bestia, que bien es que se

sientan las cosas. ¡Oh, que si hay alguna amiga!

CAPITULO 19

Cómo ha de huir de los puntos y razones del mundo para llegarse a la verdadera razón.

¡Oh, por amor de Dios, hermanas, que miréis mucho en esto! A ninguna le mueva indiscreta caridad para mostrar lástima de la otra en cosa que toque a estos fingidos agravios. Muchas veces os lo digo, y ahora lo escribo aquí: que en esta casa (ni en toda persona perfecta) huya mil leguas: <<razón tuve>>, <<hiciéronme sinrazón>>, <<no tuvo razón la hermana>>. ¡De malas razones nos libre Dios! ¿Parece había razón para que sufriese Cristo nuestro bien tantas injurias y se las dijesen, y tantas sinrazones? La que no quisiere llevar cruz, sino la que le dieren muy puesta en razón, no sé yo para qué está en el monasterio, tórnese al mundo, adonde aún no le guardarán esas razones. ¿Por ventura podéis pasar tanto que no debáis más? ¿Qué razón es ésta? Por cierto, yo no lo entiendo.

Cuando os hicieren alguna honra o regalo o buen tratamiento, sacad vos esas razones, que, cierto, es contra razón os le hagan en esta vida. Mas cuando agravios (que así los nombran sin hacernos agravio), yo no sé qué hay que hablar. O somos esposas de tan gran Rey, o no. Si lo somos, ¿qué mujer honrada hay que no sienta en el alma la deshonra que hacen a su esposo? Y aunque no la quiera sentir, en fin, de honra o deshonra participan entrambos. Pues querer participar del reino de nuestro Esposo y ser compañeras con él en gozar, y en las deshonras y trabajos quedar sin ninguna parte, es disparate.

No nos lo deje Dios querer, sino que a la que le pareciere es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada: y verdaderamente así lo es si lo lleva como lo ha de llevar; que acá a usadas, créame a mí (que lo he experimentado) a que no le falte honra en esta vida ni en la otra. ¡Qué disparate he dicho, que me crean a mí, diciéndolo la verdadera Sabiduría, que es la misma Verdad, y la Reina de los ángeles! Parezcámonos, hijas mías, en alguna cosita a esta sacratísima Virgen (Lc 14,11), cuyo hábito traemos, que es confusión nombrarnos monjas suyas. Siquiera en algo, imitemos esta su humildad; digo <<algo>>, porque, por mucho que nos bajemos y humillemos, no hace nada una como yo, que por sus pecados tiene merecido la hiciesen abajar y despreciar los demonios, ya que ella no quisiese; porque, aunque no tengan tantos pecados, por maravilla habrá quien deje de tener alguno por que haya merecido el infierno. Y torno a decir que no os parezca poco estas cosas; que, si no las cortáis con diligencia, lo que hoy no era  nada, mañana por ventura será pecado venial; y es de tan mala digestión, que, si os dejáis, no quedará  sólo, y cosa muy mala para congregación.

En esto habíamos de mirar mucho las que estamos en ellas: en no dañar a las que trabajan por hacernos bien y darnos buen ejemplo. Y, si entendiésemos cuán gran daño se hace en que se comience una mala costumbre de estos puntillos de honra, más querríamos morir mil muertes que ser causa de ello; porque es muerte corporal, y pérdida del alma es gran pérdida y que parece nunca se acaba de perder; porque, muertas unas, vienen otras, y a todas les cabe por ventura más parte de una mala costumbre que pusimos que de muchas virtudes; porque el demonio no la deja caer, y las virtudes la misma flaqueza natural las hace perder.

¡Oh, qué grandísima caridad haría y qué gran servicio a Dios la monja que se viese que no puede llevar las perfecciones y costumbre que hay en esta casa, conocerse e irse, y dejar a las otras en paz! Y aun en todos los monasterios (al menos, si me creen a mí) no la tendrán ni darán profesión hasta que de muchos años esté probado a ver si se enmiendan. No llamo faltas en la penitencia y ayunos; porque, aunque lo es, no son cosas que hacen tanto daño; mas unas condiciones que hay de suyo amigas de ser estimadas y tenidas, y mirar las faltas ajenas, y nunca conocer las suyas, y otras cosas semejantes, que verdaderamente nacen de poca humildad. Si Dios no favorece con darla gran espíritu, hasta de muchos años verla enmendada, os libre Dios de que quede en vuestra compañía. Entended que ni ella sosegará ni os dejará sosegar a todas.

CAPITULO 20

Lo mucho que importa no dar profesión a ninguna que vaya contrario su espíritu de las cosas que queda dicho.

Como no tomáis dote, háceos Dios merced para esto: que es lo que me lastima de los monasterios; que muchas veces, por no tornar a dar el dinero, dejan el ladrón que les robe el tesoro, o por la honra de sus deudos. En esta casa tenéis ya aventurada y perdida la honra del mundo, porque los pobres no son honrados. No tan a vuestra costa queráis que lo sean los otros. Nuestra honra, ha de ser servir a Dios; quien pensare que de esto os ha de estorbar quédese con su honra en su casa; que para esto ordenaron nuestros padres la probación de un año, y en nuestra orden que no se dé en cuatro, que para esto hay libertad. Aquí querría yo no se diese en diez. La monja humilde poco se le dará en no ser profeta; ya sabe que, si es buena, no la echarán; si no, ¿para qué quiere hacer daño a este colegio de Cristo?.

Y no llamo <<no ser buena>>, cosa de vanidad (que con el favor de Dios, creo estará lejos de esta casa); llamo <<no ser buena>>, no estar mortificada, sino con asimiento de cosas del mundo o de sí, en estas cosas que he dicho. Y la que mucho en sí no le viere, creáme ella misma y no haga profesión, si no quiere tener un infierno acá, y plega a Dios no sea otro allá, porque hay muchas causas en ella para ello, y por ventura las mismas de la casa no las entenderá, ni la misma, como yo las tengo entendidas.

Créanme (y si no, el tiempo les doy por testigo), porque todo el estilo que pretendemos llevar es de no sólo ser monjas, sino ermitañas, y así se desasen de todo lo criado, y a quien él quiere para aquí particularmente, veo hace esta merced. Aunque ahora no sea en toda perfección, vese que va a ella por el gran contento y alegría que les da ver no ha de tornar a tratar con cosa de la vida.

Torno a decir que, si se inclina a tratarlo, que si no se ve ir aprovechando, que procure irse despidiendo, de irse a otro monasterio; y si no, verá cómo le sucede, y no se queje de mí, que le comencé, porque no la aviso. Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo, y tiénese muy buena vida; en queriendo algo más, se perderá todo, porque no lo puede tener en nada. Y el alma descontenta es como quien tiene gran hastío, que, por bueno que sea el manjar, le da en rostro; y cuando los santos toman gran gusto en comer, le hace mayor asco en el estómago del que tiene hastío. En otro cabo o monasterio no tan estrecho se salvarán mejor, y por ventura poco a poco llegarán a la perfección que aquí no pudieron sufrir por llevarse juntas. Que, aunque en lo interior se les aguardará tiempo para del todo desasirse y mortificarse, en lo exterior ha de ser con brevedad, por el daño que puede hacer a las otras; y a quien con ver que todas lo hacen y andar siempre en tan buena compañía no le aprovecha en un año o medio, temo que no aprovechará más en muchos, sino menos. No digo que sea tan cumplido como las otras, mas que se entienda va cobrando salud, que luego se ve cuándo el mal es mortal.

CAPITULO 21

Prosigue en lo mucho que esto importa.

 

Bien creo favorece el Señor a quien bien se determina, y por eso va mucho en mirar qué talento tiene la que entra, y que no sea sólo por remediarse, como acaecerá a muchas puesto que Dios puede perfeccionar este intento, si es persona de buen entendimiento; que si no, en ninguna manera se tome; porque ni ella se entenderá cómo entra, ni después a las que la quisieren poner en lo mejor. Porque, por la mayor parte, quien esta falta tiene siempre les parece entiende más lo que le conviene que los más sabios; y es mal que le tengo por incurable, porque por maravilla deja de traer consigo malicia; y adonde hay mucho número de monjas, podráse tolerar; y en tan pocas no se podrá sufrir.

Un buen entendimiento, si comienza a aficionarse al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado; y cuando no aproveche para mucho espíritu, aprovechará para buen consejo y para hartas cosas, sin cansar a nadie; antes es recreación. Cuando éste falta, yo no sé qué en comunidad puede aprovechar, y dañar podría mucho. Esta falta y las demás no se ve muy en breve, porque algunas personas hablan bien y entienden mal, y otras hablan corto y no muy cortado, y tienen entendimiento para mucho bien. Que hay unas simplicidades santas que saben muy poco para negocios y estilo del mundo, y mucho para tratar con Dios. Por eso, es menester gran información para tomarlas y larga probación para darlas profesión. Entienda una vez el mundo que tienen libertad para tornar a echarlas, que en monasterios donde hay asperezas, muchas ocasiones hay; y, como se use, no se tendrá por agravio.

Digo <<entienda>>, porque son tan desventurados estos tiempos y tanta la flaqueza de las religiosas (esto por mí lo digo, que me ha acaecido), que no basta tenerlo por mandamiento de nuestros pasados, sino que, por no hacer un agravio pequeño o por quitar un dicho que no es nada, dejamos olvidar las virtuosas costumbres, y plega a Dios no se pague en la otra vida las que admitimos. Nunca falta un color con que hacernos entender se sufre hacerlo. Y en caso tan importante ninguno es bueno; porque, cuando el prelado, sin afección ni pasión, mira lo que está bien a la casa, nunca creo Dios le dejará errar; y en mirar estas piedades y puntos necios, tengo para mí no deja de haber yerro.

Y éste es un negocio que cada una por sí le había de mirar y encomendar a Dios y animar a la prelada cuando le falte ánimo, porque es cosa en que ve muy mucho a todas; y así suplico a Dios que siempre os dé en ello luz.

CAPITULO 22

Que trata del gran bien que hay en no disculparse, aunque se vean condenar sin culpa.

Mas, ¡qué desconcertado escribo!, bien como quien no sabe qué hace. Vosotras tenéis la culpa, hermanas, pues me lo mandáis. Leedlo como pudiereis, que así lo escribo yo como puedo; y si no, quemadlo por mal que vea. Quiérese asiento, y yo tengo tan poco lugar, como veis, que se pasan ocho días que no escribo, y así se me olvida lo que he dicho, y aun lo que voy a decir. Que ahora será mal de mí, y rogaros no le hagáis vosotras en esto que acabo de hacer, que es disculparme, que veo ser una costumbre perfectísima y de gran edificación y mérito; y aunque os lo enseño muchas veces y por la bondad de Dios lo hacéis, nunca su Majestad me la ha dado. Plega a él antes que me muera me la dé. Jamás me falta una causa para parecerme mayor virtud dar disculpa. Como algunas veces es lícito y sería mal no lo hacer, no tengo discreción o, por mejor decir, humildad, para hacerlo cuando conviene. Porque verdaderamente, es de gran humildad verse condenar no teniendo culpa y es gran imitación del Señor, que nos quitó todas las culpas. Os querría mucho persuadir pongáis en esto gran estudio, porque trae consigo grandes ganancias; y en procurar nosotros mismos librarnos de culpa, ninguna veo, si no es, como digo, en algunos casos que podría ser enojo o escándalo no decir la verdad. Esto quien tuviere más discreción que yo lo entenderá.

Y creo va mucho en acostumbrarse a esta virtud o en procurar alcanzar del Señor verdadera humildad, que de aquí debe venir; porque el verdadero humilde ha de desear con verdad ser tenido en poco y ser perseguido y condenado sin culpa, aun en cosas graves. Porque, si quiere imitar al Señor, ¿en qué mejor que en esto puede? Que aquí no son menester fuerzas corporales ni ayuda de nadie, sino de Dios.

Estas virtudes grandes, hermanas mías, querría yo fuese nuestro estudio y penitencia, que en otras asperezas, aunque son buenas, ya sabéis os voy a la mano cuando son demasiadas. En unas virtudes grandes interiores nunca puede haber demasía, no enflaquecen ni quitan las fuerzas al cuerpo para servir la religión, sino fortalecen el alma; y de cosas muy pequeñas se puede acostumbrar de manera que vengan a salir con victoria de las muy grandes.

Mas, ¡qué bien se escribe esto y qué mal lo hago yo! A la verdad, en cosas grandes nunca he podido hacer esta prueba, porque nunca oí decir cosa mala de mí que no viese claro quedaban cortos; porque (aunque no era algunas veces, y muchas, en las mismas cosas) tenía ofendido a Dios en otras muchas y parecíame que habían hecho harto en decir aquéllas; y siempre me holgué yo más dijesen de mí lo que no era, que las verdades más las sentía; estotras cosas, por graves que fuesen, no; mas en cosas pequeñas seguía mi naturaleza, y sigo, sin advertir qué es lo más perfecto. Por eso, querría yo lo comenzaseis temprano a entender, y cada una a traer consideración de lo mucho que gana por todas vías y por ninguna pierde –a mi parecer-. Gana lo principal, en seguir en algo al Señor. Digo <<en algo>>, porque, como he dicho, nunca nos culpan sin culpas, que siempre andamos llenos de ellas, pues cae siete veces al día el justo y sería mentira decir que no tenemos pecado (Prov 24,16; 1Jn 1,8-10) Así que, aunque no sea en lo mismo que nos culpan, nunca estamos sin culpa del todo, como lo estaba el buen Jesús.

¡Oh Señor mío!, que, cuando pienso por qué de maneras padecisteis y cómo por ninguna manera lo merecisteis, no sé qué me diga de mí, ni adónde tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni adónde estoy cuando de alguna cosa me disculpo. Ya sabéis vos, Bien mío, que, si tengo algún bien, que no es dado por otras manos sino por las vuestras, pues, ¿qué os va, Señor, más en dar poco que mucho? Si es por no lo merecer yo, tampoco merecía las mercedes que me habéis hecho. ¿Es posible que he yo de querer que sienta nadie bien de cosa tan mala, como, habiendo dicho tantos males de vos, que sois bien sobre todos los bienes? No se sufre, no se sufre, Dios mío, ni querría yo lo sufrieseis vos, que haya en vuestra sierva cosa que no contente a vuestros ojos. Pues mirad que los míos están ciegos, Señor, y se contentan de muy poco. Dadme vos luz y haced que desee que todos me aborrezcan, pues tantas veces os he dejado a vos ¡amándome con tanta fidelidad! ¿Qué es esto, Dios mío? ¿Qué pensamos sacar de contentar a las criaturas? ¿Qué nos va en ser muy culpados de todas ellas, si delante de mi Criador estoy sin culpa? ¡Oh hermanas mías, que nunca acabamos de entender esta verdad! Y así nunca acabaremos de estar en la cumbre de la perfección, si mucho no la andamos considerando y pensando qué es lo que es y qué es lo que no es.

CAPITULO 23

Prosigue en la misma materia.

 Pues, cuando no viese otra ganancia sino la confusión que le quedará a la hermana que ha hecho la culpa de ver que vos sin ella os dejáis condenar, es grandísimo. Más levanta una cosa de éstas a las veces que diez sermones. Pues todas habéis de procurar de ser predicadoras de obras, pues el Apóstol y nuestra inhabilidad nos quita que lo seamos en las palabras (1Cor 14,34).

Nunca penséis que ha de estar secreto (ya creo os lo he dicho otra vez y lo querría decir muchas) el mal o el bien que hiciereis, por encerradas que estéis. ¿Y pensáis, hijas, que aunque vos no os disculpéis, ha de faltar quien torne por vos? Mirad cómo tornó Cristo por la Magdalena cuando la culpaba santa Marta (Lc 1º,38-41) Cuando sea menester, su Majestad moverá a quien torne por vosotras. De esto tengo grandísima experiencia, aunque más querría yo que no se os acordase, sino que os holgaseis de quedar por culpadas. Y el provecho que veréis en vuestra alma, el tiempo os doy por testigo, porque hace mucho. El uno es comenzar a ganar libertad y no se le dar más que digan mal que bien de vos, antes parece que es negocio ajeno; como si estuviesen hablando otras personas delante de vos, como no es con vos estáis descuidada en la respuesta. Así es acá: con la costumbre que ésta ya hecha de que no habéis de responder, no parece hablan con vos.

Parecerá esto imposible a los que somos muy sentidos y poco mortificados, y a los principios dificultoso es; mas yo sé que se puede alcanzar esta libertad y negación y desasimiento de nosotros mismos, con el favor del Señor, poco a poco

CAPITULO 24

Que trata de cuán necesario ha sido lo que queda dicho para comenzar a tratar de oración.

Y no os parezca mucho todo esto, que voy entablando el juego, como dicen. Pedísteime os dijese el principio de oración; yo, hijas, aunque no me llevó Dios por este principio, porque aún no le debo tener de estas virtudes, no sé otro. Pues creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego del ajedrez, que sabrá mal jugar; y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Así me habéis de reprender, porque hablo en cosa de juego, no le habiendo en esta casa ni habiéndole de haber. Aquí veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas veces ¡Y cuán licito será para nosotras esta manera de jugar, y cuán presto, si mucho lo usamos, daremos mate a este Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos, ni querrá!

La dama es la que más guerra le puede hacer en este juego, y todas las otras piezas ayudan. No hay dama que así le haga rendir como la humildad; ésta le trajo del cielo en las entrañas de la Virgen, y con ella le traeremos nosotras de un cabello a nuestras almas. Y creed que quien más tuviere más le tendrá, y quien menos, menos; porque no puedo yo entender cómo haya ni pueda haber humildad sin amor, ni amor sin humildad, ni es posible estar estas dos virtudes sin gran desasimiento de todo lo criado.

Diréis, mis hijas, <<que para qué os hablo en virtudes que hartos libros tenéis que os las enseñan>>; <<que no queréis sino contemplación>>. Digo yo que, aun si pidierais meditación pudiera hablar de ella y aconsejar a todos la tuvieran, aunque no tengan virtudes, porque es principio para alcanzar todas las virtudes, y cosa que nos va la vida en comenzarla todos los cristianos; y ninguno, por perdido que sea, si Dios le despierta a tan gran bien, lo había de dejar, como ya tengo escrito en otra parte, y otros muchos que saben lo que escriben, que yo, por cierto, que no lo sé; Dios lo sabe.

Mas contemplación es otra cosa, hijas; que éste es el engaño que todos traemos, que, en llegándose uno un rato cada día a pensar sus pecados (que está obligado a ello si es cristiano de más que nombre), luego dicen es muy contemplativo; y luego le quieren con tan grandes virtudes como está obligado a tener el muy contemplativo; y aun  él se quiere, mas yerra. En los principios no supo entablar el juego; pensó bastaba conocer las piezas para dar mate, y es imposible; que no se da este Rey sino a quien se le da del todo.

CAPITULO 25

De la diferencia que ha de haber en la perfección de la vida de los contemplativos a los que se contentan con oración mental.

Así que, hijas, si queréis os diga el camino para llegar a la contemplación, sufrid que sea, en cosas que no os parecerán tan importantes, un poco larga (porque todas las que aquí he dicho lo son), y si no las queréis oír ni obrar, quedaos con vuestra oración mental toda vuestra vida, que yo os aseguro a vosotras y a todo el mundo –a mi parecer- (quizá yo me engaño, y juzgo por mí que lo procuré veinte años), que no lleguéis a verdadera contemplación.

Quiéroos ahora declarar (porque algunas no lo entenderéis) qué es oración mental, y plega a Dios que ésta tengamos como le hemos de tener; mas he miedo que se tiene con harto trabajo como para estotro. Porque no se me olvide que dice que no hayáis miedo que venga el Rey, quiérome declarar, porque si en una mentira me tomáis, no me creeréis nada; y tendríais razón si la dijese a sabiendas, mas no me dé Dios tal lugar; será no saber más ni entender más. Acaece muchas veces que el Señor pone un alma muy ruin (entiéndese no estando en pecado mortal entonces, a mi parecer); porque una visión, aunque sea muy buena, permitirá el Señor que la vea uno estando en mal estado para tornarle a sí; mas ponerle en contemplación, no lo puedo creer; porque en aquella unión divina adonde el Señor se regala con el alma y el alma con él, no lleva camino alma sucia deleitarse con ella la limpieza de los cielos, y el regalo de los ángeles regalarse con cosa que no sea suya (pues ya sabemos que, en pecado uno mortalmente, es del demonio; con él se puede regalar, pues le ha contentado, que ya sabemos son sus regalos continuo tormento aun es esta vida); que no le faltará a mi Señor hijos suyos con quien se huelgue, sin que ande a tomar los ajenos. Hará su Majestad lo que hace muchas veces, que es sacárselos de las manos.

¡Oh Señor mío, y qué de veces os hacemos andar a brazos con el demonio! ¿No bastara que os dejasteis tomar en los suyos cuando os llevó al pináculo (Lc 4,9) para enseñarnos a vencerle? Mas, ¡qué sería, hijas, ver junto aquel Sol con las tinieblas, y qué temor llevaría aquel desventurado sin saber de qué, que no permitió Dios lo entendiese, y cuán merecido había por tan gran atrevimiento que creara Dios otro infierno nuevo para él! Bendita sea tanta piedad y misericordia, que vergüenza habíamos ya de haber los cristianos de hacerle andar cada día a brazos, como he dicho, con tan sucia bestia. Bien fue menester, mi Señor, que los tuvieseis tan fuertes; mas, ¿cómo no os quedaron flacos de tantos tormentos como pasasteis en la cruz? ¡Oh, que todo lo que se pasa con amor torna a soldarse! Y así creo, si quedarais con la vida, el mismo amor que nos tenéis tornara a soldar vuestras llagas, que no fuera menester otra medicina. Parece que desatino; pues no hago, que mayores cosas que éstas hace el amor divino, y por no parecer curiosa, ya que lo soy, y daros mal ejemplo, no traigo aquí algunas.

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CAPITULO 26

En que trata cómo es posible algunas veces subir a Dios un alma distraída a perfecta contemplación, y la causa de ello. Es mucho de notar este capítulo.

Así que cuando el Señor quiere, torna el alma a sí, pónela estando aún sin tener estas virtudes, en contemplación algunas veces, pocas y dura poco; y esto, como digo, acaece porque las prueba si con aquel favor se querrán disponer a gozarle muchas veces; mas si no se disponen, perdonen  (o perdonadnos vos, Señor, por mejor decir), que harto mal es que os lleguéis vos a un alma de esta suerte, y se llegue ella después a cosa de la vida para atarse a ella

Tengo para mí que hay muchos con quien Dios nuestro Señor hace esta prueba, y pocos los que se disponen para gozar siempre de esta merced; que cuando el Señor la hace y no queda por nosotros, tengo por cierto que nunca cesa de dar hasta llegar a muy alto grado. Cuando no nos damos a su Majestad con la determinación que se da a nosotros, harto hace de dejarnos  en oración mental y visitarnos de cuando en cuando, como a .criados que están en su viña (Lc 20,13-15); mas estotros  son hijos regalados, no los querría quitar de cabe sí, ni los quita, porque ya ellos no se quieren quitar; siéntalos a su mesa, dales de lo que come hasta quitar el bocado de la boca para dársele.

¡Oh dichoso cuidado, hijas mías! Oh bienaventurada dejación de cosas tan pocas y tan vanas que llega a tan gran estado! Mirad qué se os dará (estando en los brazos de Dios) que os culpe todo el mundo, siquiera se quiebren la cabeza  a voces. Que de una vez que mandó el Señor o pensó en hacer el mundo, fue hecho el mundo (Gn 1-2). Su querer es obra. Pues no hayáis miedo, que si no es para más bien vuestro, los consienta hablar; no quiere tan poco a quien le quiere. De cuantas maneras puede mostrar el amor, le muestra. Pues ¿por qué hijas mías, no se le mostraremos nosotras en cuanto podemos? Mirad que hermoso trueco: su amor con el nuestro. Mirad que lo puede todo y acá no podemos sino lo que él nos hace poder. Pues ¿qué es esto que hacemos por vos Señor. Hacedor nuestro? Es tanto como nada: una determinacioncilla. Pues si lo que no es nada, quiere su Majestad merezcamos por ello el todo, no seamos desatinadas.

¡Oh Señor!, que todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en vos, que, si no mirásemos a otra cosa sino al camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner en el verdadero camino los ojos. Parece que nunca se anduvo este camino, según se nos hace nuevo. Cosa es para lastimar, por cierto; digo que no parecemos cristianos, ni que leímos la Pasión en nuestra vida; ¡válgame Dios, tocar en un puntito de honra! Luego, quien os dice que no hagáis caso de ello parece no es cristiano. Yo me reía, o me afligía, alguna vez de lo que veía en el mundo, y aun por mis pecados en las religiones: tocar en un puntito de ser menos no se sufre; luego dicen que no son santos, o lo decía yo.

Dios nos libre, hermanas, cuando algo hiciéremos no perfecto, decir <<no somos ángeles>> <<no somos santas>>; mirad que, aunque no lo somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, Dios nos dará la mano para serlo; no hayáis miedo que quede por él si no queda por nosotras. Pues no venimos aquí a otra cosa, <<manos a labor>> -como dicen-; no entendamos en que cosa que se sirve más el Señor, que no presumamos salir con ella con su favor. Esta presunción querría yo en esta casa, que hace crecer la humildad; siempre estar con ánimo, que Dios le da a los fuertes y no es aceptador de personas (Ef 6,9), y os le dará a vosotras y a mí.

Mucho me he divertido; quiero tornar a lo que decía, que creo era decir qué es oración mental y contemplación. Impertinente parece, mas para vosotras todo pasa; quizá lo  entenderéis por mi grosero estilo que por otros elegantes.

CAPITULO 26

En que trata cómo es posible algunas veces subir a Dios un alma distraída a perfecta contemplación, y la causa de ello. Es mucho de notar este capítulo.

Así que cuando el Señor quiere, torna el alma a sí, pónela estando aún sin tener estas virtudes, en contemplación algunas veces, pocas y dura poco; y esto, como digo, acaece porque las prueba si con aquel favor se querrán disponer a gozarle muchas veces; mas si no se disponen, perdonen  (o perdonadnos vos, Señor, por mejor decir), que harto mal es que os lleguéis vos a un alma de esta suerte, y se llegue ella después a cosa de la vida para atarse a ella

Tengo para mí que hay muchos con quien Dios nuestro Señor hace esta prueba, y pocos los que se disponen para gozar siempre de esta merced; que cuando el Señor la hace y no queda por nosotros, tengo por cierto que nunca cesa de dar hasta llegar a muy alto grado. Cuando no nos damos a su Majestad con la determinación que se da a nosotros, harto hace de dejarnos  en oración mental y visitarnos de cuando en cuando, como a .criados que están en su viña (Lc 20,13-15); mas estotros  son hijos regalados, no los querría quitar de cabe sí, ni los quita, porque ya ellos no se quieren quitar; siéntalos a su mesa, dales de lo que come hasta quitar el bocado de la boca para dársele.

¡Oh dichoso cuidado, hijas mías! Oh bienaventurada dejación de cosas tan pocas y tan vanas que llega a tan gran estado! Mirad qué se os dará (estando en los brazos de Dios) que os culpe todo el mundo, siquiera se quiebren la cabeza  a voces. Que de una vez que mandó el Señor o pensó en hacer el mundo, fue hecho el mundo (Gn 1-2). Su querer es obra. Pues no hayáis miedo, que si no es para más bien vuestro, los consienta hablar; no quiere tan poco a quien le quiere. De cuantas maneras puede mostrar el amor, le muestra. Pues ¿por qué hijas mías, no se le mostraremos nosotras en cuanto podemos? Mirad que hermoso trueco: su amor con el nuestro. Mirad que lo puede todo y acá no podemos sino lo que él nos hace poder. Pues ¿qué es esto que hacemos por vos Señor. Hacedor nuestro? Es tanto como nada: una determinacioncilla. Pues si lo que no es nada, quiere su Majestad merezcamos por ello el todo, no seamos desatinadas.

¡Oh Señor!, que todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en vos, que, si no mirásemos a otra cosa sino al camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner en el verdadero camino los ojos. Parece que nunca se anduvo este camino, según se nos hace nuevo. Cosa es para lastimar, por cierto; digo que no parecemos cristianos, ni que leímos la Pasión en nuestra vida; ¡válgame Dios, tocar en un puntito de honra! Luego, quien os dice que no hagáis caso de ello parece no es cristiano. Yo me reía, o me afligía, alguna vez de lo que veía en el mundo, y aun por mis pecados en las religiones: tocar en un puntito de ser menos no se sufre; luego dicen que no son santos, o lo decía yo.

Dios nos libre, hermanas, cuando algo hiciéremos no perfecto, decir <<no somos ángeles>> <<no somos santas>>; mirad que, aunque no lo somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, Dios nos dará la mano para serlo; no hayáis miedo que quede por él si no queda por nosotras. Pues no venimos aquí a otra cosa, <<manos a labor>> -como dicen-; no entendamos en que cosa que se sirve más el Señor, que no presumamos salir con ella con su favor. Esta presunción querría yo en esta casa, que hace crecer la humildad; siempre estar con ánimo, que Dios le da a los fuertes y no es aceptador de personas (Ef 6,9), y os le dará a vosotras y a mí.

Mucho me he divertido; quiero tornar a lo que decía, que creo era decir qué es oración mental y contemplación. Impertinente parece, mas para vosotras todo pasa; quizá lo  entenderéis por mi grosero estilo que por otros elegantes.

CAPITULO 27

Cómo no todas las almas son para contemplación, y cómo algunas llegan a ella tarde, y cómo el verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor

Parece que me voy entrando en la oración y fáltame un poco por decir, que hace mucho al caso, porque es de la humildad y es necesario en esta casa; porque todas habéis de tratar de oración y tratáis, y, como he dicho, cumple mucho tratéis de entender ejercitaros de todas maneras en humildad. Y éste es un gran punto de ella y muy necesario para todas las personas que se dan a oración: ¿cómo podrá el verdadero humilde pensar que es él tan bueno como los que llegan a este estado? Que Dios le puede hacer tal que lo merezca, sí, por los méritos de Cristo; mas, de mi consejo, siempre se siente en el más bajo lugar (Lc 14,7-11;22,24-27) Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por ese camino; cuando no, para eso es la verdadera humildad: para tenerse por dichosa en ser sierva de las siervas del Señor y alabarle, porque, mereciendo el infierno, la trajo entre ellas

No digo esto sin gran causa, porque, como he dicho, es cosa que importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino; y, por ventura, el que le pareciere va por muy más bajo está mas alto en los ojos del Señor. No porque en esta casa haya costumbre y ejercicio de oración, es por fuerza que han de ser todas contemplativas. Es imposible. Y será gran desconsolación para la que no lo es no entender esta verdad, que esto es cosa que lo da Dios. Y, pues, no es necesario para la salvación ni nos lo pide Dios de premio, no piense se lo pedirá nadie ni que no por eso dejará de ser muy perfecta si hace lo que aquí va escrito. Antes por ventura tendrá mucho más mérito, porque es a más trabajo suyo y la lleva el Señor como a fuerte y la tiene guardado junto todo lo que aquí no goza. No por eso desmaye ni deje la oración y de hacer lo que todas, que a las veces viene el Señor muy tarde y paga tan bien y tan por junto tarde, como en muchos años ha ido dando a otros.

Yo estuve catorce que nunca podía tener meditación sino junto con lección. Habrá muchas personas de este arte y otras que, aunque sea con la lección, no pueden tener meditación, sino rezar vocalmente, y aquí se detienen más y hallan algún gusto. Hay pensamientos tan ligeros, que no pueden estar en una cosa, sino siempre desasosegados, y en tanto extremo, que, si quieren detenerle a pensar en Dios, se le va a mil vanidades y escrúpulos y dudas en la fe.

Yo conozco una monja bien vieja (que pluguiera a Dios fuera mi vida con la suya), muy santa y penitente y en toda gran monja y de mucha oración vocal y muy ordinaria, y en mental no ha tenido remedio; cuando más puede, poco a poco, en las .avemarías y paternósters se va deteniendo: y es muy santa obra. Y otras hartas personas hay de la misma manera y si hay humildad, no creo yo saldrán peor libradas al cabo del año, sino muy en igual que los que llevan muchos gustos en la oración y con más certinidad en parte; porque ¿qué sabemos si son gustos de Dios o si los pone el demonio? Y si no son de Dios, es más peligroso, porque en lo que trabaja es poner soberbia; que si son de Dios, no hay que temer, como escribí en otro libro.

Estotros andan con humildad, siempre sospechosos que es por su culpa, siempre con cuidado de ir adelante. No ven a otros llorar una lágrima que, si ella no las tiene, no le parece está muy atrás en el servicio de Dios; y debe estar muy más adelante, porque no son las lágrimas, aunque son buenas, todas perfectas; y la humildad y mortificación y desasimiento y en estotros virtudes siempre son seguras. No hay que temer, ni hayáis miedo que dejéis de llegar a la perfección como los muy contemplativos

Santa era santa Marta, aunque no la ponen era contemplativa, pues, ¿qué más pretendéis que llegar a ser como esta bienaventurada, que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas veces en su casa y darle de comer y servirle, y por ventura comer a su mesa y aun en su plato? Si entrambas se estuvieran, como la Magdalena, embebidas, no hubiera quien diera de comer al huésped celestial. Pues pensad que es esta congreagacioncita la casa de santa Marta, y que ha de haber de todo; y las que fuere llevadas por la vida activa no murmuren a las que mucho se embebieren en la oración, porque, por la mayor parte, hace descuidar de sí y de todo.

Acuérdense que, si ellas callan, que ha de responder por ellas el Señor, y ténganse por dichosas de irle a aderezar la comida. Miren que la verdadera humildad creo, cierto, está mucho en estar muy prontos en contentarse con lo que el Señor quisiere hacer de ellos y siempre hallarse indignos de llamarse sus siervos. Pues si contemplar y tener oración mental y vocal, y curar enfermos y servir en cosas de la casa y trabajar en desear, sea en lo más bajo; todo es servir al huésped que se viene con nosotras a estar y  a comer y recrearse, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?

CAPITULO 28

Lo mucho que se gana en procurarlo, y el mal que sería quedar por nosotras.

 

No digo yo que por vosotras, sino que lo probéis todo, porque no está esto en vuestro escoger, sino en el del Señor; mas, si después de muchos años quiere a cada una para su oficio, gentil humildad será andar vosotras a escoger. Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a él también.

Estad seguras que, haciendo lo que es en vosotras y aparejándoos para subida contemplación con la perfección que queda dicha, que si él no os la da aquí (lo que creo no dejará de dar si es de veras es desasimiento), que os tiene guardado ese regalo y que, como os he dicho otra vez, os quiere llevar como a fuertes y daros acá cruz como siempre su Majestad la tuvo. Y, ¿qué mejor amistad que querer lo que quiso para sí para vos?. Y por ventura no tuvierais tanto premio en la contemplación. Juicios son suyos, no hay que meternos en ellos, harto bien es que no quede a nuestro escoger, que luego (como nos parece más descanso) fuéramos todos grandes contemplativos.

Pues yo os digo, hijas, a las que no lleve Dios por este camino, que los que van por él no llevan la cruz más liviana, y que os espantaríais por las vías y maneras que las da Dios. Yo sé de unos y de otros, y sé claro que son intolerables los trabajos que Dios da a los contemplativos; y son de tal arte que, si no les diese aquel manjar de gusto, no se podrían sufrir. Y está claro que (pues lo es que a los que Dios mucho quiere lleva por camino de trabajos, mientras más los ama, mayores) no hay por qué creer que tiene aborrecidos los contemplativos, pues por su boca los alaba y que también son amigos (Lc10,41)

Pues creer que admite Dios a su amistad estrecha gente regalada y sin trabajos es disparate. Tengo por muy cierto se los da Dios mucho mayores; y así como los lleva por camino barrancoso y áspero (y a las veces que les parece se pierden y han de comenzar de nuevo desde lo que han andado), que así ha menester el Señor darles mantenimiento, y no agua, sino vino, para que, emborrachados, no entiendan lo que pasan y lo puedan sufrir. Y, así, pocos veo verdaderos contemplativos que no los vea animosos; y lo primero que hace el Señor, si son flacos, es ponerles ánimo y hacerlos que no teman trabajo que les pueda venir.

CAPITULO 29

Que prosigue en la misma materia, y dice cuánto mayores son los trabajos de los contemplativos que de los activos. Es de mucha consolación para ellos.

Creo que piensan los de la vida activa, por un poquito que los vean regalados, que no hay más que aquello. Pues yo os digo que por ventura un día de los que pasan no los pudieseis sufrir. Así que el Señor, como conoce a todos para lo que son, da a cada uno su oficio, el que más ve le conviene a su alma y al mismo Señor y al bien de los prójimos, y, como no quede por no os haber dispuesto, no hayáis miedo que se pierda vuestro trabajo.

Mirad que digo que todas lo procuren, pues no estamos aquí a otra cosa; y no un año, ni diez solos, porque no parezca lo dejáis de cobardes, y es bien que el Señor entienda no queda por vosotras. Es como los soldados que han mucho servido: para que el capitán los mande, siempre han de estar a punto, pues en cualquier oficio que sirvan les han de dar su sueldo muy bien pagado. ¡Y cuán mejor pagado es que los que sirven al rey! Andan los tristes muriendo, y después sabe Dios cómo se paga.

Como no estén ausentes y los ve el capitán con deseo de servir, ya tiene entendido (aunque no tan bien como nuestro celestial Capitán) para lo que es cada uno, reparte los oficios como ve sus fuerzas; y si no estuviesen allí, no les daría nada ni les mandaría qué sirviesen.

Así que, hermanas, oración mental, y quien ésta no pudiere, vocal y lección y coloquios con Dios, como después diré. Nunca lo deje las horas que todas, no sabe cuándo lo llamará el Capitán y la querrá dar más trabajo disfrazado con gusto. Si no las llamaren, entiendan no son para él y que les convino aquello; y aquí entra la verdadera humildad: creer con verdad que aun no era para lo que hace, andar alegre sirviendo en lo que les mandan.

Y si es de veras la humildad, bienaventurada tal sierva de vida activa, que no murmura sino de sí. Harto más querría yo ser ella que algunas contemplativas. Déjelas a las otras con su guerra, que no es pequeña. ¿Ya no saben que en las batallas los alférez y capitanes son obligados a más pelear?

Un pobre soldado base su paso a paso, y si se esconde alguna vez para no entrar adonde ve el mayor tropel, no les echan de ver ni pierde honra ni vida. El alférez, aunque no pelea, lleva la bandera, y, aunque le hagan pedazos, no la ha de dejar de las manos; tienen todo0s los ojos en él. ¿Pensáis que da poco trabajo al que el rey da estos oficios? Por un poquito de más honra se obligan a padecer mucho más, y, si tantito les sienten flaqueza, todo va perdido. Así que, amigas, no nos entendemos ni sabemos lo que decimos; dejemos hacer al Señor (que nos conoce mejor que nosotras mismas), y la verdadera humildad es andar contentas con lo que nos dan, que personas hay que por justicia parece quieren pedir a Dios regalos. ¡Donosa manera de humildad! Por eso hace bien el conocedor de todos, que por maravilla lo da a éstos; ve claro que no son para beber el cáliz (Mt 20,22)

Vuestro entender, si estáis aprovechadas, hijas, será en si entendiere cada una que es la más ruin de todas (y esto que se entienda en sus obras que lo conoce así para aprovechamiento y bien de las otras) y no en la que tiene más gustos en la oración y arrobamientos o visiones o cosa de esta suerte, que hemos de aguardar al otro mundo para ver su valor. Estotro es moneda que se corre, es renta que no falta, son juros perpetuos y no censos de alquitar (que estotro quítase y pónese): una virtud grande de humildad, e mortificación, de grandísima obediencia  en no ir una tilde contra lo que os manda el prelado, que sabéis verdaderamente que os lo manda Dios, pues está en su lugar.

En esto es lo más en que había de poner y, por parecerme que si, no hay esto, es no ser monja, no digo nada de ello. Porque hablo con monjas y –a mi parecer- buenas religiosas (al menos que lo desean ser), en cosa tan importante no más de una palabra porque no se olvide.

Digo que quien estuviere por voto debajo de obediencia y faltare no trayendo todo cuidado en cómo cumplir con mayor perfección este voto, que no sé para qué está en el monasterio; al menos, yo le aseguro que mientras aquí faltare, que nunca llegue a ser contemplativo ni aun buen activo; y esto tengo por muy, muy cierto. Y aunque no sea persona que tiene obligación, si quiere o pretende llegar a contemplación, ha menester, para ir muy acertadamente, dejar su voluntad con toda determinación en un confesor que sea tal que le entienda. Porque esto se sabe ya muy sabido, y lo han escrito muchos, y para vosotras no es menester, no hay que hablar de ello.

Concluyo que estas virtudes son las que yo deseo tengáis, hijas mías, y las que procuréis, y las que santamente envidiéis. Estotras devociones en ninguna manera; es cosa incierta. Por ventura en la otra será Dios, y en vos permitirá su Majestad sea ilusión del demonio y que os engañe, como ha hecho a muchas; que en mujeres es cosa peligrosa. Si podéis servir tanto al Señor con cosas, como he dicho, seguras, ¿quién os mete en esos peligros?

Heme alargado en esto porque sé conviene, que esta nuestra naturaleza es flaca, y a quien Dios quisiere dar la contemplación su Majestad le hará fuerte; a los que no, heme holgado de dar estos avisos, por donde también se humillarán las contemplativas. Si decís, hijas, que vosotras no los habéis menester, alguna  vendrá que, por ventura, se huelgue con ellos.

El Señor, por quien es, dé luz para en todo seguir su voluntad, y no habrá de qué temer.

CAPITULO  31

Que trata de una comparación en que da algo a entender qué cosa es contemplación perfecta.

El agua tiene tres propiedades, que ahora se me acuerda que me hacen al caso; que muchas más tendrá.

La una es que enfría. Por calor que haya uno, si entra en un rio,, se le quita; y si hay gran fuego, con ella se mata, salvo si no es de alquitrán, que dicen se enciende más. ¡Oh, válgame Dios, y qué de maravillas hay en este encenderse más el fuego con el agua cuando es fuego fuerte, poderoso, no sujeto a los elementos; pues éste, con ser su contrario, no le empece, antes le hace crecer! ¡Qué valiera aquí ser filósofo para saber las propiedades de las cosas y saberme declarar!; que me voy regalando en ello, y no sé decir lo que entiendo, y por ventura no lo sé entender.

De que Dios, hermanas, os traiga a beber de esta agua, y las que ahora lo bebéis gustaréis de esto y entenderéis cómo el verdadero amor de Dios (si está en su fuerza, ya libre de cosas de la tierra del todo y que vuela sobre ellas) cómo es señor de todos los elementos y del mundo. Y, como el agua procede de la tierra, no hayáis miedo que mate este fuego; no es de su jurisdicción. Aunque son contrarios, es ya señor absoluto, no le está sujeto.

No os espantaréis, hermanas, de lo mucho que he puesto en este libro para que procuréis esta libertad. ¿No es linda cosa una pobre monjita de San José que pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos? Y, ¿qué mucho que los santos hiciesen de ellos lo que querían, con favor de Dios? San Martín, el fuego y las aguas le obedecían; San Francisco, hasta los peces. Pues, con ayuda de Dios y haciendo lo que han podido, casi se lo pueden pedir de derecho. Qué, ¿pensáis , porque dice el salmista que todas las cosas están sujetas y puestas debajo de los pies de los hombres, pensáis que de todos? No hayáis miedo; antes los veo yo sujetos a ellos debajo de los pies de ellas; y conocí un caballero que, en porfiando sobre medio real, le mataron; ¡mirad si se sujetó a miserable precio! Y hay muy muchas cosas que veréis cada día por donde conoceréis que digo verdad. Pues, sí, que el salmista no pudo mentir (que es dicho por el Espíritu Santo), sino que me parece a mí (ya puede ser yo no lo entienda y sea disparate, que lo he leído) que es dicho por los perfectos, que todas las cosas de la tierra señoreen.

Pues, si es agua del cielo, no hayáis miedo que mate este fuego más que estotra le aviva, no son contrarios, sino de una tierra. No hayáis miedo le haga mal el uno al otro, antes ayuda el uno al otro a su efecto, porque el agua le enciende más y ayuda a sustentar, y el fuego ayuda al agua a enfriar.

¡Válgame Dios qué cosa tan hermosa y de tanta maravilla, que el fuego enfría! Sí, y aun hiela todas las afecciones del mundo cuando con él se junta el agua viva del cielo. No hayáis miedo que le quede pizca de calor para ninguna.

Es la otra propiedad limpiar cosas no limpias. Si no hubiese agua para lavar, ¿qué sería del mundo? Sabéis que tanto limpia esta agua viva, esta agua celestial, esta agua clara, cuando no está turbia, cuando no tiene lodo, sino que se coge de la misma fuente, que una vez que se beba, tengo por cierto deja el alma clara y limpia de todas las culpas. Porque, como tengo escrito, no da Dios lugar a que beban de esta agua (que no está en nuestro querer) de perfecta contemplación, de verdadera unión, si no es para limpiarla  y dejarla limpia y libre del todo en que por las culpas estaba metida.

Porque otros gustos que vienen por medianería del entendimiento, por mucho que hagan, traen el agua corriendo por la tierra, no lo beben junto a la fuente, nunca falta en este camino cosas lodosas en que se detenga, y no van tan puro, tan limpio. No llamo yo a esto agua viva, conforme a mi entender, digo.

La otra propiedad del agua es que harta y quita la sed; porque sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta, que, si nos falta, nos mata. Extraña cosa es que, si nos falta, nos mata, y si nos sobra, nos acaba la vida, como se ve morir muchos ahogados. ¡Oh Señor mío, y quién se ahogase engolfada en esta agua viva! Mas no puede ser. Deseo de ella, sí, que tanto puede crecer el amor y deseo de Dios, que no lo pueda sufrir el sujeto natural y así ha habido personas que han muerto. Y yo sé de una que, si no la socorriera Dios presto con esta agua viva en grandísima abundancia con arrobamientos, tenía tan grande esta sed, iba en tanto crecimiento su deseo, que entendía claro era muy posible, si no la remediaran, morir de sed. ¡Bendito sea el que nos convida que vamos a beber en su Evangelio!

 CAPITULO 32

En que trata cómo se han de moderar algunas veces los ímpetus sobrenaturales.

Y así como en nuestro Bien y Señor no puede haber cosa que no sea cabal, como es solo de él darnos esta agua, da la que hemos menester y, por mucha que sea no puede haber demasía en cosa suya. Porque, si da mucho, hace hábil el alma par que sea capaz de beber mucho. Como un vidriero que hace vasija del tamaño que ve es menester para que quepa lo que ha de echar en ella.

El deseo (como es de nosotros) nunca va sin falta; si alguna cosa buena lleva, es lo que en él ayuda el Señor. Mas somos tan indiscretos, que, como es pena suave y gustosa, nunca nos pensamos hartar de esta pena. Comemos sin tasa, ayudamos como acá podemos a este deseo, y así algunas veces mata. ¡Dichosa tal muerte! Mas, por ventura, con la vida ayudara a otros para morir por deseo de esta muerte. Y esto creo hace el demonio, porque entiende el daño que ha de hacer con la vida, y así tienta aquí de indiscretas penitencias para quitar la salud, y no le va poco en ello.

Digo que quien llega a tener esta sed tan impetuosa, que se mire mucho, porque crea que tendrá esta tentación; y aunque no muera de sed, acabará la salud; y que en este crecimiento de deseo, que, cuando es tan grande, procure no añadir en él, sino con suavidad cortar el hilo al ímpetu con otra consideración; que nuestra misma naturaleza podrá ser obre tanto como el amor; que hay personas de esta arte que cualquier cosa, aunque sea mala, desean con gran vehemencia. Parece desatino que cosa tal se ataje. Pues no le es; que yo no digo se quite el deseo, sino que se ataje, y  por ventura será con otro que se merezca tanto.

Quiero decir algo por donde me entiendan. Da un gran deseo de verse ya con Dios y desatado de esta cárcel, como le tenía san Pablo (Flp 1,21-23), y personas impetuosas vendrán, sin sentirse, a dar muestras exteriores, que todo lo que se pudiere se ha de excusar.

Mude el deseo con parecerle si vive servirá más a Dios, y podrá ser algún alma que se había de perder la dé luz. Y es buen consuelo para tan gran trabajo, y aplacará su pena, y gana en tener gran caridad, que, por servir al mismo Señor, se quiere acá sufrir un día. Es como si uno tuviere un gran trabajo o grave dolor, consolarle y decir que tenga paciencia.

Y si el demonio ayudó en alguna manera a tan gran deseo (como debía hacer a otro, que le hizo entender se echase en un pozo por ir a ver a Dios), señal es que no estaba lejos  de hacer crecer aquel deseo; porque, si fuera del Señor, no le hiciera mal (es imposible, que trae consigo la luz y la discreción y la medida), sino que este adversario, por dondequiera que puede, procura dañar; y pues él no anda descuidado, no lo andemos nosotros. Éste es punto importante para muchas cosas, que algunas veces hay gran necesidad de no nos olvidar de él.

¿Para qué pensáis, hijas, que he pretendido declarar, como dicen, en el fin y mostrar el premio antes de la batalla, con deciros el bien que trae consigo llegar a beber de esta fuente celestial y de esta agua viva? Para que no os acongojéis del trabajo y contradicción que hay en el camino, y vayáis con ánimo y no os canséis; porque, como he dicho, podrá ser que, ya que no os falta sino bajaros a beber, lo dejéis todo y no perdáis este bien, pensando no tendréis fuerza para llegar a él y que no sois para ello.

    Mirad que convida el Señor a todos (Mt 11,28). Pues es la Verdad, no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no los llamará Dios a todos, y, aunque los llamara, no dijera: << Dios a todos, y, aunque los llamara, no dijera: <<Yo os daré de beber>> n 3,37). Pudiera decir: <<Venid todos, que, en fin, no perderéis nada, y los que a mí pareciere, yo los daré a beber>>. Mas como dijo sin esta condición, <<a todos>>, tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva.

 

CAPITULO 33

En que trata cómo por diferentes vías nunca falta consolación en el camino de la oración.

Parece que me contradigo, porque, cuando consolaba a las que no llegaban aquí, dije que tenía Dios, nuestro Bien, diferentes caminos que iban a él por diferentes caminos y que así había muchas moradas (Jn 14,2). Así lo torno a decir; porque, como entendió su Majestad nuestra flaqueza, proveyó como quien es. Mas no dijo: <<por este camino vengan unos, y por éste otros>>; ante fue tan grande su misericordia, que a nadie quitó procurase venir a esta fuente de vida a beber.

¡Bendito sea él, y con cuánta razón me lo hubiera quitado a mí! Pues no me mandó lo dejase y, cuando lo comencé, no me echo en el profundo, a buen seguro que no lo quite a nadie, antes públicamente  nos llama a voces (Jn 7,37) Mas como es tan bueno, no nos fuerza; antes da de muchas maneras a beber de los que le quieren seguir; para que ninguno vaya desconsolado ni muera de sed. De esta fuente caudalosa salen arroyos, unos grandes, otros pequeños, y aun algunas veces charquitos para niños, que parece que aquello  les basta los que están muy en principio de la virtud. Así que, hermanas, no hayáis miedo muráis de sed en el camino; nunca falta agua de consolación tan falto que no se pueda sufrir.

Y pues esto es, tomad mi consejo y no os quedéis en el camino, sino pelead como fuertes hasta morir en la demanda, pues no estáis aquí a otra cosa sino a pelear. Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar a esta fuente, si os lleva el Señor sin llegar a ella en esta vida, en la otra os dará con toda abundancia; beberéis sin temor que por vuestra culpa os ha de faltar. Plega al Señor que no nos falte su misericordia. Amén.

CAPITULO 35

En que dice lo mucho que importa comenzar con gran determinación la oración, y no hacer caso de los inconvenientes que el demonio pone para comenzar.

No os espantéis, hijas, que es camino real para el cielo. Gánase por él gran tesoro; no es mucho que cueste mucho a nuestro parecer. Tiempo vendrá que se entienda cuán nonada es todo para tan gran precio.

Ahora, pues, tornando a los que quieren beber de esta agua de vida, y quieren caminar hasta llegar a la misma fuente, cómo han de comenzar, y digo que importa mucho, y el todo (y aunque en algún libro he leído lo bien que es llevar este principio –y aun en algunos-, me parece no se pierde nada en decirlo aquí), una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no  tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo; como muchas veces acaece con decir <<hay peligros>>, <<fulana por aquí se perdió>>, <<el otro se engañó>>, <<el otro que rezaba cayó>>, <<dañan la virtud>>, <<no es para mujeres, que les vienen ilusiones>>, <<mejor será que hilen>>, <<no ha menester esas delicadezas>>, <<basta el paternóster y avemaría>>.

Esto así lo digo yo, hermanas: y ¡cómo si basta! Siempre es gran bien fundar vuestra oración sobre oraciones dichas de tales bocas. En esto tienen razón, que si no estuviese ya nuestra flaqueza tan flaca y nuestra devoción tan tibia, no eran menester otros conciertos de oración, ni eran menester otros libros, ni era necesario otras oraciones.

Y así me ha parecido, pues, como digo (hablo con almas que no pueden así recogerse en otros misterios, que les parece son artificios, y algunos ingenios tan ingeniosos, que nada les contenta), iré fundando por aquí unos principios y medios y fines de oración (aunque en cosas subidas no haré sino tocar, porque, como digo, las tengo ya escritas), y no os podrán quitar libro, que no os quede tan buen libro, que si sois estudiosas con humildad, no habéis menester otra cosa.

Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los evangelios que sé salieron por aquella sacratísima boca, así como las decía, que libros muy bien concertados; en especial, si no era el autor muy muy aprobado, no los había gana de leer.

Allegada a este Maestro de toda la Sabiduría, quizá me enseñará alguna consideracioncita que os contente. No digo que diré declaración de estas oraciones divinas (que no me atrevería, y hartas hay escritas y sería disparate), sino consideración sobre algunas palabras de ellas. Porque algunas veces con tantos libros parece que se nos pierde la devoción en lo que tanto nos va tenerla; que es claro que el mismo maestro que enseña una cosa toma amor con el discípulo y gusta de que le contente lo que le enseña, y le ayuda mucho a que lo deprenda; y así hará este Maestro celestial con nosotras.

 CAPITULO 36

Prosigue en la misma materia, y declara este engaño, y cómo no han de dar crédito a todo.

Tornando a la que decía, ningún caso hagáis de los miedos que os pusieren, ni de los peligros que os pintaren. ¡Donosa cosa es que quiera yo ir por un camino adonde hay tantos ladrones sin peligros y a ganar un gran tesoro! Pues, ¡donoso anda el mundo para que os le dejen tomar en paz!; sino que por un maravedí de interés se pondrán a no dormir muchas noches por ventura y a desasosegaros cuerpo y alma. Pues, cuando yéndole a ganar por el camino o a robar, como dice el Señor que le ganan los esforzados (Mt 11,12), y por camino real, y por camino seguro por el que fue Cristo, nuestro Emperador, por el que fueron todos sus escogidos y santos, os dicen hay tantos peligros y os ponen tantos temores, los que van a ganar este bien –a su parecer- sin camino, ¿qué son los peligros que llevarán?. ¡Oh hijas mías!, que muchos más sin comparación, sino que no los entienden hasta dar de ojos en el verdadero peligro!, cuando no hay quien les dé la mano por ventura, y pierden del todo el agua, sin beber poca ni mucha ni de charco ni de arroyo.

Pues ya veis, sin gota de esta agua, ¿cómo se pasará camino adonde hay tantos con quien pelear? Está claro que al mejor tiempo morirán de sed; porque, queramos que no, hijas mías, todos caminamos para esta fuente, aunque de diferentes maneras. Pues creedme vosotras y no os engañe nadie en mostraros otro camino sino el de la oración.

Yo no hablo ahora en que sea mental o vocal para todos; digo para vosotras lo uno y lo otro; éste es el oficio de los religiosos. Quien os dijere que éste es peligro, tenedle a él por el mismo peligro y huid de él; y no se os olvide, porque por ventura habréis menester este consejo. Peligro será no tener humildad y otras virtudes; mas camino de oración camino de peligro, nunca Dios tal quiera. El demonio parece ha inventado poner estos miedos, y así ha sido mañoso a hacer a alguno que llevaba este camino.

Y miren tan gran ceguedad, que no miran el mundo de millares, como dicen, que han caído en herejía y en grandes males sin tener oración ni saber qué cosa era (de esto es harto de temer) y entre muchos de éstos, si el demonio, por hacer mejor su negocio, ha hecho caer algunos –bien contados- que tenían oración, ha hecho poner tanto temor en las cosas de virtud a algunos. Estos que tienen estos remedios o toman para librarse, se guarden; porque huir el bien para librarse del mal, nunca yo tal invención he visto; bien parece del demonio. ¡Oh Señor mío!, tornad vos; mirad que entienden al revés vuestras palabras; no permitáis semejantes flaquezas en vuestras siervas. Haced bien, hijas, que no os quitarán el paternóster y el avemaría.

Siempre veréis muchos que os ayuden; porque eso tiene el verdadero siervo de Dios, a quien su Majestad ha dado luz del verdadero camino, que en estos temores le crece el deseo de no parar. Entiende claro por dónde va a dar el golpe el demonio, y húrtale el cuerpo y quiébrale la cabeza. Más siente él esto que cuanto placer otros le pueden hacer. Cuando en un tiempo de alboroto, en una cizaña que ha puesto (que parece a todos lleva medio ciegos), van muchos debajo de gran cristiandad, levanta Dios uno que los abre los ojos y diga: mirad que os ha puesto niebla para no ver el camino, ¡qué grandeza de Dios, que puede más a las veces un hombre solo, o diez, que digan verdad, que muchos juntos!; y torna poco a poco a descubrir el camino, dale Dios mío ánimo. Si dicen no haya oración, procurará se entienda es buena la oración, si no por palabras, por obras. Si dicen: no es bien tanta comunión, él más a menudo se llega al Santísimo Sacramento. Como hay uno con ánimo, luego se llega otro; torna el Señor a ganar lo perdido.

Así que, hijas, dejaos de estos miedos; nunca hagáis caso en cosas semejantes de la opinión del vulgo. Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo. Procurad tener limpia conciencia, humildad, menosprecio de todas las cosas del mundo, creer firmemente lo que tiene la madre santa Iglesia y a buen seguro que vais buen camino. Dejaos de temores adonde no hay que temer; si alguno os lo pusiere, con humildad declaradle el camino. Decid que Regla tenéis que os manda orar sin cesar (que así lo manda) y que la habéis de guardar. Si os dijere que será vocalmente apurad si ha de estar el entendimiento y corazón en lo que decís; que si os dice que sí (que no podrá decir otra cosa), veis ahí donde os confiesa habéis por fuerza de tener oración mental. Y contemplación si os la diere Dios.

 CAPITULO 37

En que declara qué cosa es oración mental.

Sí, que no está la falta para no ser oración mental en tener cerrada la boca; si hablando estoy enteramente viendo que hablo con Dios con más advertencia que en las palabras que digo, junto está oración mental y vocal. Salvo si no os dicen que estéis hablando con Dios y rezando el avemaría y pensando en el mundo; aquí callo. Mas si, como es razón, hablando con tan gran Señor, habéis de estar mirando con quién habláis y quién sois vos, siquiera para hablar con crianza, ¿cómo podréis llamar al príncipe alteza, ni ver las ceremonias que se hacen para hablar un grande, si no entendéis bien qué estado tiene y también qué estado tenéis vos? Porque conforme a esto se ha de hacer y conforme al uso, que aun es menester que sepáis el uso y no vais descuidado; si no, enviaros han por simple y no negociaréis cosa. Y más habréis menester, si no lo sabéis bien, de informaros y aun de deletrear lo que habéis de decir.

A mí me acaeció una vez, no tenía costumbre a hablar con señores e iba por cierta necesidad a tratar con una que había  de llamar <<señoría>>, y es así que me lo mostraron deletreado. Yo, como soy torpe y no lo había usado en llegando allá no lo acertaba bien; acordé decirle lo que pasaba, y echarlo en risa, porque tuviese por bueno llamarla <<merced>>, y así lo hice. Pues, ¿qué es esto, Señor mío? ¿Qué es esto, mi Emperador? ¿Cómo se puede sufrir esto, Príncipe de todo lo criado? Rey sois, Señor, sin fin, que no es reino prestado el que tenéis, sino vuestro propio; no se acaba. ¡Bendito seáis vos! Cuando se canta en el credo que <<vuestro reino no tiene fin>>, siempre casi me es particular regalo. Aláboos, Señor, y bendígoos, y todas las cosas os alaben por siempre; pues vuestro reino durará para siempre. Pues nunca, Señor, vos queráis sea bueno que quien os alabare y quien fuere a hablar con vos sea sólo con la boca.

¿Qué es esto, cristianos? ¿Entendéis os? Que querría dar voces y disputar (con ser la que soy) con los que dicen que no es menester oración mental. Cierto, que entiendo que no os entendéis ni sabéis cuál es oración mental, ni cómo se ha de rezar la vocal, ni qué es contemplación; porque si lo supieseis, no condenaríais por un cabo lo que alabáis por otro.

Yo he de poner siempre junta oración mental con la vocal cuando se me acorde, porque no os espanten, hijas que yo sé en qué caen estas cosas y no querría que nadie os trajese al retortero, que es cosa dañosa ir con miedo este camino. Importa mucho entender que vais bien, porque, en diciendo a uno que va errado y ha perdido el camino, le hacen andar de un cabo a otro, y todo lo que anda buscando por donde ha de ir, se cansa y gasta el tiempo y llega más tarde.

¿Quién dirá que es mal si comienza a rezar las horas o el rosario, que comience a pensar con quién habla y quién es el que habla, para ver cómo le ha de tratar? Pues yo os digo, hermanas, que si lo mucho que hay que hacer en estos dos puntos se hiciese bien, que primero que conocéis la oración vocal (que es rezar las horas o el rosario), ocupéis hartas horas en la mental. Sí, que no hemos de llegar a hablar con un príncipe como con un labradorcito, o como con una pobre como nosotras, que no va más que nos llamen <<tú>> que <<vos>>.

Razón es que, ya que por la humildad de este Rey, si  como grosera no sé hablar con él, y no por eso me tiene en menos, ni deja de allegarme a sí, ni me echan fuera sus guardas; que saben los ángeles que están allí la condición de su Rey, que gusta más de estas groserías de un pastorcito humilde, que sabe si más supiera más le dijera, que de las teologías muy ordenadas si no van con tanta humildad. Así que, no porque él sea bueno, hemos de ser nosotros descomedidos.

Siquiera para agradecerle el mal olor que sufre en sufrirnos, es bien que veamos quién es. Es verdad que se entiende luego en llegando, como los señores de acá, que, con decir su padre y tantos cuentos tiene de renta y este dictado, no hay más que saber; porque acá no se hace cuenta de las personas por mucho que merezcan, sino de las haciendas.

¡Oh miserable mundo! Alabad mucho a Dios, hijas, que habéis dejado cosa tan ruin adonde no hacen caso de lo que ellos en sí tienen, sino de lo que tienen sus renteros y vasallos.

Cosa donosa es ésta para que os holguéis en la hora de la recreación, que éste es buen pasatiempo: entender en qué ciegamente pasan su tiempo los del mundo.

¡Oh Rey de la gloria, Señor de los señores, Emperador de los emperadores, Santo de los santos, Poder sobre todos los poderes, Saber sobre todos los saberes, la misma Sabiduría! Sois Señor, la misma Verdad, la misma Riqueza; no dejaréis para siempre de reinar.

CAPITULO 38

Prosigue en la misma declaración de oración mental.

Sí, llegaos a pensar, en llegando, con quién vais a hablar o con quién estáis hablando. En mil vidas de las vuestras no acabaréis de entender cómo merece ser tratado este Señor, que tiemblan los ángeles delante de él. Todo lo manda; su querer es obrar. Pues razón será, hijas, que procuremos siquiera alcanzar alguna cosa de estas grandezas que tiene nuestro Esposo, a ver con quién estamos casadas, qué vida hemos de tener. ¡Válgame Dios!, pues acá, si uno se casa, primero sabe quién es y cómo y qué tiene; nosotras estamos desposadas (y todas las almas por el bautismo) antes de las bodas y que nos lleve a su casa el desposado. Pues no quitan acá estos pensamientos con los hombres, ¿por qué nos han de quitar que entendamos nosotras quién es este hombre, quién es su padre, qué tiene, adónde me ha de llevar de que me case, qué condición tiene, cómo le podré mejor contentar, en qué le haré placer, estudiar cómo conformaré mi condición con la suya? Pues si una mujer ha de ser bien casada, no le avisan otra cosa sino que estudie en esto, aunque sea un hombre muy bajo su marido; pues, Esposo mío, ¿en todo han de hacer menos caso de vos que de los hombres? Si a ellos no les parece bien esto, dejen os vuestras esposas que han de hacer vida con vos. Es verdad que es buena vida. Si un esposo es tan celoso, que quiere no salga su esposa de casa ni trate con otro, ¡linda cosa es que no la dejen que piense en cómo contentarle y la razón que tiene de sufrirle y de no querer trate con otro, pues en él tiene todo lo que puede querer!

Ésta es oración mental, hijas mías, entender estas verdades. Si queréis ir entendiendo esto y rezando vocalmente, muy enhorabuena. No me estéis hablando con Dios y pensando en otras cosas, que esto es lo que hace no entender qué cosa es oración mental. Creo va dado a entender. No os espante nadie con esos temores. Alabad a Dios, que es poderoso sobre todos y que no os lo pueden quitar; antes la que no pudiere rezar vocalmente con esta atención que no hace lo que es obligada y que lo está, si quiere rezar con perfección, de procurarlo con todas sus fuerzas, so pena de no hacer lo que debe a esposa de tan gran Rey. Suplicadle, hijas, me dé gracia para que lo haga como os lo aconsejo, que me falta mucho. Su Majestad lo provea por quien es.

CAPITULO 39

Lo que importa no tornar atrás quien ha comenzado este camino de oración, y torna a hablar de lo que va en que sea con determinación.

¡Qué divertirme hago! Digo que va muy mucho en comenzar con esta gran determinación, por tantas causas, que sería alargar mucho decirlas y en otros libros están dichas algunas. Solas dos diré o tres.

La una es que no es razón a quien tanto nos ha dado y continuo da, una cosa a que nos queremos determinar servirle y que le queremos dar, que es este cuidadito (no, cierto, sin interés, sino con tan grandes ganancias), no se lo dar con toda determinación, sino como quien presta una cosa para tornarlo a tomar. Esto no me parece a mí dar; antes siempre queda con algún disgusto a quien han emprestado una cosa cuando se la tornan a tomar, en especial si son amigos y a quien la emprestó debe muy muchas, dadas sin ningún interés suyo. Con razón le parecerá poquedad y muy poca voluntad, que aun una cosita suya no quiera dejar en su poder, siquiera por señal de amor.

¿Qué esposa hay que, recibiendo muchas joyas de valor de su esposo no le dé siquiera una. Sortijita, no por lo que vale, que ya todo es suyo del esposo, sino por señal de amor, por prenda que será suya hasta la muerte? Pues, ¿qué menos merece este Señor para que burlemos de él, dando y tomando una nonada que le damos? Sino que este poco tiempo que nos determinamos de darle a él de cuanto gastamos en nosotros mismos y en quien no nos lo agradecerá, ya que aquel rato le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de otras cosas, que sea con toda determinación de nunca jamás se le tornar a tomar por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradicciones ni por sequedades; sino que ya, como cosa no mía tenga aquel tiempo, y piense me le pueden pedir por justicia cuando del todo no se le quisiere dar.

Llamo <<del todo>>, porque no se entiende que dejarlo algún día, o algunos, por ocupaciones justas es tomársele ya. La intención esté firme, que no es nada delicado mi Dios; no mira en menudencias. Así tendrá que os agradecer; es dar algo. Lo demás, bueno es a quien no es franco, sino tan apretado, que no tiene corazón para dar; harto es que preste. En fin, haga algo, que todo lo toma en cuenta este Emperador; a todo hace como lo queremos. Para tomarnos cuenta no es nada menudo, sino generoso; por grande que sea el alcance, tiene él en poco perdonarle. Para pagarnos es tan mirado, que no hayáis miedo que un alzar de ojos con acuerdo suyo deje sin paga

Otra causa es porque el demonio no tiene tanta mano para tentaciones. Ha gran miedo a almas determinadas; que tiene ya experiencia le hacen gran daño y que cuanto él ordena para dañarlas viene en provecho suyo y de los otros, y que sale él con pérdida. Ya que no hemos nosotros de estar descuidados ni confiar en esto, porque lo habemos con gente traidora, y a los apercibidos no osa acometer, porque es muy cobarde; mas si viese descuido, haría gran daño. Y si conoce a uno por mudable y que no está firme en el bien que hace ni con gran determinación de perseverar, no le dejará a sol ni a sombra; miedos le pondrá e inconvenientes que nunca acabe. Yo lo sé esto muy bien por experiencia, y así lo he sabido decir, y digo que no sabe nadie lo mucho que importa.

La otra causa es (y que hace mucho al caso) que pelea con ánimo. Ya sabe que, venga lo que viniere, no ha de tornar atrás. Es como uno que está en una batalla; sabe que, si le vencen, no le perdonarán la vida; y que, ya que no muera en la batalla, ha de morir después; es averiguado –a mi parecer- que peleará con mucho más ánimo y no temerá tanto los golpes, porque lleva delante lo que le importa la victoria.

Es muy necesario también que comencéis con gran seguridad en que, si peleáis con ánimo y no os dejando vencer, que saldréis con la empresa; esto sin ninguna falta: por poca ganancia que saquéis, saldréis muy rico. No hayáis miedo os deje morir de sed el Señor que os llama a que bebáis de esta fuente. Esto queda ya dicho, y querríalo decir muchas veces, porque acobarda mucho a personas que aún no conocen del todo la bondad del Señor por experiencia, aunque le conocen por fe; mas es gran cosa saber por experiencia con el amistad y regalo que trata a los que van por este camino.

Los que no lo han probado, no me maravillo quieran seguridad de algún interés. Pues ya sabéis que es ciento por uno, aun en esta vida, y que dice el Señor que le pidamos y nos dará (Mt 19,29). Si no creéis a su Majestad en las partes de su Evangelio que asegura esto, poco aprovecha quebrarme yo la cabeza. Todavía digo que, aun si tenéis alguna duda, que lo probéis; ¿qué se pierde? Que aun esto hay excelente en este viaje, que muy muchas cosas se dan más de las que se piden, ni de las que acertamos nosotros a pedir. Esto es sin falta, yo sé que es así; si no hallaren ser verdad, no me crean cosa de cuantas os digo. Ya vosotras hermanas, lo sabéis por experiencia, y os puedo presentar por testigos, por la bondad de Dios. Por las que vinieren, es bien esto que está dicho.

Ya he dicho que trato con almas que no se pueden recoger ni atar los entendimientos en oración mental ni consideración. No haya aquí nombre de estas dos cosas, pues no sois para ellas; que hay muchas almas, en hecho de verdad, que sólo el nombre las atemoriza.

Y porque si alguna viniere a esta casa, que también, como he dicho, no pueden ir todas por un camino, lo que quiero aconsejaros y, aun pudiera decir, enseñaros (porque, como madre tengo ahora este cargo): cómo habéis de rezar vocalmente, porque es razón entendáis lo que decís.

Y porque quien no es para pensar en Dios, puede ser oraciones largas también les canse, tampoco me quiero entremeter en ellas, sino en las que forzado habemos de rezar, si somos cristianos, que es el paternóster y avemaría. .

CAPITULO 40

En que trata  de oración vocal con perfección, y cuán junta anda con ella la mental.

Claro está que hemos de ver lo que decimos, como he dicho. No puedan decir por nosotras que hablamos y no nos entendemos, salvo si no decís que no es menester esto, que ya os vais por la costumbre: <<que basta decir las palabras>>. Si eso basta o no, no me entremeto; eso es de letrados, ellos lo dirán a las personas que les diere. Dios luz para que se lo ,quieran preguntar, y en los que no tienen nuestro estado no me entremeto. Acá querría yo, hijas, no nos contentemos con eso; porque cuando digo credo, razón me parece será, y aun obligación, que sepa lo que creo; cuando digo Pater, amor me parece será entender quién es este Padre. Pues también será bien que veamos quién es el maestro que nos enseña esta oración.

Si queremos decir que basta ya saber de una vez quién es el maestro sin que más nos acordemos, también podéis decir que basta decir una vez en la vida la oración. Si, que mucho va, como dicen, de maestro a maestro, pues aun de los que acá nos enseñan parece gran desgracia no nos acordar de ellos, y si es maestro del alma y somos buenos discípulos, es imposible sino tenerle mucho amor y aun honramos de él y hablar en él muchas veces. Pues de tal maestro como quien nos enseñó esta oración, y con tanto amor y deseo que nos aprovechase, nunca Dios quiera que sea bueno no nos acordemos muchas veces cuando decimos la oración, aunque por ser flacos no sean todas

Pues, cuanto a lo primero, ya sabéis que enseña este Maestro celestial sea a solas; que así lo hacía él siempre que oraba (Mt 6, 5-6), no por su necesidad, sino por nuestro enseñamiento.

Esto ya dicho se está, que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y oír lo que están hablando, o pensar en lo que les parece, sin más irse a la mano; esto ya se sabe que no es bueno y que hemos de procurar estar a solas, y aun plega a Dios entendamos con quien estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones. ¿Pensáis que está callando? Aunque no lo oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón. Presupuesto esto que ha de ser a solas, bien es consideremos cada una de nosotras a quien enseñó esta oración el Señor y que nos la está mostrando, pues nunca el maestro está tan lejos del discípulo , que sea menester dar voces, sino muy junto. Esto quiero yo veáis vosotras os conviene para rezar bien el paternóster: no os apartar de cabe el Maestro que os lo mostró.

Luego diréis que ya esto es consideración, que no podéis ni lo queréis, sino rezar vocalmente, y tenéis alguna razón. Mas yo os digo, cierto, que no sé cómo lo aparte, si ha de ser rezar entendiendo con quién hablamos, como es rezón y aun obligación que procuremos rezar con advertencia ya, y aun plega a Dios que con estos remedios vaya bien rezado el paternóster y no acabemos en otra cosa impertinente. Yo lo he probado algunas veces, y ningún remedio otro hallo si no es procurar tener el pensamiento en quien enderezo las palabras. Por eso, tened paciencia, que esto es menester para ser monjas y aun para rezar como buenos cristianos, a mi parecer.

CAPITULO 41

Lo mucho que gana un alma que reza con perfección vocalmente y cómo la levanta Dios a cosas sobrenaturales de ella.

Será posible que rezando el paternóster os ponga Dios en contemplación perfecta si le rezáis bien; que por estas vías muestra que oye al que le habla, y le habla su Majestad, suspendiéndole el entendimiento y atajándole el pensamiento y tomándole como dicen, la palabra de la boca, que, aunque quiere, no puede hablar si no es con mucha pena.

Entiende que, sin ruido de palabras, obra en su alma su Maestro y que no obran las potencias de ella, que ella entienda. Esto es contemplación perfecta.

Ahora entenderéis la diferencia que hay de ella a oración mental, que es lo que queda dicho: pensar y entender qué hablamos, y con quién hablamos, y quién somos los que osamos hablar con tan gran Señor; pensar esto y otras cosas semejantes de lo poco que le hemos servido y lo mucho que estamos obligados a servir es oración mental: no penséis que es otra algarabía, ni os espante el nombre.

Rezar el paternóster, o lo que quisiereis, es oración vocal. Pues mirad qué mala música hará sin lo primero; aun las palabras no llevarán concierto todas veces. En estas dos cosas podemos algo nosotros, con el favor de Dios. En la contemplación que ahora dije, ninguna cosa; Dios es el que todo lo hace, que es obra suya, sobre nuestro natural.

Como está todo lo mejor dado a entender en el libro que digo tengo escrito (y así no hay que tratar de ello tan particularmente aquí, allí dije todo lo que supe); quien llegare a haberle Dios llegado a este estado de contemplación de vosotras (que, como dije, algunas estáis en él), procuradle, que os importa mucho de que yo me muera; las que no, no hay para qué, sino esforzarse a hacer lo que en este libro va dicho de ganar por cuantas vías pudiere y tener diligencia que el Señor se lo dé con suplicárselo y ayudarse. Lo demás el Señor mismo lo ha de dar, y no lo niega a nadie que llegue hasta la fin del camino peleando como queda dicho.

CAPITULO 42

En que va declarando el modo para recoger el pensamiento, y da medios para ello. Es capítulo muy provechoso para los que comienzan.

Ahora, pues, tornemos a nuestra oración vocal para que se rece de manera que, sin entendernos, nos lo dé Dios todo junto, y para, como he dicho, rezar como es razón.

La examinación de la conciencia y decir la confesión y santiguaros, ya esto se sabe que ha de ser lo primero. Procurad luego, hija, pues estáis sola, tener compañía. Pues, ¿qué mejor que el mismo Maestro que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al Señor junto con vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, cuanto pudiereis, no andéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos, y él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle; no le podréis, como dicen, echar de vos; no os faltarán para siempre, ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle habéis en todas partes. ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?.

¡Oh almas que no podéis tener mucho discurso de entendimiento, ni podéis tener el pensamiento, sin mucho divertiros, en Dios!, ¡acostumbraos, acostumbraos!; mirad que sé yo que podéis hacer esto, porque pasé muchos años por este trabajo de no poder sosegar el pensamiento en una cosa y eslo muy grande. Mas sé que no nos deja el Señor tan desiertos que, si llegamos con humildad, no nos acompañe; y si en un año no pudiéramos salir con ello, sea en más. Digo que esto, que lo puede acostumbrarse a andar cabe este verdadero Maestro.

No os pido que penséis en él, ni saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones en vuestro entendimiento; no quiero más de que le miréis. Pues, ¿quién os quita volver los ojos del alma (aunque sea de presto si no podéis más) a él? Pues podéis mirar cosas muy feas y asquerosas, ¿no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Si no os pareciere bien, yo os doy licencia que no le miréis más. Pues nunca quita vuestro Esposo los ojos de vos, hija, y haos sufrido mil cosas feas y abominaciones contra él y no ha bastado para que os deje de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos del alma de las cosas exteriores, le miréis algunas veces a él? Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa (Cant 2,14), sino que le miréis; como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que lo volváis a mirar, que no quedará por diligencia suya.

Así como dicen ha de ser la mujer que quiere ser bien casada con su marido, que si está triste se ha de mostrar ella triste, y si alegre, alegre, aunque nunca lo esté. Esto con verdad, sin fingimiento hace el Señor con vos: él se hace el sujeto, y quiere seáis vos la señora y andar él a vuestra voluntad.

Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas, ¡con qué claridad, con qué hermosura, con qué señorío, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues, ¿es mucho que a quien tanto os da volváis una vez los ojos a él?

Si estáis con trabajos o triste, miradle en la columna lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama, perseguido de unos, escupido de otros, negado de otros, sin amigos, sin nadie que vuelva por él, helado de frió, puesto en tanta soledad, que uno con otro os podéis consolar. O miradle en el huerto, o en la cruz, o cargado con ella, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vais con él a consolar y volváis la cabeza a mirarle.

¡Oh Señor del mundo y verdadero Esposo mío! (le podéis vos decir si se os ha enternecido el corazón con verle tal, que no sólo queráis mirarle, sino que os holguéis de hablarle, no oraciones compuestas, sino de la pena de vuestro corazón, que las tiene él en muy mucho), ¿tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que queréis admitir una pobre compañía, y veo en vuestro semblante que habéis olvidado vuestras penas conmigo? Pues, ¿cómo, Señor, es posible que os dejan solo los ángeles, y que no os consuela vuestro Padre? Si es así, Señor, que todo lo queréis pasar por mí, ¿qué es esto que yo paso?, ¿de qué me quejo? Que ya he vergüenza de que os he visto tal, que quiero pasar, mi Bien, todos los trabajos que me vinieren y tenerlos por gran bien por parecerme a vos en algo. Juntos andamos, Señor; por donde fuiste, tengo de ir; por donde pasareis he de pasar.

Tomad, hija, de aquella cruz; no se os dé nada que os atropellen los judíos; no hagáis caso de lo que os dijeren; haceos sorda a las murmuraciones; tropezando, cayendo con vuestro Esposo, no os apartéis de la cruz. Mirad muchas veces el cansancio con que va y las ventajas que hace su trabajo a los vuestros; por grandes que los queráis pintar y por mucho que los queráis sentir, saldréis consoladas de ellos, porque veréis que son cosa de burla comparados a los de Cristo.

Diréis, hermanas, que cómo se podrá hacer esto, que si fuera con los ojos del cuerpo y en el tiempo que su Majestad andaba por acá, que lo hicierais de buena gana y le mirarais siempre. No lo creáis, que quien ahora no se quiere hacer un poquito de fuerza a recoger siquiera la vista para mirar dentro de sí este Señor (que lo puede hacer sin peligro, sino con tantito cuidado) muy menos se pusiera al pie de la cruz con la Magdalena, que veía la muerte al ojo, como dicen.

Mas, ¡qué debía pasar la gloriosa Virgen y esta bendita santa! ¡Qué de amenazas, qué de malas palabras y qué descomedidas! Pues, ¡con qué gente lo había tan cortesana! Sí, lo era del infierno, que eran ministros suyos. Por cierto, que debía ser terrible cosa lo que pasaron, sino que, con otro dolor mayor, no sentirían el suyo.

CAPITULO 43

Prosigue en lo mismo, y comienza una devota y regalada manera de rezar el Paternóster

Así que, hermana, no creáis para ello si no sois para estotro, y crees que digo verdad (porque he pasado por ello) que lo podréis hacer.

Para ayuda de esto, procurad traer  una imagen o retrato de este Señor, no para traerle en el seno y nunca le mirar, sino para muchas veces hablar con él, que él os dará que hablar. Como habláis acá con otras personas, ¿por qué os han más de faltar palabras para hablar con Dios?  No lo creáis; al menos, yo no os creeré.

También es gran remedio tomar un buen libro de romance, aun para recogeros para rezar vocalmente (digo como se ha de rezar), y poquito a poquito ir acostumbrando el alma con halagos y artificio para no la amedrentar.

Haced cuenta que ha muchos años que se ha ido huida de su Esposo, y que, hasta que quiera tornar a su casa, es menester mucho saberlo negociar. Que así somos los pecadores: tenemos tan acostumbrada nuestra alma y pensamiento a andar tan a su placer, o pesar, por mejor decir, que la triste alma no se entiende; que para que torne a tomar amor con su marido y a acostumbrarse a estar en su casa, es menester mucho artificio y que sea con amor y poco a poco; si no, nunca haremos nada.

Y creed cierto que, si con cuidado os acostumbréis a considerar que traéis con vos a este Señor y a hablar con él muchas veces, que sacaréis tan gran ganancia, que, aunque yo ahora os la quiera decir, por ventura no me creeréis.

Pues juntas cabe vuestro Maestro, muy determinadas a deprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni dejaros si no le dejáis. Mirad las palabras que os dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es poco bien y regalo del discípulo ver que el maestro le ama.

 CAPITULO 44

En que trata del amor que nos mostró el Señor en estas primeras palabras: <<Pater noster, qui es in celis>>

<<Padre nuestro, que estás en los cielos>>. ¡Oh Señor, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre! ¡Benditos seáis por siempre jamás! No fuera al fin de la oración esta merced, Señor, tan grande. En comenzando nos henchís las manos y hacéis tan gran merced, que sería harto bien henchirse el entendimiento para ocupar de manera la voluntad que no pudiese hablar palabra.

¡Oh, qué bien venía aquí, hijas, contemplación perfecta! ¡Oh, con cuánta razón se entraría el alma en sí para poder mejor subir sobre sí misma a que se le diese a entender qué cosa es el lugar adonde dice el Hijo que está el Padre, que es en los cielos! Salgamos de la tierra, hijas mías, que tal merced como ésta no es razón se tenga en tan poco, que después de entender cuán grande es, nos quedemos en la tierra.

¡Oh Hijo de Dios y Señor mío! ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? Ya que os humilláis a vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros en lo que pedís y ser hermano de cosa tan baja y miserable. ¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos? Que vuestra palabra no puede faltar, hase de cumplir (Lc 24,35). Obligáisle a que la cumpla, que no es poca carga, pues, en siendo Padre, nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a él, como el hijo pródigo, hanos de perdonar (Lc 15,20), hanos de consolar en nuestros trabajos como lo hace un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en él no puede haber sino todo el bien cumplido. Hanos de regalar, hanos de sustentar, que tiene con qué, y después hacernos participantes y que heredemos con vos.

Mirad, Señor mío, que ya que vos con el amor que nos tenéis y con vuestra humildad, no se os ponga nada delante (en fin, Señor, estáis en la tierra y vestido de ella, pues tenéis nuestra naturaleza, y la parte que tenéis parece que os obliga a hacernos bien), mas mirad que vuestro Padre está en el cielo (vos lo decís), es razón, Señor, que miréis por su honra. Ya que estáis vos ofrecido de ser deshonrado por nosotros, dejad a vuestro Padre libre; no le obliguéis a tanto por gente tan ruin como yo, que le ha de dar tan malas gracias, y otros también hay que no se las dan buenas.

¡Oh buen Jesús, qué claro habéis mostrado ser una cosa con él (Jn 10,30) y que vuestra voluntad es la suya y la suya vuestra! ¡Qué confesión tan clara, Señor mío! ¡Qué cosa es el amor que nos tenéis! Habéis andado rodeando y encubriendo al demonio que sois Hijo de Dios, y, con el gran deseo que tenéis de nuestro bien, no se os puso cosa delante por hacernos tan grandísima merced. ¿Quién la pudiera hacer sino vos, Señor? Yo no sé cómo en esta palabra no entendió el demonio quién erais sin quedarle duda. Al menos, bien veo, mi Jesús, que habéis hablado como Hijo regalado por vos y por todos, y que sois poderoso para que se haga en el cielo lo que vos decís en la tierra. ¡Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante!

CAPITULO 45

En que trata lo mucho que importa no hacer ningún caso del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios.

Pues, ¿paréceos, hijas, que es buen maestro éste, pues para aficionaros a que deprendamos lo que nos enseña, a la primera palabra nos hace merced tan grande? ¿Será razón que, aunque digamos con la boca esta palabra, dejemos de entender con el entendimiento, para que se haga pedazos nuestro corazón, tan gran merced? No es posible que esto diga nadie que entendiere cuán grande es. Pues, ¿qué hijo hay en el mundo que no procure saber quién es su padre cuando le tiene bueno y de tal bondad y majestad y señorío? Y aun si no lo fuera, no me espantara no os quisierais conocer por sus hijas: porque anda el mundo tal, que si el padre es más bajo del estado en que está el hi   jo, en dos palabras, no le conocerá por padre.

Esto no viene aquí, porque en esta casa nunca, plega a Dios, haya acuerdo de cosa de éstas: sería infierno; sino que la que fuere más, tome menos su padre en la boca: todas han de ser iguales. ¡Oh colegio de Cristo! Que tenía más mando san Pedro, con ser un pescador –y lo quiso así el Señor-, que san Bartolomé, que era hijo de rey. Sabía su Majestad lo que había de pasar sobre cuál era de mejor tierra, que no es otra cosa sino debatir si será para lodo buena o para adobes. ¡Oh, válgame Dios, qué gran ceguedad!

Dios os libre, hermanas, de semejantes pláticas, aunque sea en burlas; que espero en su Majestad sí hará. Y cuando algo de esto en alguna hubiere, no la consintáis en casa, que es Judas entre los apóstoles. Haced cuanto pudiereis de libraros de tan mala compañía. Y si esto no podéis, más graves penitencias que por otra cosa ninguna, hasta que conozca que aun tierra muy ruin no merecía ser. Buen Padre os da el buen Jesús; no se conozca aquí otro padre para tratar de él, si no fuere el que os da vuestro Esposo; y procurad, hijas mías, ser tales que merezcáis regalaros con él y echaros en sus brazos. Ya sabéis que está obligado a no os echar de sí si sois buenas hijas; pues, ¿quién no procurará no perder tal Padre?

¡Oh, válgame Dios!, que hay aquí en que os consolar, que por no me alargar más, lo quiero dejar a vuestros entendimientos; que por desbaratado que ande el pensamiento, entre tal Hijo y tal Padre forzado ha de estar el Espíritu Santo que obre en vuestra voluntad y os ate tan grandísimo amor, ya que no os ate tan gran interés.

CAPITULO 46

Comienza a tratar de recoger el entendimiento

Ahora mirad que dice vuestro Maestro: <<Que está en el cielo>>. ¿Pensáis que os importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho no sólo creer esto, sino pensarlo mucho; porque es una de las cosas que muy mucho atan los pensamientos y hacen recoger el alma.

Ya habréis oído que Dios está en todas partes, y esto es gran verdad. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen que es la corte; en fin, que adonde está Dios es el cielo. Sin duda lo podéis creer, que adonde está su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín (creo en el libro de sus Meditaciones) que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí.

¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad, y ver que no ha menester para hablar con su Padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, que ni ha menester rezar a voces? Por paso que hable, la oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como Padre, pedirle como a Padre, regalarse con él como con Padre, entendiendo que no es digna de serlo.

Déjese de unos encogimientos que tienen algunas personas, y piensan que es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no tomarla, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella- ¡Donosa es la humildad, que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra, que se viene a mi casa por hacerme merced y por holgarse conmigo, y por humildad ni le quiera responder, ni me quiera estar con él, sino que le deje solo y que, estándome diciendo que le pida, por humildad me quede pobre y aun le deje ir de que ve que no acabo de determinarme!

No os curéis hijas, de esas humildades, sino tratad con él como con padre y como con hermano y como con señor: a veces de una manera, a veces de otra, que él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como tales. Mirad que os va mucho tener entendida esta verdad: que está el Señor dentro de nosotras y que allí nos estemos con él.

 CAPITULO 47

En que comienza a tratar de oración de recogimiento.

Es arte de rezar que, aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo mil bienes. Llámase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios; viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud que de ninguna otra manera. Porque allí, metida consigo misma, puede pensar toda la Pasión y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre y no cansar el entendimiento, andándole buscando en el monte Calvario, y al huerto, y a la columna.

Las que de esta manera se pudieran encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que hizo el cielo y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde oiga cosa que le distraiga, crea que lleva excelente camino, y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen viento ser pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra tárdanse mucho más.

Es camino del cielo (digo <<del cielo>>, que están metidos allí en el palacio del Rey), no están en la tierra y más seguros de muchas ocasiones.

Pégase más presto el fuego del amor divino, porque con poquito que soplen con el entendimiento están cerca del mismo fuego. Con una centellica que le toque se abrasará todo. Como no hay embarazo de lo exterior, estáse sola el alma con su Dios, hay gran aparejo para entenderse.

Yo querría que entendieseis muy bien esta manera de orar que, como he dicho, se llama recogimiento.

 CAPITULO 48

Pone una comparación y modo para acostumbrar el alma a andar dentro de sí.

Haced cuenta que dentro de vosotras está un palacio de grandísimo precio, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como para tal Señor; y que sois vos el que podéis mucho en que sea tan precioso el edificio, como a la verdad es así (que no hay edificio de tanta hermosura como un alma limpia y llena de virtudes; mientras mayores, más resplandecen las piedras), y que en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre, en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.

Parecerá esto al principio cosa impertinente (digo hacer esta ficción para darlo a entender) y puede ser aproveche mucho a vosotras en especial. Porque, como no tenemos letras las mujeres ni somos de ingenios delicados, todo esto es menester para que entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior que importa mucho. Y plega a Dios que sean solas mujeres las que andes con este descuido; que tengo por imposible, si trajésemos cuidado de pensar que tenemos tal huésped dentro, que nos diésemos  tanto a las vanidades y cosas del mundo, por que veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos. Pues, ¿qué más hace un alimaña que en viendo lo que le contenta a los ojos, hartar su hambre en la presa? Sí que diferencia ha de haber de ellas a nosotros, pues tenemos ya tal Padre.

Reiránse de mí por ventura; dirán que bien claro se está esto, y tendrán razón, porque para mí fue oscuro algún tiempo. Bien entendía que tenía alma; mas lo que merecía esta alma y quién estaba dentro de ella si yo no me tapaba los ojos con las vanidades de la vida, no lo entendía. Que –a mi parecer- si como ahora con verdad entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo; alguna me estuviera con él y más procurara que no estuviera tan sucio. Mas, ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchera mil mundos con su grandeza, encerrase en cosa tan pequeña! Así quiso caber en el vientre de su sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad y, como nos ama, hácese a nuestra medida.

Cuando un alma comienza (por no la alborotar de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande), no se da a conocer hasta que va ensanchando esta alma poco a poco, conforme a lo que entiende es menester para lo que pone en ella. Por eso digo que trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio todo.

El punto está en que se le demos por suyo con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa suya; ésta es su condición, y tiene su Majestad razón; no se lo neguemos. Aun acá nos da pesadumbre huéspedes en casa cuando no podemos decirlos que se vayan; y como él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le dan; mas no se da a sí del todo hasta que ve nos damos del todo a él.

Esto es cosa cierta y, por eso, lo digo tantas veces; ni obra en el alma como cuando del todo es sin embarazo suya; ni sé cómo ha de obrar: es amigo de todo concierto. Pues si este palacio se hinche de gente baja y de baratijas, ¿cómo ha de caber él con su corte? Harto hace de estar un poquito entre tanto embarazo.

¿Pensáis, hijas, que viene solo? ¿No veis que dice su sacratísimo Hijo: <<Que estás en los cielos>>? Pues un tal Rey, a osadas que no le dejen los cortesanos; sino que están con él, rogándole por vos todos para vuestro provecho, porque están todos llenos de caridad. No penséis que es como acá, que si un señor o prelado favorece algunos fines, y porque quiere, luego hay las envidias y el ser malquisto aquel pobre sin hacerles nada, que le cuestan caro los favores.

Huid, por amor de Dios, de semejantes cosas; procurad cada una lo que debiere, que si el prelado no se lo agradeciere, segura puede estar lo agradece y pagará el Señor. Sí, que no venimos aquí a buscar premio en esta vida, sino en la otra; siempre el pensamiento en lo que dura, y de lo de acá ningún caso hagáis, que, aun para lo que se vive, no es durable, que hoy está bien con la una; mañana, si ve una virtud más en vos, estará mejor con vos; y si no, poco va en ello. No deis lugar a estos primeros movimientos, sino atajadlos con que no es acá vuestro reino y cuán presto tiene todo fin y cómo no hay cosa en un ser aun acá.

CAPITULO 49

Prosigue en la misma materia. Es capítulo muy provechoso.

Mas aun esto es bajo remedio y poca perfección. Lo mejor es que dure, y vos desfavorecida y abatida y lo queréis estar por él que está con vos. Poned los ojos en vos y miraos interiormente; hallaréis vuestro Esposo, que no os faltará; antes, mientras menos consolación por defuera, más regalo os hará. Es muy piadoso, y a persona afligida jamás falta si confía en él solo. Así lo dice David, que <<nunca vio al justo desamparado>>, y otra vez, que <<está el Señor con los afligidos>> (Sal 90,15); (33,19). Pues o creéis esto o no; pues creyéndolo, como se ha de creer, ¿de qué os matáis?.

¡Oh Señor mío!, que si de veras os conociésemos, no se nos daría nada de nadie; dais mucho a los que de veras se quieren dar a vos. Creed, amigas, que es gran cosa entender esta verdad, para ver que las cosas y favores de acá todos son mentira cuando desvían en algo de esta verdad. ¡Oh, válgame Dios, quién hiciese entender esto a los mortales! No yo, por cierto, Señor, que con deberos más que ninguno no acabo de entenderlas como se han de entender.

¡Oh, quién supiese declarar cómo está esta compañía santa con el acompañador de las almas. Santo de los santos, sin impedir a la soledad que ella y su Esposo tienen, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con su Dios y cierra la puerta a todo lo del mundo! Y entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que podemos nosotros hacerlo (con el favor de Dios se entiende, todo cuanto en este libro dijere podemos, pues sin él no se puede nada, nada). Porque éste no es silencio de las potencias, sino encerramiento de ellas en sí misma, el alma.

Gánase esto de muchas maneras, como está escrito en algunos libros, que nos hemos de desocupar de todo para llegarnos interiormente a Dios, los que escriben oración mental.

CAPITULO 50

 

En que dice el gran provecho que se saca de este modo de oración.

Como yo no hablo sino en cómo ha de rezarse la vocal para ir bien rezada, no hay para qué decir tanto; pues lo que pretendo sólo es para que veamos y estemos con quien hablamos, sin tenerle vueltas las espaldas (que no me parece otra cosa estar hablando con Dios y pensando en mil vanidades); y viene todo el daño de no entender con verdad que está cerca, sino imaginarle lejos. ¡Y cuán lejos si le vamos a buscar al cielo! Pues, ¿rostro es el vuestro, Señor, para no mirarle estando tan cerca de nosotros? No parece nos oyen los hombres cuando hablamos si no vemos que nos miran, ¿y cerramos los ojos para no mirar que nos miráis vos? ¿Cómo hemos de entender si habéis oído lo que os decimos? Sólo esto es lo que querría dar a entender: que para irnos acostumbrando a con facilidad ir asegurando el entendimiento para entender lo que habla y con quién habla, es menester recoger estos sentidos exteriores a nosotros mismos y que les demos en qué se ocupar, pues es así que tenemos el cielo dentro de nosotros, pues el Señor de él lo está.

Y si una vez comenzamos a gustar de que no es menester dar voces para hablarle, porque su Majestad se dará a sentir cómo está allí, rezaremos con mucho sosiego el paternóster y las más oraciones que quisiéramos y ayudarnos ha el mismo Señor a que no nos cansemos; porque, a poco tiempo que forcemos a nosotros mismos a estarnos con él, nos entenderá por señas; de manera que, si habíamos de decirle muchas veces el paternóster, nos entienda de una. Es muy amigo de quitarnos de trabajos; aunque en una hora le digamos una vez, como entendamos estando con él y lo que le pedimos y la gana que tiene de darnos (en fin, como Padre) y cuán de buena gana se está con nosotros y nos regalemos con él, no es amigo de que nos quebremos las  cabezas.

Por eso, hermanas, por amor del Señor os acostumbréis a rezar con este recogimiento el paternóster y veréis la ganancia antes de mucho tiempo. Porque es modo de orar que hace tan presto costumbre a no andar el alma perdida y las potencias alborotadas como el tiempo os lo dirá. Sólo os ruego lo probéis, aunque os sea algún trabajo, que todo lo que no está en costumbre le da más. Mas yo os aseguro que antes de muchos sea gran consuelo entender que, sin cansaros a buscar adonde está este santo Padre a quien pedís, le halléis dentro de vos.

Su Majestad lo enseñe a las que no lo sabéis, que de mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción y consolación hasta que el Señor me enseñó este modo; y siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogerme dentro en mí, que eso me ha hecho alargar. Y por ventura todas os lo sabéis, mas alguna vendrá que no lo sepa; por eso, no os pese de que lo haya aquí dicho.

Ahora vengamos a entender cómo va adelante nuestro buen Maestro, y comienza a pedir a su santo Padre para nosotros, y qué pide, que es bien lo entendamos.

CAPITULO 52

Que trata de estas palabras: >>Sanctificetur nomen tuum, adveniat regnum tuun.>> Comienza a declarar oración de quietud.

Pues dice el buen Jesús: <<Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino.>>  Ahora mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Esposo. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar ni ensalzar este nombre santo del Padre eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros (de manera que se hiciese como es razón) si no nos preveía su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque  entendáis, hijas, esto que pedimos y lo que nos importa pedirlo y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si no fuere bien, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos da el Señor como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia (como lo hago siempre, y aun esto no os daré a leer hasta que lo vean personas que lo entiendan); al menos, si no lo fuere, no va con malicia, sino con no saber más.

El gran bien que hay en el reino del cielo, con otros muchos, es: ya no tener cuenta con cosas de la tierra, un sosiego y gloria en sí mismo0s, un alegrarse de que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección y en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos si le conociésemos.

Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir esta petición nos manda pedir, y a buen seguro que nos dice que pidamos cosas imposibles; que posible sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro, aunque no en la perfección que están ya salidas de esta cárcel, porque andamos en mar y vamos este camino. Mas hay ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias y quietud del alma, que, como por señas, les da claro a entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor lleva a su reino; y a los que se les da acá como le pedimos, les da prendas para que por ellas tengan gran esperanza de ir a gozar perpetuamente lo que acá les da a sorbos.

Si no dijeran que trato de contemplación, venía aquí bien en esta petición hablar un poco de principios de pura contemplación, que los que la tienen llaman oración de quietud; mas, como he dicho que trato de oración vocal, parece no viene lo uno con lo otro a quien no lo supiere, y yo sé que sí viene. Perdonadme que lo quiero decir aquí, porque sé que muchas personas, rezando vocalmente, las levanta Dios a subida contemplación, sin procurar ellas nada ni entenderlo; por esto pongo tanto, hijas, en que recéis bien las oraciones vocales Conozco una monja que nunca pudo tener sino oración vocal, y, asida a ésta, lo tenía todo; y si no, íbasele el entendimiento tan perdido, que no lo podía sufrir. Mas, ¡tal tengan todas la mental!.

En ciertos paternóster que rezaba, a las veces que el Señor derramó sangre, se estaba (y en poco más) dos o tres horas, y vino a mí muy congojada, que no sabía tener oración ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Era ya vieja y había gastado su vida harto bien y religiosamente. Preguntándole yo qué rezaba, en lo que me contó vi que, asida al paternóster, le levantaba el Señor a tener unión. Así, alabé al Señor y hube envidia su oración vocal. Así que no penséis los que sois enemigos de contemplativos que estáis libres de serlo, si las oraciones vocales rezáis como han de rezar, teniendo limpia conciencia; así que todavía lo habré de decir. Quien no lo quisiere oír, pase adelante.

CAPITULO 53

Prosigue en declarar la misma oración de quietud. Es mucho de notar.

Esta oración de quietud, adonde yo entiendo comienza el Señor, como digo, a dar a entender que oye nuestra petición, que comienza ya a darnos su reino aquí, para que de verdad alabemos su nombre y procuremos le alaben otros (aunque por tenerlo escrito en otra parte, como he dicho, no me alargaré mucho en declararlo) diré algo.

Es cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos; porque es un ponerse el alma en paz o ponerla el Señor con su presencia, como hizo el justo Simeón, porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma, por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que está ya junta cabe su Dios, que, con poquito más, llegará a estar hecha una misma cosa con él por unión. Esto no es porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco no veía el justo Simeón más del glorioso niño pobrecito; que en lo que llevaba envuelto y la poca gente de acompañamiento que iba en la procesión, más pudiera juzgarle por romerito, hijo de padres pobres, que por Hijo del Padre celestial; mas dióselo el mismo Niño a entender.

Y así lo entiende acá el alma, aunque no con esa claridad; porque aun ella no se entiende más de que se ve en el reino (al menos cabe el Rey que se le ha de dar), y parece que la misma alma está con acatamiento aun para no osar pedir.

Es como un amortecimiento interior y exteriormente, que no querría el hombre exterior (digo el cuerpo, que alguna simplecita vendrá que no sepa qué es interior y exterior), así que no querría bullir; sino ya, como quien ha llegado casi al fin del camino, descansa; y siéntese grandísimo deleite con el cuerpo y grande satisfacción, y el alma está tan contenta de sólo verse cabe la fuente, que aun sin beber está ya harta; no parece hay mas que desear; las potencias sosegadas, que no querrían bullirse, aunque no están perdidas, porque piensan en cabe quién están y pueden; es un pensamiento sosegado; no querrían se menease el cuerpo porque no las desosegase; piensan una cosa y no muchas; dales para el hablar; es decir <<Padre nuestro>> una vez, se les pasará una hora. Están tan cerca, que ven que se entienden por señas. Están en el palacio cabe el Rey; están en su reino, que se les comienza ya el Señor a dar aquí. Vienen unas lágrimas sin pesadumbre algunas veces y con mucha suavidad; todo su deseo es que sea santificado este nombre. No parece entonces que están en el mundo, ni le querrían ver ni oír, sino a su Dios. No les da pena nada, ni parece se la ha de dar.

En lo que trataba de oración de quietud dejé de decir esto; que acaece mucho estar el alma en verdadera quietud u el entendimiento tan remontado, que parece no es en su casa aquello que pasa. Y, a la verdad, así me parece acaece entonces, que no está sino como en casa ajena huésped y buscando otras posadas adonde estar; que aquélla no le contenta, porque sabe poco estar en un ser. No deben de ser así otros. Conmigo hablo, que algunas veces me deseo morir, de que no puedo remediar esto. Otras parece hace asiento en su casa y se está con la voluntad, que si entrambos se conciertan, es una gloria. Es como dos casados, si lo son bien y se aman y el uno quiere lo que el otro; mas si uno es mal casado, ya  ven el desasosiego que da a su mujer. Así que la voluntad, cuando se ve en esta quietud (y nótese mucho este aviso, que importa), no hago caso de él más que de un loco; porque si le quiere traer consigo, forzado se ha de ocupar e inquietar algo. Y en este punto de oración todo será trabajar y no ganar más, sino perder lo que le da el Señor sin ninguno suyo.

Y advertid mucho a esta comparación que me puso el Señor estando en esta oración, y cuádrame mucho. Está el alma como un niño que aún mama cuando está a los pechos de su madre, y ella sin que él paladee, échale la leche en la boca por regalarle. Así acá, que sin trabajo del entendimiento se le pone el Señor en el alma, y quiere que entienda está allí, y que trague la leche que le da, y esté entendiendo que se lo da, y amando. Si va a pelear, para dar parte al entendimiento y traerle consigo, no puede a todo; forzado dejará caer la leche de la boca y pierde aquel mantenimiento divino.

En esto diferencia esta oración de unión, como en otras cosas; que acullá aun este tragar no hace el alma; dentro de sí, sin entender cómo, la pone el Señor el mantenimiento. Aquí aun parece quiere trabaje un poquito, aunque es con tanto descanso, que casi no se siente. Quien tuviere esta oración entenderá claro lo que digo, si lo mira con advertencia, después de haber leído esto, y mire que importa; si no, parece algarabía.

Así que sintiendo en sí esta oración, que es un contento quito y grande de la voluntad y sosegado, sin saberse determinar de qué es señaladamente (aunque bien se determina que es diferentísimo de los contentos de acá y que no bastaría señorear el mundo ni los contentos de él para sentir aquella satisfacción), que es en lo interior de la voluntad, que estotros contentos de la vi

Da paréceme a mí que los goza lo exterior de la voluntad, la corteza, digamos. Digo que, cuando se viere en este tan subido grado de oración, que es, como he dicho ya, muy conocidamente sobrenatural, si el entendimiento se fuere  a los mayores desatinos del mundo, ríase de ello y déjele para necio, y estése en su quietud, que él ira y vendrá que aquí es ya señora y poderosa la voluntad, ella se le traerá sin hacer vos nada. Y si queréis a fuerza de brazos, perdéis la fortaleza que tenéis para contra él, que viene de comer y admitir divino sustentamiento, y ni el uno ni el otro ganaréis nada, sino podríamos decir que quien mucho quiere apretar junto, lo pierde todo.

La experiencia dará esto a entender; que, para entenderlo sin que nos lo digan, es menester mucha, y para hacerlo y entenderlo después de leído es menester poca.

En fin, lo que dura con la satisfacción y deleite que se tiene, con razón pueden decir que están en su reino y que les ha oído el Padre eterno su petición de que haya venido a ellas. ¡Oh dichosa demanda, que tanto bien pedimos sin entenderlo! iDichosa manera de pedir! Por eso quiero yo, hermanas, que miremos cómo rezamos esta ración celestial y lo que pedimos en ella; porque está claro que, si Dios nos hace esta merced, que hemos de descuidarnos de negocios del mundo, porque, llegado el Señor del mundo, todo lo echa fuera. No digo que todos los que le pidieren por fuerza estén desasiados del mundo del todo; al menos, querría entiendan lo que les falta y se humillen, y tan gran petición no la pidan como quien no pide nada, y que, si el Señor les diere lo que le piden, no se lo tornen a los ojos.

Que hay muchos (y yo he sido la una) que está el Señor enterneciéndolos y dándolos inspiraciones santas y luz de lo que es todo, y, en fin, dándolos este reino, poniéndolos en esta oración de quietud, y ellos haciéndose sordos. Y hay almas tan amigas de hablar y decir muchas oraciones vocales muy aprisa por acabar su tarea (que tienen ya por sí de decirlas cada día), que, aunque les ponga su reino el Señor en las manos y las dé esta oración de quietud y esta paz interior, no la admiten; sino que ellos mismos, con su rezar, piensan que hacen mejor, y se divierten.

Esto no hagáis, hermanas, cuando el Señor os hiciere esta merced. Mirad que perderéis un gran tesoro, y que hacéis mucho más con una palabra de cuando en cuando del paternóster que con decirle muchas veces aprisa y no entiendo. Está muy cerca a quien pedís, no os puede dejar de oír; y creed que aquí es el verdadero alabar de su nombre y el santificarle, porque ya, como cosa de su casa, glorificará al Señor y alabáisle con más afición y deseo, y parece que no podéis dejarle de servir.. Así que en esto os aviso que tengáis mucho aviso, porque importa muy mucho

CAPITULO 54

Que trata de estas palabras: <<Fiat voluntas tua, sicut in coelo et in terra>>, y lo mucho que va que hacemos en decir estas palabras si van con determinación

.Ahora que nuestro buen Maestro nos ha pedido y enseñado a pedir cosa de tanto valor, que encierra en sí todas las cosas que acá podemos desear, y nos ha hecho tan gran merced como hacernos sus hermanos, veamos qué quiere que demos a su Padre, y qué le ofrece por nosotros, y qué es lo que nos pide (que razón es le sirvamos con algo tan grandes mercedes). ¡Oh buen Jesús!, que tampoco dais poco de nuestra parte (como pedís para nosotros); dejemos que ello en sí es nonada por adonde tanto se debe y para tan gran Rey; mas cierto, Señor mío, que no nos dejáis con nada y que damos todo lo que podemos si lo damos como lo decimos, digo.

<<Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo así se haga en la tierra>>. Bien hicisteis, buen Maestro y Señor, de pedir la petición pasada, para que podamos cumplir lo que dais por nosotros; porque, cierto, Señor, si así no fuera, imposible me parece poder nosotros cumplirlo. Mas, haciendo vuestro Padre lo que vos le pedisteis de darnos acá su reino, yo sé que os sacaremos verdadero en dar lo que dais por nosotros; porque, hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad.  Mas, sin esto y en tierra tan ruin, tan sin fruto como la mía, yo no sé, Señor cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis. Por eso querría, hijas, lo entendieseis.

Cuando yo pienso en esto, gusto de los que dicen no es bien pedir trabajos al Señor, que es poca humildad. Y he topado a algunos tan pusilánimes, que aun sin este amparo de humildad no tienen corazón para pedírselos, que piensan luego se los ha de dar. Querría preguntarles si entienden esta voluntad que suplican al Señor la cumpla su Majestad en ellos, o es que la dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo; esto, hijas, sería mucho mal. Mirad que parece nuestro buen Jesús nuestro embajador, y que ha querido intervenir entre nosotros y su Padre, y no a poca costa suya; y no sería razón que lo que promete u ofrece por nosotros dejásemos de hacerlo verdad, o no lo digamos.

Ahora quiérolo llevar por el cabo. Mirad, hermanas; tomad mi parecer; ello ha de ser, que queráis o no, que se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme y haced de la voluntad la necesidad virtud.

¡Oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí; que no dejaseis en querer tan ruin como el mío el cumplir vuestra voluntad! Bendito seáis por siempre y alaben os todas las cosas. Sea glorificado vuestro nombre por siempre. ¡Buena estuviera yo, Señor, si estuviera en mis manos el cumplirse vuestra voluntad o no! Ahora la mía os doy yo libremente, aunque ha tiempo que no va libre de interés; porque ya tengo probado y gran experiencia de ello la ganancia que es dejar libremente mi voluntad en la vuestra. ¡Oh hijas, qué gran ganancia hay aquí, o qué gran pérdida de no cumplir lo que decimos al Señor en el paternóster en esto que le ofrecemos!.

Antes que os diga lo que se gana, os quiero declarar lo mucho que ofrecéis, no os llaméis después a engaño y digáis que no lo entendisteis. No sea como algunas monjas que no hacen sino prometer y, como no cumplen nada, dicen que, cuando hicieron profesión, que no entendieron lo que prometían. Así lo creo yo, porque es fácil de hablar y dificultoso de obrar; y si pensaron que no era más lo uno que lo otro, cierto, no lo entendieron. Hacedlo entender a las que acá hicieren profesión por larga prueba, no piensen que ha de haber solas palabras, sino obras también.

Así quiero entendáis con quién lo habéis, como dicen, y lo que ofrece por vos el buen Jesús al Padre y lo que le dais vos cuando decís que se cumpla su voluntad en vos, que no es otra cosa. Pues no hayáis miedo que sea su voluntad daros riquezas ni deleites ni grandes honras ni todas estas cosas de acá; no os quiere tan poco y tiene en mucho lo que le dais, y quiéreoslo pagar bien, pues os da su reino aun en vida, como dicen ¿Queréis ver cómo se ha con los que de veras le dicen esto? Preguntadlo a su Hijo glorioso, que se lo dijo cuando la oración del huerto. Como fue dicho con verdad y de toda voluntad si la cumplió bien no lo que le dio de dolores y trabajos e injurias y persecuciones; en fin, hasta que se le acabó la vida con muerte de cruz.

CAPITULO 55

 Cómo están los religiosos 0bligados a que no sean palabras, sino obras.

 Pues veis aquí hijas, a quien más amaba lo que dio, por donde se entiende cuál es su voluntad. Mirad lo que hacéis; procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que su Majestad quisiere; que otra manera de dar voluntad es mostrar la joya y decir que la tomen y, cuando extienden la mano para tomarla, guardarla vos muy bien.

No son estas burlas para con quien las que le hicieron por nosotras; aunque no hubiera otra cosa, merecen que no burlemos ya tantas veces de él, que no son pocas las que se lo decimos en el paternóster. Démosle ya una vez del todo la joya, de cuantas acometemos a dársela; ¿es verdad que no nos la da primero? ¡Oh válgame Dios, cómo se le parece a mi buen Jesús que nos conoce! Pues no dijo al principio diésemos esta voluntad al Seño5r, hasta que estuviésemos bien pagados de este pequeño servicio, para quien entiende la gran ganancia que en el mismo servicio quiere el Señor ganemos, que aun en esta vida nos comienza a pagar, como ahora diré. Los del mundo harto harán si tienen de verdad determinación de cumplirlo. Vosotras, hijas, diciendo y haciendo, palabras y obras, como a la verdad parece hacemos los religiosos; sino que, a las veces, ponemos al Señor ya la joya en la mano y tornámosela a tomar. Somos francos de presto, y después tan escasos, que valdría en parte más que nos hubiéramos detenido en el dar.

Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de darnos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la suya y desasirnos de las criaturas, y tendréis entendido lo mucho que nos importa, no digo más en ello,  sino diré para lo que pone aquí nuestro buen Maestro estas palabras dichas, como quien sabe lo mucho que ganaremos de hacer este servicio a su eterno Padre. Porque nos disponemos para que con mucha brevedad, nos veamos acabado el camino y bebiendo del agua viva de la fuente que queda dicha. Porque, sin darnos del todo al Señor y ponernos en sus manos para que haga en todo lo que nos toca su voluntad, nunca deja beber de ella. Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis que os escribiese.

Y en esto ninguna cosa hacemos de nuestra parte, ni trabajamos, ni negociamos, ni es menester más (porque todo lo demás estorba e impide) de decir: <<Fiat voluntas tua>>: cúmplase, Señor mío, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que vos, Señor mío, quisiereis; si queréis con trabajos. Dadme esfuerzo y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es razón vuelva las espaldas. Pues vuestro Hijo dio en nombre de todos esta mi voluntad, no es razón falte por mi parte; sino que me hagáis vos merced de darme vuestro reino para que yo lo pueda hacer, pues él me lo pidió, y disponed en mí como en cosa vuestra conforme a vuestra voluntad.

¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don! No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Hacedor con la criatura. Mirad si quedaréis bien pagadas y si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir.

CAPITULO 56

 Trata de lo que da el Señor después que nos hemos dejado en su voluntad.

 Y mientras mayor determinación tiene el alma (y se va entendiendo por las obras que no son palabras de cumplimiento), más la llega el Señor a sí y la levanta de todas las cosas bajas de acá y de sí misma para habilitarla a recibir del Señor grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida este servicio. En tanto le tiene, que ya nosotros no sabemos qué nos pedir y su Majestad nunca se cansa de dar. Porque, no contento con tenerla hecha una cosa consigo por haberla ya convertido en sí, comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de lo que la tiene por dar. Hácela ir perdiendo estos sentidos exteriores, porque no se la ocupe nada: esto es arrobamiento. Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces, como dicen, y cumplir él lo que ella le pide, como ella hace lo que él le manda, y mucho, mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer.

La pobre alma, aunque quiera, no puede muchas veces lo que querría, ni puede nada sin que se lo den, y siempre queda más adeudada, y muchas veces fatigada de verse sujeta a tantos inconvenientes como trae en estar en la cárcel de este cuerpo, porque querría pagar algo de lo que debe. Y es harto boba de fatigarse; aunque haga lo que es en sí, ¿qué podemos pagar los que no tenemos que dar si no lo recibimos sino conocernos, y esto que podemos, que es dar nuestra voluntad, hacerlo cumplidamente? Porque, como he dicho, está ya escrito en otra parte cómo es esta oración y lo que ha de hacer el alma hasta entonces, y cosas harto largamente declaradas de lo que el alma siente aquí y en lo que se conoce ser Dios, no hago más de tocar en estas cosas de oración para daros a entender cómo habéis de rezar esta oración del paternóster.

Sólo os doy un aviso; que no penséis con fuerza vuestra ni diligencia llegar aquí, que es por demás, antes si teníais devoción, quedaréis fríos; sino con simplicidad y humildad, que es la que lo acaba todo, decir <<Fiat voluntas tua>>

 CAPITULO 57

 En que trata la gran necesidad que tenemos de pedir esta petición de <<Panem nostrum>>

 Pues, entiendo, como he dicho, el buen Jesús cuán dificultosa cosa era esto que ofrece por nosotros, conociendo nuestra flaqueza; y que muchas veces hacemos entender que no entendemos cuál es la voluntad del Señor (como somos flacos y él tan piadoso), era menester medio… Pues dejar de dar lo dado vio que en ninguna manera nos conviene, porque está en ello toda nuestra ganancia. Pues cumplirlo, vio ser dificultoso; porque decir a un rico que es la voluntad de Dios que tenga cuenta con moderar su plato para que coman otros siquiera pan, que mueren de hambre, sacará mil razones para no entender esto sino a su propósito. Pues decir a un murmurador que es la voluntad de Dios querer tanto para sí como para su prójimo, o para su prójimo como para sí, no lo puede poner a paciencia ni basta razón para que lo entienda. Pues decir a un religioso, que está mostrado a libertad (o religiosa) y a regalo, que ha de tener cuenta con que ha de dar ejemplo, y que mire que ya no es sólo con palabras ha de decir esta palabra, sino que lo ha jurado y prometido, y que es voluntad de Dios que cumpla sus votos, y mire que si da escándalo que va muy contra ellos, aunque no del todo los quebrante; que ha prometido pobreza, que la guarde sin rodeos, que esto es lo que el Señor quiere, no hay remedio, aun ahora, de quererlo hacer, ¿qué hiciera si el Señor no hiciera lo más con el remedio que puso? No hubiera sino muy poquitos que cumplieran su palabra y lo que él ofreció al Padre, y ¡plega a su Majestad que aun ahora haya muchos!

Pues, visto el Señor la necesidad, pensó un medio admirable adonde nos mostró el extremo de amor que nos tenía (Jn 13,1), y en su nombre y en de sus hermanos pidió esta petición..

CAPITULO 58

Que trata de lo mucho que hizo el Padre eterno en querer que su Hijo se nos quedase en el Santísimo Sacramento.

<<El pan nuestro de cada día, dánosle hoy, Señor.>> Entended, hermanas, por amor de Dios, esto que pide el buen Jesús, que nos va la vida en no pasar de corrida por ello, y tened en muy poco lo que habéis dado, pues tanto habéis de recibir. Paréceme ahora a mí (debajo de otro mejor parecer) que, visto el buen Jesús lo que había dado por nosotros, y cómo nos importaba tanto darlo y la gran dificultad que había, por ser nosotros tales y tan inclinados a cosas bajas y de tan poco amor y ánimo, que era menester ver el suyo para despertarnos, y no una vez sino cada día, que aquí se debía determinar de quedarse con nosotros. Y como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso que viniese de la mano del eterno Padre. Porque, aunque eran una misma cosa, y sabía que lo que él hiciese en la tierra se haría en el cielo y su voluntad y la de su Padre eran una para tan gran cosa, era tanta la humildad del buen Jesús, que quiso como pedir licencia; porque ya sabía era amado del Padre y que se deleitaba en él. Bien entendió que pedía más en esto que pide que en lo demás que ha demandado, porque sabía la muerte que le habían de dar y las deshonras y afrentas que había de padecer.

Pues, ¿qué padre hubiera, Señor, que, habiéndonos dado a su hijo -¡y tal hijo!- y parándole tal, quisiera consentirle se quedara entre nosotros cada día a padecer? Po0r cierto, ninguno, Señor, sino el vuestro; bien sabéis a quién pedís. ¡Oh, válgame Dios, qué gran amor del Hijo, y qué gran amor del Padre! Aun no me espanto tanto del buen Jesús, porque, como había ya dicho <<fiat voluntas tua>>, habíalo de cumplir como quien es. Sí, que no es como nosotros y sabe que la cumple con amarnos como a sí, y así andaba a buscar cómo cumplir más cumplimiento (aunque fuese a su costa) este mandamiento. Mas vos, Padre eterno, ¿cómo lo consentís? ¿Por qué queréis cada día ver en manos tan ruines a vuestro Hijo? Ya que una vez quisisteis lo estuviese y lo consentisteis, veis cómo le paran. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas se deben hoy hacer a este Santísimo Sacramento! ¡En qué de manos enemigas suyas le debe ver el Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes!

CAPITULO 59

Pone una exclamación al Padre.

 ¡Oh Señor eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo lo consentís? No miréis su amor, que, a trueco de hacer cumplidamente vuestra voluntad y e hacer nosotros, se dejará cada día hacer pedazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya que a vuestro Hijo no se le pone cosa delante. ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿Por qué calla a todo y no sabe hablar por sí, sino por nosotros? ¿No ha de haber quien hable por este mansísimo Cordero?.

Dadme licencia, Señor, que hable yo (ya que vos quisisteis dejarle en nuestro poder) y os suplique que, pues tan de veras os obedeció y con tanto amor se nos dio; que aun miro yo cómo en esta petición sola duplica las palabras, porque dice primero y pide que le deis este pan cada día y torna a decir <<dádnoslo hoy, Señor.>> Póneos también delante (como quien dice que es razón que no nos quitéis esta merced) que es <<nuestro>>; que ya una vez nos le disteis para nuestro remedio, que no nos le tornéis a tomar. Pues mirad, hermanas mías (y esto os enternezca el corazón para amar a vuestro Esposo), que no hay esclavo que de buena gana diga lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello.

¡Oh Padre eterno, que mucho merece esta humildad! ¿Con qué tesoro compramos a vuestro Hijo? Venderle, ya sabemos que por treinta dineros (Mt 26,15); mas comprarle, ¿qué precio basta? Como se hace aquí el Señor una cosa con nosotros por la parte que tiene de nuestra naturaleza, y como Señor de su voluntad lo acuerda a su Padre, que, pues es suya, que nos la pueda dar; y así se llama <<nuestro>>. No hace él diferencia de él a nosotros; mas hacémosla nosotros, para no nos dar cada día por él.

CAPITULO 60

Que trata de esta palabra que dice <<cotidianum>>

 Ya queda concluso que el buen Jesús en esto que es nuestro (y así pide a su Padre que nos le deje <<cada día>>) parece que es para siempre; que, escribiendo esto, he estado con deseo de saber por qué, después que el Señor dijo <<cada día>>, tornó a decir <<hoy>>. Quiéroos decir mi bobería. Si lo fuere, quédese por tal (que harta lo es meterme yo en esto); mas pues ya vamos entendiendo lo que pedimos, pensemos bien qué es, para que, como he dicho, lo tengamos en lo que es razón y lo agradezcamos a quien con tanto cuidado está enseñándonos. Así que, ser nuestro <<cada día>>, me parece a mí porque acá le poseemos en la tierra, pues se nos quedó acá y le recibimos y le poseeremos después también en el cielo, si nos aprovechamos de su compañía; pues no se queda para otra cosa con nosotros, sino para ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad que hemos dicho se cumpla en nosotros.

El decir <<hoy>>, me parece es para un día como es esta vida. Y, ¡bien un día! Y para los desventurados que se han de condenar, que no le gozarán en la otra, para hacer todo lo que como de cosa suya se pueden aprovechar y estar con ellos este <<hoy>> de esta vida esforzándolos; y si se dejan vencer, no es a su culpa. Y porque se lo otorgue el Padre, pónele delante que sólo un día de lo que dure este mundo, que se le deje ya pasar en servidumbre; pues nos le dio, no parezca le toma al mejor tiempo, que todo será jun día estos malos tratamientos de llegarse a él indignamente; que mire está obligado (pues ha ofre4cido por nosotros cosa tan grande como dejar nuestra voluntad en la suya) a ayudarnos por todas las vías que pudiere. Que no pide más de <<hoy>>, ahora nuevamente; que el habernos dado este pan sacratísimo para siempre. Cierto lo tenemos y que nos le dio sin pedírsele; y este mandamiento y maná de la humanidad; que parece le hallamos como le queremos y que, si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en él sabor y consolación y mantenimiento (Sab 16,20)  No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar si comenzamos a partir y mascar de los suyos y ponerlos en nuestra consideración.

Que otro pan de los mantenimientos y necesidades corporales, no quiero yo pensar se le acordó al Señor de esto, ni querría se os acordase a vosotras. Está puesto en subidísima contemplación, que quien está en aquel punto no hay más memoria de que está en el mundo que si no estuviese, cuanto más si ha de comer; y ¿había el Señor de poner tanto en pedir que comiésemos para él y para nosotros? No hace a mi propósito. Estános enseñando a poner nuestras voluntades en las cosas del cielo y a pedir le comencemos a gozar desde acá, y ¿habíanos de meter en cosa tan baja como pedir de comer? ¡Como que no nos conoce, que, comenzados a entremeter en necesidad del cuerpo, se nos olvidarán las del alma! Pues, ¡qué gente tan concertada, que nos contentaremos poco y pediremos poco! Sino que, mientras más nos diere, más parece nos ha de faltar el agua.

Pídanlo esto, hijas, los que quieren más de lo necesario. Vosotras pedid que os deje hoy a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo (lo que viviereis) sin él; que baste que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan, que es harto tormento para quien no tiene otro amor ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle tan dignamente .

De estotro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis dejado en la voluntad de Dios (digo en estos tiempos de oración que tratáis cosas más importantes, que tiempos hay otros para que la que tiene en cargo tenga cuidado de lo que habéis de comer, digo de daros lo que tuviere); no hayáis miedo que os falte si no faltáis vosotras en lo que habéis dicho de dejaros en la voluntad de Dios.

Y por cierto, hijas. De mí os digo que, si de eso faltase ahora con malicia (como otras veces lo he hecho muchas), que yo no le suplicase me diese ese pan ni otra cosa de comer. Déjeme morir de hambre. ¿Para qué quiero vida, si con ella voy cada día más ganando muerte eterna?

CAPITULO 61

Que prosigue la misma materia. Pone una comparación. Es muy bueno para después de haber recibido el Santísimo Sacramento.

Así que, si de veras os dais a Dios como lo decís, descuidaos, de vos, que él tiene el cuidado y le tendrá siempre. Es como si entra un criado a servir a un amo: tiene el criado cuenta con contentarle en todo, mas el amo está obligado a darle de comer mientras está en su casa y le sirve, salvo si no es tan pobre, que no tiene para sí ni para él. Pues acá cesa esto, que siempre es y será poderoso. Pues, ¿sería buena cosa andar el criado pidiendo cada día de comer, pues sabe tiene cuidado su amo de dárselo y le ha de tener? Es gastar palabras, y decirle ha él que tenga cuidado en cómo le ha de servir y que no se ocupe en ése, que no hace cosa a derechas en lo demás.

Así que, hermanas, pida quien quisiere ese pan; pidamos nosotras el que nos hace al caso y supliquemos al Padre nos dé gracia para disponernos de manera a recibir don tan grande y tan celestial mantenimiento, que, ya que los ojos del cuerpo no se deleitan en mirarle porque está encubierto, se descubra a los del alma y se le dé a conocer; que es otro mandamiento de contentos y regalos. Que para sustentar la vida, más veces que querremos le vendremos a desear y a pedir, aun sin sentirnos. No es menester despertarnos para ello; que nuestra inclinación ruin a cosas bajas despertará, como digo, más veces que queramos. Mas de advertencia no curemos poner nuestro cuidado sino en suplicar al Señor lo que tengo dicho, que, teniendo esto, lo tendremos todo.

¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este Santísimo Sacramento muy grande y gran medicina aun para los males corporales? Yo lo sé, y conozco persona de grandes enfermedades y estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo. Esto muy ordinario, y de males muy conocidos que no los pudiera fingir; y otros muchos afectos que hacía en esta alma, que no hay para qué decirlos (y podía yo saberlos, y sé que no miente); mas tenía tanta devoción y tan viva fe, que, cuando en algunas fiestas oía a personas que quisieran ser en el tiempo que andaba Cristo en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más les daba?

Mas sé de esta persona que muchos años, aunque no era muy perfecta, cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en su posada a Cristo, procuraba ella esforzar la fe para creer era lo mismo y le tenía en casa tan pobre como la suya y desocupábase de todas las cosas exteriores y poníase a un rincón, procurando recoger los sentidos para estarse con su Señor a solas, y considerábase a sus pies, y estábase allí (aunque no sintiese devoción) hablando con él.

Porque (si no nos queremos hacer ciegos y bobos) si tenemos fe, claro está que está dentro de nosotros; pues, ¿para qué hemos de ir a buscarle más lejos, como queda dicho, sino que pues sabemos, mientras no consume el calor natural los accidentes del pan, que está con nosotros el buen Jesús? Pues si, cuando andaba en el mundo, de sólo tocar a su ropa sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si yo tengo fe, y me dará todo lo que le pidiere, pues está en mi casa?

Si os congojáis porque no le veis con los ojos corporales, mirad que nos conviene; que es otra cosa verle glorificado o cuando andaba por el mundo; no habría sujeto que lo sufriese de nuestro flaco natural, ni habría mundo, ni quien quisiese pagar en él; porque, en ver esta Verdad eterna, se vería ser burla todas las cosas de que acá hacemos caso.

No hayáis miedo que, aunque no se vea con estos ojos corporales, de sus amigos esté muy escondido; estaos vos con él de buena gana; mirad que es esta hora de gran provecho para el alma y en que se sirve mucho el buen Jesús que le tengáis compañía. Tened gran cuenta, hijas, de no la perder. Si la obediencia os mandare otra cosa, procurad dejar el alma con el Señor, que vuestro Maestro es; aunque no lo entendáis, no os dejará de enseñar. Y si luego lleváis el pensamiento a otra parte y no hacéis más caso que está dentro de vos que si no le hubierais recibido, no os quejéis de él, sino de vos. No digo que no recéis, porque no me asgáis a palabras y digáis que trato de contemplación, salvo si el Señor no os llevare a ella; sino que, si rezareis el paternóster, entendáis con cuánta verdad estáis con quien os le enseñó, y le beséis los pies por ello, y le pidáis os ayude a pedir y no se vaya de con vos.

Si esto habéis de pedir a una imagen de Cristo delante de quien estáis, ¿no veis que es bobería dejar en aquel tiempo la imagen viva y la misma persona por mirar al dibujo? ¿No lo sería, si tuvieseis un retrato de una persona que quisieseis mucho y la misma persona os viniese a ver, dejar de hablar con ella y tener toda la conversación con el retrato? ¿Sabéis para cuándo es bueno y santísimo y cosa en que yo me deleito mucho?:  para cuando está ausente la misma persona. Es gran regalo ver una imagen de nuestra Señora o de algún santo a quien tenemos devoción -¡Cuánto más de Cristo!-, y cosa que despierta mucho, y cosa que a cada cabo querría ver que volviese los ojos. ¿Qué mejor cosa podríamos mirar, ni más gustosa a la vista? ¡Desventurados de estos herejes, que carecen de esta consolación y bien, entre otras!

Mas, acabando de recibir al Señor, teniendo la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y miraos al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo diré, que, si tomáis esta costumbre de estaros con él (y esto no un día ni dos, sino todos los que comulgareis, y procurad tener tal conciencia, que sea licito gocéis a menudo de este bien), que no viene tan disfrazado, que de muchas maneras no se da a conocer conforme al deseo que vos tenéis de verle; y tanto lo podéis desear, que se os descubra el todo.

Mas, si no hacéis caso de él en recibiéndole –con estar tan junto-, sino que le vais a buscar a otras partes o a buscar otras cosas bajas, ¿qué queréis que haga?; ¿haos de traer por fuerza a que le veáis y os estéis con él, que se os quiere dar a conocer? No, que no le trataron bien cuando se dejó ver a todos y les decía claro quién era; que muy pocos fueron los que creyeron.

Y así, harta misericordia nos hace a todos, que quiere entienda que es él el que está en el Santísimo Sacramento. Mas que le vean descubiertamente y comunicar sus grandezas y darles de sus tesoros, no quiere sino con los que entiende que mucho le desean, porque éstos son sus verdaderos amigos. Que yo os digo que quien le ofendiere y no llega a recibirle, con haber hecho lo que es en sí, que nunca le importune porque se le dé a conocer. No ve la hora de haber cumplido con lo que manda la Iglesia, cuando se va a su casa y procura echarle de ella. Así que, si entra en sí, es para pensar vanidades allí en su presencia.

CAPITULO 62

 En que trata el recogimiento que se ha de tener después de haber comulgado.

 Heme alargado tanto en esto (aunque dije también en la oración del recogimiento mucho de ello), porque importa muy mucho este esterarse a solas con Dios; y cuando no comulgaren y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente (y es de grandísimo provecho), y hacer lo mismo. Es mucho lo que se imprime aquí el amor de este Señor; porque, aparejándoos a recibir jamás deja de dar por muchas maneras que no entendemos. Es llegarnos al fuego, que, aunque le haya muy grande, si escondéis las manos, mal os podéis calentar; quedaros heis frío; aunque todavía es más que si no vierais el fuego; calor alcanza estando cerca. Mas otra cosa es quereros llegar a él, que, si el alma está dispuesta, una centellica que salte la abrasará toda. Y vanos tanto, hijas, disponernos para esto, que no os espantéis lo diga muchas veces.

Y si a los principios no se os descubriere ni os hallareis bien (antes os pondrá el demonio apretamiento del corazón y congoja, porque sabe el daño tan grande que le viene de aquí), y que halláis devoción en otras cosas más y aquí menos, no dejéis este modo; aquí probará el Señor lo que le queréis.

Acordaos que hay pocas almas que le acompañen ni le sigan en los trabajos; pasad por él algo, que su Majestad os lo pagará. Y acordaos también qué de personas habrá que no sólo no quieran estarse con él, sino que le echen de su casa con gran desacato y descomedimiento; pues algo hemos de pasar para que se entienda le tenemos deseo de ver. Y pues todas las partes adonde le dejan solo y hacen malos tratamientos las sufre y sufrirá por una que con amor le admita y le acompañe, sea la vuestra ésta una; porque, a no haber ninguna con razón no le consintiera quedar el Padre eterno entre nosotros; sino que es tan amigo de amigos y tan señor de siervos que, como ve la voluntad de su buen Hijo, no le quiere estorbar obra tan excelente y adonde tan cumplidamente muestra el amor que tiene a su Padre en haber buscado tan admirable invención para mostrar lo que nos ama y para ayudarnos a pasar nuestros trabajos.

Pues, Padre santo que estás en los cielos, ya que lo queréis y lo aceptáis, y claro se estaba que no habíais de ganar cosa que tan bien nos estaba a nosotros, alguien ha de haber (como deje primero) que hable por vuestro Hijo, pues él nunca supo tornar de sí. Y así os ruego yo, hijas, me ayudéis a pedir a nuestro Padre santo, en nombre suyo, que, pues no le ha quedado por hacer ninguna cosa haciendo a los pecadores tan gran beneficio como éste, que quiera su Majestad y se sirva de poner remedio para que no sea tan maltratado; y pues su santo Hijo puso tan buen medio para que en sacrificio le podamos ofrecer muchas veces, que valga tan precioso don para que no vaya adelante tan grandísimos males y desacatos como se hacen en los lugares adonde está este Santísimo Sacramento. Que parece le quieren ya tornar a echar del mundo, quitado de los templos, perdidos tantos sacerdotes, profanadas tantas iglesias aun entre los cristianos, que a las veces van allí más con intención de ofenderle que no de adorarle.

Pues ¿qué es esto, Señor? O dad fin al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males, que no hay corazón que lo sufra, aun de los que somos ruines. Suplicoos Padre eterno, que no lo sufráis ya vos; atajad este fuego, Señor. Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y sucias, pues su hermosura y limpieza no merece estar en cosa adonde hay tan malos olores. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Porque no nos le dejar acá no os lo osamos pedir, pues él alcanzó de vos que por este día de hoy (que es lo que durare el mundo) le dejaseis acá, y porque se acabaría todo; que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de haber, Señor, póngale vuestra Majestad, pues si queréis podéis.

¡Oh Señor, quién pudiera importunaros mucho y haberos servido algo, para poderos pedir tan gran merced en pago de mis servicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he hecho, Señor; antes por ventura soy yo la que os he enojado de manera que por mis pecados vengan tantos males. Pues, ¿qué he de hacer, Señor, sino presentaros este pan bendito y, aunque nos le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por sus méritos, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande siempre en tempestades esta nave de la Iglesia, y ¡salvadnos, Señor mío, que perecemos! (Mt 8,25)

CAPITULO 63

Trata de esta palabra: <<Dimitte nobis debita nostra>>

 Pues, viendo nuestro precioso Maestro que con este mantenimiento, si no es por nuestra culpa, todo nos es fácil y que podemos cumplir muy bien lo que hemos dicho al Padre de que se cumpla en nosotros su voluntad, dícele ahora que nos perdone, pues perdonamos: <<Y perdónamos, Señor, nuestras deudas, así como nosotros las perdonamos a nuestros deudores.>>

Y mirad hermanas, que no dice: <<como perdonaremos>>; porque entendáis que quien pide un don tan grande como el pasado, y quien ya ha puesto su voluntad en la de Dios, que ya esto ha de estar hecho; y así dice: <<Como nosotros las perdonamos>> Así que, quien de veras hubiere dicho esta palabra al Señor: <<Fiat voluntas tua>>, todo lo ha de tener hecho, con la determinación al menos.

Veis aquí cómo los santos se holgaban con las injurias y persecuciones, porque tenían algo que presentar al Señor cuando le pedían. ¿Qué harán las pecadoras como yo, que tanto tiene que perdonarme? Cosa, por cierto, hermanas, es ésta para que miremos mucho en ella, que una cosa tan grave y de tanta importancia como que nos perdone el Señor nuestras culpas, que merecían fuego eterno, se nos perdonen con tan baja cosa como es que perdonemos nosotras cosas que ni son agravios ni son nada. Porque, ¿qué se puede decir ni qué injuria se puede hacer a una como yo, que merecía que los demonios siempre me maltratasen, en que me traten mal en este mundo, que es cosa justa? En fin, Señor mío, que por esta causa no tengo qué os dar para pediros perdonéis mis deudas. Perdóneme vuestro Hijo, que nadie me ha hecho sinjusticia, y así no le he tenido que perdonar por vos, sino tomáis, Señor, mi deseo; que me parece cualquier cosa perdonara yo porque vos me perdonarais a mí, o por cumplir vuestra voluntad sin condición. Mas no sé qué hiciera, venida a la obra, si me condenaran sin culpa; que ahora véome tan culpada delante de vuestros ojos, que todos quedan cortos; aunque los que no saben la que soy, como vos lo sabéis, piensan que me agravian. Así, Padre mío, que de balde me habéis de perdonar; aquí cabe vuestra misericordia. Bendito seáis vos, que tan pobre me sufrís; que lo que vuestro sacratísimo Hijo dice en nombre de todos, por ser yo tal, me he de salir de la cuenta.

Mas, Señor, ¿si habrá algunas almas que me tengan compañía y no hayan entendido este punto? Si las hay, en vuestro nombre les pido yo que se les acuerde de esto, y no hagan caso de unos agravuelos, que no parece sino que hacen casas de pajitas, como los niños, con estos puntos de honra.

¡Oh, válgame Dios, hermanas, si entendiésemos qué cosa es honra y en qué está perder la honra! Ahora no hablo con vosotras, que harto mal sería no tener entendido esto, sino conmigo, el tiempo que me precié de honra sin entender qué cosa era, e íbame al hilo de la gente por lo que oía, ¡Oh, de qué cosas me agraviaba, que yo tengo vergüenza! Y no era, pues, de las que mucho miran en estos puntos; mas erraba como todas en el punto principal, porque no miraba yo ni hacía caso de la honra que tiene algún provecho, porque ésta es la que hace provecho al alma. Y, ¡qué bien dijo quien dijo que <<honra y provecho no podían estar juntas!>>, aunque no sé si lo dijo a este propósito. Y es al pie de la letra, porque provecho del alma y esto que llama el mundo honra nunca puede estar junto. ¡Oh, válgame Dios, qué al revés anda el mundo! Bendito sea el Señor, que nos sacó de él. Plega a su Majestad que esté siempre tan fuera de esta casa como está ahora, porque Dios nos libre de monasterios adonde hay puntos de honra; nunca se honra en ellos mucho Dios.

CAPITULO 64

 En que habla contra las honras demasiadas.

 ¡Válgame Dios, qué desatino tan grande!, que ponen los religiosos su honra en unas cositas que yo me espanto. Esto no lo sabéis, hermanas; mas quiérooslo decir porque os guardéis de ello. Sabed que en las religiones tienen sus leyes también de honra; van subiendo en dignidades como los del mundo. Los letrados deben de ir por sus letras (que esto no le sé), y el que ha llegado a leer teología no ha de bajar a leer filosofía, que es un punto de honra que ha de subir y no bajar. Y aun en su seso, si se lo mandase la obediencia, lo tendría por agravio, y habría muchos que tornasen de él: es afrenta; y luego el demonio descubre razones que aun en ley de Dios parece que tienen razón.

Pues entre monjas, la que ha sido priora ha de quedar toda su vida inhabilitada para otra cosa de oficio, sino es aquél; un punto en las antigüedades, que no hayáis miedo que se olvide, y que parece que merece en aquello porque lo manda la orden.

La cosa más donosa es y más para reír, o para llorar, por mejor decir, y con gran razón, que se puede pensar. Sí, que no manda la orden que no tenga yo humildad: mándalo porque haya concierto; mas yo no he de estar tan concertada en cosas de mi estima, que tenga tanto cuidado de mirar este punto de orden y, si a mano viene, todos los otros guardo imperfectamente, y en esto pierdo punto. Miren otras este punto por lo que a mí me toca, y descídeme yo. Es el caso que, como somos inclinadas a subir (aunque no subiremos por aquí al cielo), no ha de haber bajar. ¡Oh Señor, Señor!, ¿sois vos nuestro dechado y Maestro? Sí, por cierto. Pues, ¿en qué estuvo vuestra honra, Rey mío? ¿Por ventura, perdísteisla en ser humillado hasta la muerte? No, Señor, sino que la ganasteis, y provecho para todos.

¡Oh, por amor de Dios!, que llevamos perdido el camino, porque va errado desde el principio; y plega a Dios que no se pierda algún alma por guardar estos negros puntos de honra, sin entender en qué está la honra. Y vendremos después a pensar que hemos hecho mucho si perdonamos una nadería de éstas, que ni nos agraviaron ni tenía que ver con agravio; y muy como quien ha hecho algo vendremos a que nos perdone el Padre, pues hemos perdonado. Dadles a entender, Señor, cómo no saben lo que dicen y que van tan vacías las manos a pedir como yo; hacedlo por vuestra misericordia y por quien sois. Que en verdad Señor, que no veo cosa (pues todas las cosas se acaban y el castigo es sin fin) que merezca ponérseos delante para que hagáis tan gran merced, si no es por quien os lo pide; que tiene razón, que es siempre el agraviado y el ofendido.

Mas, ¡qué estimado debe ser este amarnos unos a otros del Señor!, pues, dada nuestra voluntad, se lo hemos dado todo de razón, y esto no se puede hacer sin amor. Mirad, hermanas, lo que nos importa amarnos unas a otras y tener paz, que no puso el Señor de las muchas cosas que en una habíamos dado (o él en nuestro nombre a su Padre) delante, sino ésta; que pudiera decir; pues os amamos y pasamos trabajos y los queremos pasar por vos, o por ayunos y otras obras, que un alma que ama a Dios hace, y que tiene dada su voluntad; y no dijo sino ésta. Por ventura, como nos conoce por tan amigos de esta negra honra ni de pasar nada por él, como cosa más dificultosa de alcanzar de nosotros, la dijo más que ninguna; y es tan dificultosa, que, después de haber pedido tantas cosas grandes para nosotras, la ofrece de nuestra parte.

CAPITULO 65

 En que trata de los efectos que hace la oración cuando es perfecta.

 Pues tened mucha cuenta, hermanas con que dice <<Como perdonamos>>, ya como cosa hecha, como he dicho. Y entended que, cuando de las cosas que Dios da al alma de oración, que he dicho, y contemplación perfecta no sale muy determinada y, si se le ofrece, lo pone por obra de perdonar cualquier injuria grave (no digo estas naderías), que al alma que Dios llega a aquello no llegan, ni se le da más ser estimada que no estimada, y antes siente mucho más la honra que la deshonra.

Y así podéis creer, si no sale con estos efectos, que no eran de Dios las mercedes, sino del demonio: alguna ilusión y regalo que os hace parecer que es bueno, para que os tengáis por más honrado. Y como el buen Jesús sabe bien que deja estos efectos adonde él llega, determinadamente dice al Padre que <<perdonamos nuestros deudores>>

Es cosa espantosa cuán subida en perfección es esta oración evengelical, bien como el Maestro que nos la enseña; y así es razón, hijas, que cada una la tome a su propósito. Espantábame yo hoy hallando aquí en tan pocas palabras toda la contemplación y perfección metida, que parece no hemos menester otro libro, sino estudiar en éste. Porque hasta aquí ha enseñado el Señor todo el modo más alto de contemplación, desde los principiantes en oración mental hasta la muy encumbrada y perfecta contemplación, que, a no estar escrito de ella en otra parte y también por no me osar alargar, que será enfado, se hiciera un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento. Ahora va mostrando también el Señor los efectos que hace la oración y contemplación cuando es de Dios.

Así que pensaba yo cómo no se había su Majestad declarado más cosas tan subidas para que lo entendiésemos; y pensé que, como había de ser general para todo el mundo esta oración, que porque cada uno pudiese a su propósito y se consolase, pensando le daba buen entendimiento, lo dejó así en confuso. ¡Bendito sea su nombre por siempre jamás, amén! Y por él suplico yo al Padre eterno perdone mis deudas y grandes pecados (pues yo no he tenido a quien perdonar ni qué, y cada día tengo de qué me perdone) y me dé gracia para que algún día tenga yo algo que poner delante para pedir.

Pues, habiendo el buen Jesús enseñádonos  una manera de oración tan subida, y pedido por nosotros un ser ángeles en este destierro, si con todas nuestras fuerzas nos esforzamos a que sean con las palabras las obras, en fin, a parecer en algo ser hijos de tal Padre y hermanos de tal Hermano; sabiendo su Majestad que, haciendo, como digo, lo que decimos, no dejará el Señor de cumplir lo que le pedimos y traer a nosotros su reino y ayudar con casas sobrenaturales (que son la oración de quietud y contemplación perfecta y todas las demás mercedes que el Señor hace en ella a nuestras diligencias), que todo es poquito lo que podemos procurar y granjear de nuestra parte. Mas, como sea lo que podemos, es muy cierto ayudarnos el Señor, porque nos lo pide su Hijo y parece una manera de concierto que de nuestra parte hace con su Majestad, como quien dice <<Haced vos esto Padre mío, y harán ellos estotro>>. Pues a buen seguro que no falte por su parte. ¡Oh, oh, que es muy buen pagador y paga muy sin tasa!.

De tal manera podéis, hijas, una vez decir esta oración, que, como entienda que no os queda doblez, sino que haréis lo que decís, os deje de sola una vez ricas. No andéis con doblez, que es muy amigo de que no se pretenda tratar con él, pues no podéis salir con ello, que todo lo sabe; mas, tratando con verdad y llaneza, siempre da más de lo que se le pide.

Sabiendo esto, como digo, nuestro buen Maestro, y que los que de veras llegasen a esta perfección en el pedir habían de quedar tan en alto grado con las mercedes que les había de hacer su Padre, entendiendo que los que están aquí no temen ni deben (como dicen, tienen el mundo debajo de los pies), contento al Señor de él (como por los efectos que hace en sus almas pueden tener grandísima esperanza que lo está), embebidos en aquellos regalos, no querrían acordarse de que hay otro mundo ni que tienen contrarios.

¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh buen Enseñador! ¡Qué gran cosa es, hijas, un maestro sabio, temeroso, que previene a los peligrosos! Es todo el bien que un alma espiritual puede tener en el mundo, es toda la seguridad. No podría encarecer con palabras lo que esto importa. Así que, viendo el Señor que era menester despertarlos y acordarles que tienen enemigos, y cuán más peligrosos es en ellos ir descuidados, y que mucha más ayuda han menester del Padre eterno para no caer ni andar sin entenderse engañados, pide estas peticiones.

CAPITULO 66

Que trata de cómo tenemos necesidad de decir: <<Et ne nos inducas in tentationem>>. Dice y declara algunas tentaciones que pone el demonio.

 <<Y no nos traigas, Señor, en tentación, mas líbranos de mal>> Grandes cosas hay aquí, hermanas, que penséis y que entendáis, pues lo pedís. Y se entiende que los que llegan a este punto de oración que no pedirán al Señor los quite los trabajos ni que estén de tentaciones y persecuciones y peleas, porque éste es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no ilusión, antes los desean y los piden y los aman y en ninguna manera los aborrecen. Son como los soldados, que están mas contentos cuando hay guerra, porque tienen esperanza de enriquecer; y si no la hay, estánse con su sueldo, mas ven que no pueden medrar mucho.

Creed, hermanas, que los soldados de Cristo, que son los que tratan oración, no ven la hora que pelear; nunca temen enemigos públicos; ya los conocen y saben que, contra la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y que siempre ellos quedan vencedores y con ganancia y ricos, nunca los vuelven el rostro. Los que temen, y es razón teman y siempre pidan los libre el Señor de ellos, son unos demonios que hay traidores, que se transfiguran en ángel de luz (2Cor 11,14); vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando las vidas y andamos en la misma tentación y no lo entendemos. De éstos pedís, hijas, y pedid muchas veces en el paternóster que os libre el Señor y que no consienta que andéis en tentación, que no os traigan engañadas, que se descubra la ponzoña, que no os escondan la verdad. ¡Oh, con cuánta razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto y lo pide por nosotros!

Mirad que de muchas maneras dañan aquí; no penséis que es todo en haceros entender, con daros gustos, que son de Dios, porque éste es el menos daño; antes muchas veces os harán caminar má  s aprisa y estar más horas en la oración.

Adonde ellos le pueden hacer grande para nosotros y para los otros es en hacernos entender que tenemos virtudes no las teniendo, que esto es pestilencia, que sin sentirnos, pareciéndonos vamos seguros, damos con nosotros en un hoyo que no podemos salir de él, que (aunque no sea de conocido pecado mortal para llevarnos al infierno todas veces) es que nos jarreta las piernas para no andar este camino de que comencé a tratar, que no se me ha olvidado. Ya veis cómo ha de andar uno metido en una gran hoya: allí se le acaba la vida; y harto hará si no ahonda hacia abajo para ir al infierno; mas nunca medra, ya que esto no es, ni aprovecha a sí ni a los otros, antes daña, porque, como se está el hoyo hecho, muchos que van por el camino pueden caer en él. Si sale y le atapa con tierra, no hace daño a sí ni a los otros; mas yo os digo que es bien peligrosa esta tentación.

Yo sé mucho de esto por experiencia y así os lo sabré decir, aunque no tan bien como quisiera.

Háceos el demonio entender que sois pobre, y tiene alguna razón porque habéis prometido pobreza (con la boca se entiende) y aun a otras personas que tienen oración; digo <con la boca>>, porque es imposible que, si con el corazón entendiésemos lo que prometimos y lo prometimos, que aquí nos pudiese traer veinte años y toda nuestra vida el demonio en esta tentación; sí, que veríamos que engañamos el mundo y a nosotros mismos. Ahora bien, prometida la pobreza o diciendo el que piensa que es pobre: <<yo no quiero nada>>, <<esto tengo, porque no puedo pasar sin ello>>, <<en fin, he de vivir para servir a Dios>>, <<él quiere que sustentemos estos cuerpos >>; mil diferencias de cosas que el demonio enseña aquí como ángel (porque todo es bueno) y así hácele entender que ya es pobre y tiene esta virtud, que todo está hecho.

Ahora vengamos a la prueba, que esto no se conocerá de otra manera sino andándole siempre mirando a las manos; y si hay cuidado, muy presto da señal. Tiene demasiada renta para lo que ha menester (entiéndese lo necesario, y no que si puede pasar con un mozo, traiga tres); pónenle un pleito por algo de ello, o déjele de pagar el pobre labrador; tanto desasosiego le da, y tanto pone en aquello, como si en ello no pudiera vivir. Dirá que, porque no se pierda por mal recaudo, que luego hay una disculpa.

No digo yo que lo deje, sino que lo procure, si fuere bien; y si no, también; porque el verdadero pobre tiene en tan poco estas cosas, que, ya que por algunas causas las procura, jamás le inquieta; porque nunca piensa le ha de faltar, y que le falte no se le da mucho: tiénelo por cosa accesoria y no principal; como tiene pensamientos más altos, a fuerza de brazos se ocupa en estotros.

CAPITULO 67

Prosigue la misma materia. Avisa de unas humildades falsas que pone el demonio.

 Pues un religioso o religiosa (que ya está averiguado que lo es, al menos que lo ha de ser) n posee nada porque no lo tiene, a las veces; mas si hay quien se lo dé, por maravilla le parece le sobra; siempre gusta de tener algo guardado, y si puede tener un hábito de fino paño, no le pide de ruin; alguna cosilla que pueda empeñar o vender, aunque sean libros, porque, si viene una enfermedad ha menester más regalo del ordinario. ¡Pecadora de mí! ¡Qué!, ¿eso es lo que prometisteis? Descuidar de vos y dejar a Dios, venga lo que viniere; porque si andáis proveyéndoos para lo por venir, más, sin distraeros, tuvierais renta cierta.

Aunque esto se pueda hacer pecado, es bien que nos vamos entendiendo estas imperfecciones, para ver que nos falta mucho para tener esta virtud y la pidamos a Dios y la procuremos; porque, con pensar que la tenemos, estamos descuidados y engañados, que es lo peor.

Así nos acaece en la humildad: que nos parece no queremos honra, ni se nos da nada de nada. Viene la ocasión de tocarnos en un punto; luego, en lo que sentís y hacéis, se entenderá que no sois humilde, porque, si algo os viene para más honra, no lo desecháis (ni aun los pobres que hemos dicho) para más provecho; y ¡plega a Dios no lo procuren ellos! Y traen ya tan en la boca: que no quieren nada, ni se les da nada de nada, como de hecho de verdad lo piensan.

Así que aun la costumbre de decirlo les hace más que lo crean. Luego se parece, como digo, cuando andamos sobre aviso, si es tentación, así en esto que he dicho como en todas las más virtudes; porque, cuando de veras se tiene una sólida virtud de éstas, todas las trae tras sí; es muy conocida cosa.

Pues guardaos, hijas de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud de la gravedad de pecados pasados: <<si merezco llegarme al Sacramento>>, <<si me dispuse bien>>, <<que no soy para vivir entre buenos>>; cosas de estas que, viniendo con sosiego y regalo y gusto como le trae consigo el conocimiento propio, es de estimar; mas si viene con alboroto e inquietud y apretamiento del alma y no poder sosegar el pensamiento, creed que es tentación y no os tengáis por humildes, que no viene de ahí.

Así es en penitencias desconcertadas, para poneros en el pensamiento que sois más penitentes que los otros y que hacéis algo. Si diciéndoos vuestro confesor o prelado que no lo hagáis, os da pena y tornáis a ello, es clara la tentación. Así, como digo, en todas las cosas; en especial ésta no se os olvide..

CAPITULO 68

 Prosigue la misma materia, dando avisos de tentaciones.

 Pone una seguridad de parecer que en ninguna manera podré ya tornar a lo que antes, que ya tengo entendido qué es el mundo. Esta tentación es peor que todas, en especial si es a los principios, porque os hace poner en las ocasiones, y así tornáis a dar ojos, y ¡plega a Dios que os levantéis de esta caída! Porque, como el demonio ve que es alma que le puedes dañar y aprovechar otras, hace todo lo que puede para tener que no se levante.

Pues en los gustos, si el Señor os lleva a contemplación y a daros particular parte de sí y prendas de que os ama, tened aviso en comenzar y acabar con propio conocimiento y de andar temerosa y tratarlo todo con quien os entienda, porque aquí suele él hacer sus saltos en diferentes maneras. Muchos libros hay llenos de estos avisos, y todos no pueden dar entera seguridad, porque no sabemos nosotros entendernos.

Pues, Padre eterno, no nos traigáis en esta tentación. Cosas públicas, con vuestro favor, vengan; mas estas traiciones, ¿quién las entenderá, Dios mío? Siempre hemos menester pediros remedio. Decidnos, Señor, alguna señal para poder no andar siempre en sobresalto; ya sabéis que por este camino no van los muchos; y si han de ir con tantos miedos, irán muy menos.

Cosa extraña es ésta, ¡como si a los que no tienen oración no tentase el demonio!, que se espantan más todos de uno que engaña por este camino que de cien mil que ven ir camino del infierno por otros. Y, a la verdad, tienen razón, porque son tan poquísimos los que engaña el demonio de los que rezaren el paternóster con esta atención, que, como cosa nueva y no usada, se espantan; que es cosa muy de los mortales pasar fácilmente por lo que ven cada día y espantarse de lo que nunca ha sido; y los mismos demonios los hacen espantar, porque les está a ellos bien; porque pierden muchos por uno que lleva perfección.

Y digo que es tan de espantar, que no me maravillo se espanten, porque, si no es muy por su culpa, van tan más seguros que los que van por otro camino, como los que están en el cadalso mirando al toro o los que andan poniéndosele en los cuernos. Esta comparación he oído y paréceme al pie de la letra. No hayáis miedo, hermanas, de ir por estos caminos, que muchos hay en la oración; porque unos aprovechan en uno y otros en otro, como he dicho. Camino seguro es; más aína os libraréis de la tentación estando cerca del Señor que no estando lejos. Suplicádselo y pedídselo, como lo hacéis tantas veces al día en el paternóster.

CAPITULO 69

En que da avisos para estas tentaciones y remedio. Que es amor y temor de Dios. Trata en el del temor.

 Y tomad este aviso, que no es mío, sino de vuestro Maestro: procurad caminar con amor y temor. Y yo os aseguro: el amor os hará apresurar los pasos; el temor os hará ir mirando adónde ponéis los pies para no caer. Con estas dos cosas, a buen seguro que no seáis engañadas.

Diréisme que en qué veréis  que es la verdad que tenéis estas dos cosas tan grandes. Luego se parece: los ciegos, como dicen las ven; no son cosas que están secretas; aunque vos no queráis entender, ellas dan voces que hacen mucho ruido, porque no son muchos los que las tienen, y así se señalan  más. ¡Como quien no dice nada; amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios.

Quien de veras ama a Dios, todo lo bueno ama, todo lo bueno quiere, todo lo bueno favorece, todo lo bueno loa, con los buenos se junta, siempre los defiende, todas las virtudes abraza; no ama sino verdades y cosa que sea digna de amar, ¿Pensáis que quien muy de veras ama a Dios que ama vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, ni honras, ni tiene contiendas, ni anda con envidias; todo porque no pretende otra cosa sino contestar al Amado. Anda muriendo porque la quiera, y así pone la vida en entender cómo le agradará más.

¿Esconderse? ¡Oh, que es imposible! Si no, mirad un san Pablo, una Magdalena; en tres días el uno comenzó a entenderse que estaba enfermo de amor, y la Magdalena en uno, y ¡cuán bien entendido! Porque esto tiene, que hay más o menos, y así se da a entender, como la fuerza que tiene el amor, si es poco,  dase a entender poco, y si mucho, mucho.

Mas en esto que ahora hablamos, que es de los engaños e ilusiones que hace el demonio a los que suben a contemplación perfecta y a cosas altas, no hay poco; siempre es el amor mucho, y así se da a entender mucho y de muchas maneras. Es el fuego grande, forzado ha de dar gran resplandor. Y si esto no hay, anden con gran recelo y crean que tienen bien que temer, procuren entender qué es, hagan oraciones, anden con humildad, supliquen al Señor no los traiga en tentación; que cierto que a no haber esta señal, que andan en ella. Mas, andando con humildad y procurando saber la verdad, sujetas a confesor, fiel es el Señor; creed que, si no andáis con malicia y no sentís soberbia, que con lo que el demonio os pensare dar la muerte os dará la vida. Sujetas a lo que tiene la Iglesia, no hay que temer; aunque más cocos quiera hacer e ilusiones, luego dará señal.

Mas si sentís este amor de Dios que tengo dicho y el temor que os diré, andad alegres y quietas; que, por hacer turbar el alma para que no goce tan grandes bienes, os pondrá el demonio mil temores falsos y hará que otros os los pongan. Porque, ya que no puede ganaros, al menos procura que perdáis algo y que pierdan los que pudieran ganar mucho, creyendo que es Dios el que hace tan grandes mercedes a una criatura tan ruin.

 CAPITULO 70

 En que trata del amor de Dios.

 ¿Pensáis, hijas, que poco le importa al demonio poner en esto duda? Muy mucho gana, porque hace dos daños muy conocidos, sin otros; el uno, que pone temor de llegarse a la oración, pensando han de ser también engañados; el otro, quita a muchos de llegarse más a Dios. Que, creyendo que es tan bueno que a una persona ruin tanto se comunica, a muchos les parece que así hará a ellos, y tienen razón; y aun yo conozco a algunos que han salido verdaderos y en muy poco tiempo les ha hecho Dios grandes mercedes.

Así que, hermanas, cuando en vosotras entendiereis este amor en alguna, alabad a Dios por ella y dadle las gracias, y no por eso penséis que está segura, antes la ayudad con más oración; porque nadie lo puede estar mientras vive y anda engolfado en los peligros de la mar, navegando por ella, que, como digo, luego se conoce adónde está. Pues no se puede encubrir si se ama un hombrecillo o una mujercilla, sino que, mientras más lo encubren, parece más se descubre (con no tener que amar sino un gusano, ni merece nombre de amor, porque se funda en nonada, y es asco poner esta comparación), ¿y habíase de poder encubrir un amor tan fuerte como el de Dios, fundado sobre tal cimiento, teniendo tanto que amar y tantas causas por que amar? En fin, es amor y merece este nombre, que hurtado se le deben tener acá las vanidades del mundo. ¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan diferente debe ser el un amor del otro a quien lo ha probado!

Plega a su Majestad nos le dé a probar antes que nos saque de esta vida, porque será gran cosa a la hora de la muerte (que vamos donde no sabemos) haber amado sobre todas las cosas y con pasión de amor que nos saque de nosotras al Señor que nos ha de juzgar. Seguros podemos ir con el pleito de nuestras deudas; no será ir a tierra extraña, sino a propia, pues es a la de quien tanto amamos. Que eso tiene mejor con todo lo demás que los quereres de acá, que, en amandole, estamos bien seguras que nos ama. ¡Oh hijas mías!, acordaos aquí de la ganancia que trae este amor consigo y de la pérdida no le tener, que nos pone en manos del tentador, en manos tan crueles, manos tan enemigas de todo bien y tan amigas de todo mal.

¿Qué será de la pobre alma que, acabada de salir de tales dolores y trabajos como son los de la muerte, cae luego en ellas? ¡Negro descanso le viene, negro!; ¡desplazada irá al infierno!; ¡qué multitud de serpientes de diferentes maneras!; ¡qué temeroso lugar!; ¡qué desventurado hospedaje! Pues para una noche una mala posada no hay quien la sufra si es personas regaladas (que son los que más deben de ir allá); pues posada de para siempre, siempre, para sin fin, ¿qué pensáis sentirá aquella triste alma? Que no queramos regalos, hijas; bien estamos aquí; todo es una noche la mala posada. Alabemos a Dios y siempre cuidado de suplicarle nos tenga de su mano y a todos los pecadores, y no nos traiga en estas ocultas tentaciones.

CAPITULO 71

Que trata de la guarda que se ha de tener en pecados veniales.

 ¡Cómo me he alargado! Pues no tanto como quisiera, porque hablar en amor de Dios es cosa sabrosa, ¿qué será tenerle? ¡Oh Señor mío, dádmele vos! No vaya yo de esta vida hasta que no quiera cosa de ella, ni sepa qué cosa es amar fuera de vos, ni acierte a poner este nombre en nadie, pues todo es falso, pues lo es el cimiento, y así no dura el edificio. No sé por qué nos espantamos; cuando oigo decir <<aquél me pagó mal>>, <<estotro no me quiere>>, yo me río entre mí, ¿qué os ha de pagar ni qué os ha de querer? En esto veréis quién es el mundo, que vuestro mismo amor os da después el castigo; y eso es lo que os deshace, porque siente mucho la voluntad de que la hayáis traído embebida en juego de niños.

Ahora vengamos al temor, aunque se me hace de mal no hablar en este amor de mundo un rato, porque le conozco bien, por mis pecados, y quisiéraosle dar a conocer porque os librarais de él para siempre; mas, porque salgo de propósito, lo habré de dejar. El temor de Dios es cosa también muy conocida de quien le tiene y de los que están alrededor. Aunque se entienda aquí que a los principios no está en todos  tan crecido, que tanto se conozca, vase aumentando el valor; aunque algunas personas, como he dicho, da el Señor tan breve tanto y las sube a tan altas cosas de oración, que desde luego se entiende bien; mas adonde no van las mercedes en este crecimiento (que, como he dicho, en una llegada deja a un alma rica de todas las virtudes) vanse criando poco a poco. Mas el temor de Dios y amor siempre se aventaja en descubrirse más, porque luego se aparta de pecados y de las ocasiones y de malas compañías, y se ven otras señales. Mas, cuando está el alma en el crecimiento en la oración que ahora hablamos, el temor de Dios no anda en disimulación, sino muy conocido, porque en lo exterior no la verán andar descuidada, sino que, aunque la miren con mucho cuidado, la tiene Dios de manera que ven claro la gran cuenta que trae con no ofenderle. Porque, si gran interés se le siguiese, no hará de advertencia un pecado venial; de los mortales teme como del fuego.

Y estás son las ilusiones que yo querría temieseis mucho, hijas mías, y supliquéis siempre a Dios no sea tan recia la tentación que le ofendáis; que con limpia conciencia poco daño o ninguno os puede hacer; todo le tornará a hacer más perdidoso. Esto es lo que hace al caso; este temor es el que yo querría nunca se quite de vuestra alma, que él es el que os ha de valer.

¡Oh, que es gran cosa no tener ofendido al Señor, para que los siervos o esclavos infernales estén atados!; que todos le han de servir, mal que les pese, sino que ellos es por fuerza y nosotros de toda nuestra voluntad. Así que teniéndole a él contento, ellos estarán a raya, no harán cosa, como digo, que no nos saque con más provecho

En lo interior tened esta cuenta hasta que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor, que perderíais mil vidas por no hacer un pecado venial y os dejaríais perseguir de todo el mundo. Esto que veáis, es con determinada consideración, digo de advertencia, que de estotra suerte, ¿quién estará sin hacer muchos más? Hay una advertencia muy pensada; otra tan de presto, que hasta que está hecha una culpilla, hasta que se hizo parece no se entendió, aunque en alguna manera se entiende. Mas pecado por chico que sea, que se entiende muy de advertencia que se hace, Dios nos libre de él. Yo no sé cómo tenemos tanto atrevimiento como es ir contra un tan gran Señor, aunque sea en muy poca cosa, ¡Cuánto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad, viendo que nos está mirando! Que esto me parece a mí es pecado sobrepensado, como quien dice: Señor, aunque os pese, haré esto; que ya veo que lo veis, y sé que no lo queréis, y lo entiendo; mas quiero yo más seguir mi antojo que vuestra voluntad. Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece, sino mucho y muy mucho.

Por amor de Dios, hijas, que nunca os descuidéis en esto, como ahora, ¡gloria sea el Señor!, lo hacéis. Mirad que va mucho en la costumbre y en comenzar a entender qué cosa es ofensa de Dios y cuán grave cosa. Procurad mucho saberlo y tratarlo en vuestros pensamientos, para que vais arraigando en vuestros corazones un muy entero temor de Dios. Así que hasta que el alma entienda en sí que le tiene, ha menester andar con mucho, mucho cuidado y apartarse de todas las ocasiones y compañías que no la ayuden a llegarlas más a Dios. Tener gran cuenta con todo lo que hace que doble en ello la voluntad; con lo que dice, que vaya con edificación; huir de donde hubiere pláticas que no sean de Dios.

Ha menester mucho para arraigar en sí este temor de Dios; aunque si de veras hay amor, presto se le da su Majestad. Mas, en teniendo el alma visto con gran determinación en sí que, como he dicho, por cosa criada ni por miedo de mil muertes no haría un pecado venial, aunque le hiciese después, porque somos flacos y no hay que fiar de nosotros (cuando más determinados, menos confiados de nuestra parte, que donde ha de venir la confianza ha de ser de la de Dios); cuando esto que he dicho entendamos de nosotros, no es menester andar tan encogidos ni apretados, que el Señor, y ya la costumbre nos será ayuda para no ofenderle; sino andar con una santa libertad, tratando con las personas que se ofreciere, y con las distraídas mejor, porque ya no os harán daño, aborrecido el pecado, antes ayudan a llevar más adelante la buena determinación, porque ven la diferencia que hay de lo uno a lo otro.

Y si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno. A las veces da en ser escrupulosa y veisla inhabilitada para sí y para las otras; y cuando no, es buena para sí, mas no llegará muchas almas a Dios, como ven tanto encogimiento y apertura. El tal nuestro natural, que luego ahoga y, por no nos ver en aquel apretamiento, quítasenos la gana de llegarnos tan particularmente al camino de la virtud.

Y viene otro daño de aquí, que es juzgar a los otros que no van por aquel camino, sino con más santidad (por aprovechar el prójimo tratan sin esos encogimientos), luego nos parecerán imperfectos. Si tienen alegría santa, nos parecerá disolución, en especial si es como en vosotras, que no tenéis letras, ni sabéis bien lo que se puede hacer sin pecado. Es muy peligrosa cosa y un andar en tentación continua y muy mala digestión, porque es en perjuicio del prójimo; y pensar que, si no van todos por vuestro camino de encogimiento, no van tan bien, es malísimo.

Y hay otro daño que en algunas cosas que habéis de hablar (y será razón habléis), por miedo de no ofender a Dios no osaréis sino decir bien de lo que sería muy bien abominaseis.

CAPITULO 72

Contra los escrúpulos, y dice de esta palabra: <<Sed libera nos a malo>>

 Así que, hermanas, procurad entender de Dios en verdad y que no mira tantas menudencias como vosotras pensáis; y no dejéis que se os encoja el alma y el ánimo, que se podrán perder muchos bienes. La intención recta y la voluntad determinada, como tengo dicho, de no ofender a Dios. No dejéis arrinconar vuestra alma, que, en lugar de procurar santidad sacará muchas más imperfecciones que el demonio le pondrá por otras vías, y, como digo, no aprovechará a sí ni a nadie.

Veis aquí cómo con estas dos cosas de amor y temor de Dios podéis ir con quietud por este camino y no pareciendo que vais a cada paso el hoyo adonde caer, que nunca acabaréis de llegar. Mas, porque aun esto no se puede saber cierto si es verdad que tenemos estas dos cosas como son bien menester, habiéndonos el Señor lástima de que vivimos en vida tan incierta y entre tantas tentaciones y peligros, dice bien su Majestad enseñándonos que pidamos y él lo pide para sí: <<Mas líbranos   del mal. Amén>>.

Digo que lo pide para sí, porque bien se ve cuán cansado estaba de esta vida cuando dijo en la cena a sus apóstoles que con deseo había deseado aquella cena, que era ya la postrera de su vida (Lc 22,15). Por donde se entiende cuán cansado debía ya estar de vivir, ahora no se cansarán los que han cien años, sino con deseo siempre de estar en esta vida. A la verdad, no la pasamos tan trabajosa y pobremente como el buen Jesús. ¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre y tantas almas como se perdían? Pues si acá una que tenga alguna caridad le es gran tormento ver esto, ¿qué sería en la caridad de este Señor? Y ¡qué razón tenía de suplicar al Padre que le librase ya de tantos males y trabajos y le pusiese en descanso para siempre!.

Que el <<amén>> entiendo yo que, como parece con él se acaban todas las cosas y razones, que así pide el Señor seamos libres de todo mal para siempre. Excusado es, hermanas, pensar que mientras vivimos podemos estar libres de muchas tentaciones e imperfecciones y aun pecados, pues se dice que quien pensare está sin pecado se engaña, y es así. Pues si echamos a males del cuerpo y trabajos, ¿quién está sin muy muchos de muchas maneras?: ni es bien pidamos estarlo. Pues entendamos qué pediremos aquí, pues este decir <<de todo mal<< parece imposible, o de cuerpo, como he dicho, o de imperfecciones y faltas en el servicio de Dios.

De los santos no digo nada; todo lo podrán en Cristo, como decía san Pablo (Flp 4,13); mas los pecadores como yo, que me veo rodeada de flojedad y tibieza y poca mortificación y otras muchas cosas, veo que me cumple pedir al Señor remedio. Vosotras, hijas, pedid como os pareciere; yo no le hallo viviendo, y así pido al Señor que me libre de todo mal para siempre.

¿Qué bien hallamos en esta vida, hermanas, pues carecemos de tanto bien y estamos ausentes de él? Libradme, Señor, de esta sombra de muerte, libradme de tantos trabajos, libradme de tantos dolores, libradme de tantas mudanzas, de tantos cumplimientos como forzado hemos de tener los que vivimos, de tantas, tantas, tantas cosas que me cansan y fatigan, que cansaría a quien esto leyese si las dijese todas. No hay ya quien sufra vivir. Debe de venirme este cansancio de haber tan mal vivido y de ver que aun lo que vivo ahora no es como he de vivir, pues tanto debo.

¡Oh Señor mío, libradme ya de todo mal y sed servido de llevarme adonde están todos los bienes! ¿Qué esperamos aquí los que tenemos algún conocimiento de lo que es el mundo por experiencia, y los que tenemos alguna fe de lo que el Padre eterno nos tiene guardado? Pues su Hijo lo pide y enseña que pidamos, creed que no nos está bien vivir, sino que deseemos estar libres de todo mal.

Este pedir esto con todo deseo y determinación es grandísimo efecto para ser la contemplación verdadera y ser Dios el que llega el alma a sí; porque, como participa de entender algo de sus grandezas, querría ya verlas del todo. No querría estar en vida que tantos embarazos hay para gozar de tanto bien: desea estar adonde no se le ponga el Sol de justicia; hácesele todo oscuro cuanto después acá ve, y de cómo viven una hora me espanto; no la debe vivir con contento. ¡Bonico es el mundo para gustar de él quien ha comenzado a gozar de Dios y le han dado ya acá su reino y no ha de vivir  por su voluntad, sino por la del Rey!

¡Oh, cuán otra vida es ésta para no desear la muerte! ¡Cuán diferentemente se inclina la voluntad de Dios a la nuestra!

Ella desea la verdad, la nuestra, la mentira; desea lo eterno, acá lo que se acaba; desea cosas grandes y subidas, acá bajas y de la tierra; desea todo lo seguro acá todo lo dudoso.

Que es burla, hijas, sino suplicar a Dios nos libre para siempre de todo mal. Ya que no vamos en el deseo con tanta perfección, esforcémonos a pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos a poderoso? Vergüenza sería pedir a un gran emperador un maravedí. Y para que acertemos, dejemos a su voluntad el dar, pues ya le tenemos dada la nuestra; y sea para siempre santificado su nombre en los cielos y en la tierra, y en mí sea hecha su voluntad. Amén.

CAPITULO 73

 En que concluye

Veis aquí, amigas, cómo es el rezar vocalmente con perfección: mirando y entendiendo a quién se pide y quién pide y qué es lo que se pide. Cuando os dijeren no es bien tengáis otra oración sino vocal, no os desconsoléis; leed esto muy bien y lo que no entendiereis de oración, suplicad a Dios os lo dé a entender; que rezar vocalmente no os lo puede quitar nadie, ni no rezar el paternóster de corrida y sin entenderos, tampoco. Si os lo quitaren alguna persona u os lo aconsejare, no le creáis; creed que es falso profeta y mirad que en estos tiempos no habéis de creer a todos, que, aunque de los que ahora os pueden aconsejar no hay que temer, no sabemos lo que está por venir.

También pensé deciros algo de cómo habéis de rezar el avemaría; mas heme alargado tanto que se quedará, y basta haber entendido cómo se rezará bien el paternóster para todas las oraciones vocales que hubiereis de rezar.

Ahora tornemos a acabar de concluir el camino que comencé a tratar, porque el Señor me parece me ha quitado de trabajo con enseñar a vosotras y a mí lo que hemos de pedir en esta oración. Sea bendito por siempre, que es cierto que jamás vino a mi pensamiento que había tan gran secreto en esta oración evangelical,, que así encerrase en sí todo el camino espiritual desde el principio hasta engolfarlos Dios y darlos abundosamente a beber en la fuente de agua viva de que hablamos; y es así que, salida de ella, digo de esta oración, no sé ya más ir adelante.

Parece ha querido el Señor entendamos, hermanas, la gran consolación que aquí está encerrada y que, cuando nos quitaren libros, no nos pueden quitar este libro, que es dicho por la boca de la misma Verdad, que no puede errar. Y pues tantas veces, como he4 dicho, decimos al día el paternóster, regalémonos con él y procuremos deprender de tan excelente Maestro la humildad con que ora y todas las demás partes que quedan dichas. Su Majestad me perdone, que me he atrevido a hablar en cosas tan altas. Bien sabe que no me atreviera yo, ni mi entendimiento es capaz para ello si su Majestad no me las pusiera delante.

Pues, hermanas, ya parece no quiere diga más (porque no sé qué, aunque pensé ir adelante), pues el Señor os ha enseñado el camino y a mí que en el libro pusiese, que he dicho está escrito, cómo se han de haber llegadas a esta fuente de agua viva, y qué siente allá el alma y cómo la harta Dios y la quita la sed de las cosas de acá y la hace que crezca en las cosas del servicio de Dios; que para las que hubieren llegado a ella será de gran provecho y les dará mucha luz.

Procuradle, que el padre fray Domingo Báñez, presentado de la orden de santo Domingo, que, como he dicho, es mi confesor y es a quien daré éste, le tiene. Si éste va para que le veáis y os le da, también os dará el otro; si no, tomad mi voluntad, que con la obra he obedecido lo que me mandasteis; que yo me doy por bien pagada del trabajo que he tenido en escribir, que no por cierto en pensar lo que había de decir en lo que el Señor me ha dado a entender de los secretos de esta oración evangelical, que me ha sido gran consuelo.

Sea bendito y alabado sin fin Amén, Jesús.

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