1 y 2 de noviembre: Festividad de Todos los Santos y Día de los Difuntos. Dos celebraciones relacionadas, pero distintas.

La Iglesia invita a los fieles a celebrar estas festividades asistiendo a misa y a orar por los difuntos.

Este jueves 1 de noviembre se celebró la Solemnidad de Todos los Santos y el viernes 2 la conmemoración del Día de los Fieles Difuntos.

La iglesia invita a quienes acuden a los cementerios a orar por el eterno descanso de sus deudos y a participar en las misas y responsos que se ofician en esos días.

Todos los santos anónimos

Para los católicos el 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, es un día de precepto. Es decir, es obligación asistir a misa. En esta festividad se recuerda a todas aquellas personas que vivieron una vida llena de fe y testimonio cristiano, aunque no hayan sido reconocidas canónicamente como santos, pero que fueron un ejemplo para los suyos.

La Iglesia “reconoce la santidad y la plenitud de vida, que es la perfección en el amor, que han vivido muchos santos en su actividad cotidiana, en el ambiente familiar, en el laboral”. Hay millones de cristianos anónimos –no sólo sacerdotes y religiosas- que han dado esos testimonios en forma extraordinaria y que han sido conocidos sólo en sus círculos más inmediatos. A estos santos celebra la Iglesia cada 1 de noviembre.

Creo en la resurrección de la carne

El 2 de noviembre, por su parte, la Iglesia conmemora a todos los fieles difuntos. Por tratarse de un día que no es feriado religioso, se acostumbra a aprovechar el día anterior –que sí es feriado- para visitar los cementerios y recordar a los fallecidos.

Este culto se basa en la firme convicción cristiana de la resurrección de los muertos. Visitarlos en sus tumbas y rezar por ellos, “es una forma de renovar lo que ellos sembraron en nosotros.

Acudir al cementerio es una celebración muy familiar y comunitaria, en la que grupos de familias y comunidades van a expresar su confianza en la resurrección, a implorar misericordia para sus deudos y, sobre todo, a agradecer lo que Dios sembró en nosotros a través de nuestros seres queridos que han fallecido”,

Las flores, son signo de alegría por la esperanza en la vida eterna y el agua bendita con que se asperja a los difuntos “recuerda que son hijos queridos de Dios por el Bautismo”.

Misa del día 1 de noviembre. Dia de todos los Santos, en nuestra Parroquia

 Monición de entrada de Don José Antonio:

“En este primer día de noviembre, cada año celebramos la fiesta gozosa y esperanzadora de todos los Santos. Hoy recordamos a esa multitud de hermanos y hermanas nuestros, cercanos a nosotros, de nuestro tiempo, de nuestro lugar, que han querido seguir en este mundo el camino de Jesucristo, y que ahora viven para siempre con Él en el hogar del Cielo. Hoy sentimos la alegría de pertenecer a esta gran familia de los hijos y de las hijas de Dios y reafirmamos el deseo y la voluntad de vivir siempre muy unidos a Jesucristo para que Él nos conduzca a su reino eterno, a su reino, que es luz, que es vida y que es paz. Comencemos pues esta gran Eucaristía en esta gran solemnidad de Todos los Santos, reconociendo con humildad ante el Señor, nuestros pecados.”

Audio de la monición:

Lecturas:

1ª Lectura: Apocalipsis 7, 2-4.9-14.   Una muchedumbre inmensa de toda nación, razas…

Salmo: Sal 23, 1-6.   “Esta es la generación que busca tu rostro”

2ª Lectura: 1 Jn 3, 1-3.   Seremos semejantes a Él.

Evangelio: Mt 5, 1-12a.   Dichosos, los pobres, los limpios, los humildes…

Audio de las lecturas:

Homilía: (Transcripción completa)

En la misma celebración la Iglesia nos invita todos los años a que reflexionemos como algo habitual, normal, que encontramos en el Evangelio de varias formas, de distintos modos, pero que en realidad pasa muy desapercibido para todos nosotros.

No está en nuestro horizonte, no lo tenemos como meta a alcanzar, ni como objetivo a conseguir. Está como algo apartado, como algo distante. En reiteradas ocasiones el Señor nos dice en el Evangelio, sed santos como mi Padre celestial es santo.

O en otro pasaje, sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Su Santidad el Papa Santidad el Papa San Juan Pablo II con ocasión de inaugurar el Año Santo del nuevo milenio del año 2000, invitaba a que “en este nuevo milenio la santidad no sea algo ausente en el horizonte de los cristianos.”

Su Santidad el Papa Francisco, hace muy poco, nos regaló esta hermosa exhortación apostólica “Gaudete et Exultate” en la que nos llama a todos a la santidad, tomando pie de la carta a los Hebreos, donde se habla de Abraham, de Sara, de Moisés, de… y sobre todo se nos invita a reconocer que tenemos una nube tan ingente de testigos que nos alientan a no detenernos en el camino y que nos estimulan a seguir caminando hacia la meta.

Esa santidad hoy, cuando visitamos las tumbas de nuestros seres queridos, donde está el polvo de sus cuerpos, que decía un poeta americano que “es polvo de estrellas”, porque están junto a Dios, esa llamada a la santidad tomas más fuerza, más energía; y lo vemos con más claridad en el Evangelio que hemos proclamado.

La santidad no es la forma de pensar del mundo actual. La santidad no es la forma de actuar que habitualmente tenemos los cristianos. Muchas veces decimos que las iglesias están vacías, que hay menos jóvenes, menos niños que vienen a catequesis, sí.

Pero hay otra cosa peor,  y es que no hay santidad en los miembros de la iglesia y esa santidad es la que yo tengo que conseguir, porque como os decía, todos esos familiares, hermanos, amigos que nos han precedido, no están en los altares para ser venerados u honrados. No hace falta que estén.Están en la mente de Dios, pues como dice San Juan en la segunda lectura, están contemplándolo cara a cara y lo están viendo tal cual es. No necesitan altares de los hombres.

La santidad no radica en grandes y poderosas celebraciones, sino en un comportamiento sencillo, pero auténtico. Así lo explica Juan: “has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se la has revelado a la gente sencilla”.

La gente cuida su intelecto, el tener doctorados, honores, que lleguen a alcanzar para alcanzar puestos, pero no cuida su corazón. No se preocupa de cultivar su corazón. En esa hermosa carta del Apocalipsis, se nos dice que se dé el número de los marcados, un numero que es plenitud, pues la numerología en el antiguo Testamento tiene un gran significado. Doce tribus de Israel por doce mil, 144 mil. Es la plenitud del pueblo de Israel.

Quizás algunos han intentado confundir a la gente con estas palabras, diciendo que sólo se van a salvar 144 mil. ¿Eres tú más que Dios o sabes más que Él? Porque aquí dice el Apocalipsis que había una multitud incontable como la arena de las playas marinas o las estrellas del cielo. De ahí la frase del poeta americano que decía que el polvo de nuestros difuntos es polvo de estrellas.

Para conseguir alcanzar el objetivo de la santidad, no se le da a nadie gratuitamente, sin esfuerzo, porque el primer santo entre los santos es el propio Cristo y su santidad se inicia en la cruz. Por eso cuando en el Apocalipsis se pregunta, “estos quienes son y de donde vienen”. Son los que vienen de la gran tribulación, dice el Señor, porque en verdad el Señor sabe que cumplir las bienaventuranzas del evangelio, es el nexo constructor de la paz en un mundo dividido y enfrentado que nos lleva a la guerra.

El ser perseguido por defender la justicia divina, no la humana, que es cambiante, pero sobre todo el sentirse nada, pobre de espíritu, como María, cuesta, es duro, es difícil. Por eso hoy celebramos esta gran solemnidad, contemplando a nuestros hermanos y de la misma forma que para ellos les pedimos, como haremos mañana, que gocen siempre de la presencia de Dios, hoy les pedimos que intercedan por nosotros para que gocemos siempre de esa santidad a la que estamos llamados.

Así lo dice el papa Francisco refiriéndose a María: ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en brazos sin juzgarnos. Ella solo quiere conversar con nosotros para que alcancemos consuelo, libertad y santifiquemos nuestras vidas. Ella sabe que está cerca de nosotros para que nuestra vida sea como la de ella, una vida santa. Que así sea.

Audio de la homilía:

Oración de los fieles:

  1. Para que los cristianos vivamos nuestra fe con ilusión y dejemos que la gracia nos transforme.

  2. Para que los gobernantes de las naciones, con espíritu de justicia, promuevan la paz en el nuevo milenio.

  3. Para que en nuestra sociedad se reconozca y se valore lo sencillo, lo humilde y lo cotidiano y se tenga en cuenta a todos los ciudadanos.

  4. Para que nuestros hermanos y hermanas que trabajan por el bien de los pobres y necesitados, sepan que el reino, ya les pertenece.

  5. Para que el ejemplo de los santos nos estimule a permanecer siempre unidos al Señor.

  6. Para que todos nosotros en comunión con los santos, alabemos a Dios en espíritu y en verdad.

  7. Pidamos por todos nuestros seres difuntos, para que gocen de la presencia del Señor. Pidamos y encomendemos especialmente por los difuntos de la familia… y por Ando.

M./ Oremos al Señor. R./ Padre escúchanos

Audio de la Oración de los fieles:

Misa del día 2, día de Difuntos, en nuestra Parroquia

Monición de entrada de Don José Antonio:

“Hoy nos reunimos aquí en la iglesia, para rezar por todos nuestros familiares y amigos difuntos. Para rezar por todos aquellos difuntos que no conocemos pero que también queremos encomendar a Dios y pedir que los reciba para siempre en el gozo de su reino. Así pues, orando por todos aquellos que compartieron esta vida con nosotros y partieron a la casa del Padre, orando por todos aquellos de los que nadie se va a acordar durante estos días, en silencio ante Dios y con toda humildad, reconozcamos nuestros pecados.”

Audio de la monición de entrada:

Lecturas:

1ª Lectura: Libro de Job, 19 1.23-27ª: “Respondió Job a sus amigos…”

Salmo: Sal 129 “Desde lo hondo a Ti grito Señor, escucha mi voz”

2ª Lectura: Filipenses 3, 20-21 Hermanos, nosotros somos ciudadanos del cielo…”

Evangelio: Jn 14, 1-7 “En la casa de mi padre hay muchas moradas…”

Audio de las lecturas:

Homilía: (Transcripción completa)

“Para nosotros los cristianos hoy es un día de esperanza, no queremos vivir como la sociedad enseña, de espaldas a la muerte. No queremos ignorarla, pero tampoco contemplarla como algo aterrador, como algo realmente destructor.

La muerte, dice El Señor reiteradamente, no es el final del camino. Diremos en el prefacio, propio de la Eucaristía de hoy: “Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad, porque la vida de los que en Ti creemos Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

Y esto no son palabras que vamos a afirmar sin ton ni son. O porque nos parecen apropiadas o convincentes. Son palabras que siglos antes a nosotros, por la experiencia vivida de aquellos que compartieron un mismo camino y una misma fe, las experimentaron.

Así, hemos visto cuando Job, hace miles de años, decía: Al final se alzará sobre el polvo, después que me arranque la piel, ya sin carne veré a Dios. Yo mismo lo veré, no otro. Mis propios ojos lo verán.

En el libro de los Macabeos entramos otro pasaje donde se nos invita a que oremos por los difuntos y no los ignoremos y nos insta a que realmente aprendamos de ellos a caminar por la vida, guiados no por nuestra razón, sino por la fe.

Pues así lo afirma San Juan de una forma contundente, cuando dice que al contemplar a Dios cara a cara, lo veremos tal cual es, porque seremos para siempre semejantes a Él.

O como ha afirmado, el libro de la Carta a los Filipenses, que hemos proclamado en la segunda lectura: Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su Cuerpo Glorioso.

Y podríamos seguir citando las Sagradas Escrituras, para darse cuenta de que la muerte, no es el fin de nada, con ella no acaba nada, sino que empieza la auténtica vida a la que estamos destinados, y así lo afirma el Evangelio que hemos proclamado: voy a prepararos sitio, cuando acabe, volveré y os llevaré conmigo.

A cada uno en su momento, a cada uno en su lugar, a cada uno en su circunstancia, “volveré y os llevaré conmigo, porque quiero que donde yo estoy, estéis también vosotros”, porque quiere que, si creemos en Él, nuestra creencia en Él, no sean palabras, no sean disertaciones mentales, sino que sean vivencias personales, esperanza vivida, vida compartida, con nuestro mismo Dios en el que creemos.

Porque dice, además: Yo soy el camino, la verdad y la vida. No es un camino fácil, Él lo eligió y lo hemos recordado hace un momento al contemplar los misterios dolorosos del Santo Rosario, rezándolo por nuestros hermanos difuntos.

No fue un camino fácil. Ser cristiano, seguir a Cristo, ni fue fácil ayer, ni es fácil hoy, ni será fácil nunca, porque la Verdad que en sí contiene el Evangelio, molesta e incomoda. A todos nos gusta que nos regalen los oídos, que constantemente nos digan lo bien que lo hacemos, que nos comportamos, lo buenos que somos…

Pero el Evangelio nos está diciendo que tenemos que saber vivir y transmitir una forma de vida distinta a la que el hombre quiere transmitirnos, quiere darnos, una vida no fundamentada en el amor placentero, de regalo, de ilusión, sino en el amor de sacrificio, en el amor de renuncia a uno mismo por el bien del otro.

En un amor sin límites, porque yo aquí, camino por el camino de Jesús, para llegar a esa plenitud de vida. No quiero ir por sendas, o caminitos que me van a llevar a la destrucción, quiero ir por un camino, por el que caminó Él, porque me ayudará a que siga sus pasos, no los míos. Y va a ayudarme a que ese camino, me vaya insolando en la verdad, una verdad no inventada por nadie.

¿Qué hay después de la muerte, pregunta la gente? A mi nadie se me ha aparecido, nadie me ha dicho lo que hay después de la muerte. Pero ¿Cuántas personas nos han transmitido la experiencia de que esa muerte no es el final? ¿Es que lo tengo que vivir yo, no me vale que otro me lo diga, no me vale contemplar la Resurrección de Cristo y que me diga Él mismo que voy a ser partícipe de esa resurrección? ¿Tan terco soy?

La verdad no es algo que tenga que demostrar, es algo en lo que yo tengo que creer, no la verdad del hombre, que lleva en sí la muerte. Decía San Juan Pablo II que “la sociedad en la que vivimos está transmitiéndonos una cultura de muerte”.

Y nosotros estamos destinados a una cultura de Vida, la vida que arranca de mí donación, porque el amor es donación y la donación lleva al placer, cuando soy capaz de renunciar a mi mismo por el bien de los demás; y sólo así podré entrar en esa vida que el Señor me regalaba el día de Pascua, una vida que quiero vivir en plenitud.

La misma Escritura me lo dice: Al contemplarlo cara a cara, seré semejante a él. Si ya el libro del Génesis cuando Dios crea la vida, lo primero que me dice es que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, como no voy a ser eterno como lo es Dios, como no voy a vivir la vida en plenitud en el hogar del cielo, cómo no voy a ser partícipe de ese hogar, si Él se va a prepararme sitio, para que luego yo sea introducido en el hogar del cielo.

Cuando se van nuestros seres queridos, todos nos entristecemos. La ausencia de las personas amadas, indiscutiblemente, que no  … nada, su recuerdo duele. Pero todo ese dolor, toda esa ausencia, yo tengo que saber convertirla en plegaria y oración. Debo de saber elevar esa plegaria al Señor, para que esa oración al llegar a ellos se convierta en intercesión para mí.

Pidamos, queridos hermanos, esta tarde por esa esperanza, por esa misión en la vida que el Señor nos regala, porque no olvidemos nunca que por adversa que sea situación, por doloroso que sea el camino, por duro que sea seguir el Evangelio, no olvidemos nunca que nosotros como seguidores de Cristo estamos destinados a la Vida, no a la muerte. Que así sea.

Homilía:

Oración de los fieles:

  1. Oremos a Dios nuestro Padre, por las necesidades del mundo y de la Iglesia, pero hoy especialmente por todos los difuntos, por nuestros seres más queridos, por aquellos que han dejado un huevo en nuestro corazón , pero también por aquellos de los que nadie se acordara de rezar.

  2. Para que Jesús, que con su Resurrección dio vida al mundo entero, conceda a todos los difuntos, gozar de la luz y de la vida eterna.

  3. Para que los cristianos seamos en medio del mundo, testigos de la vida que Jesús nos ofrece y ayudemos a nuestros hermanos a creer en Él.

  4. Para que los enfermos, especialmente los que están terminando sus días en esta vida, experimenten la fortaleza de Dios, la cercanía de sus hermanos y la confianza plena en la vida eterna.

  5. Para que el Señor y su misericordia, perdone los pecados de los que han muerto.

  6. Para que nuestros familiares y amigos difuntos, disfrutando ya del reino de la vida, intercedan por los que aún peregrinamos entre las luces y sombras de la fe.

  7. Para que la esperanza guíe nuestros pasos a lo largo de nuestros días y para que un día disfrutemos de la armonía y el amor que reinan en la casa del Padre.

  8. Decir el nombre de todos vuestros familiares difuntos, de todos sacerdotes que me han precedido, de todas las religiosas que han servido a la Parroquia, sería interminable. Guardemos un momento de silencio, para que cada uno desde ese silencio en su corazón, ponga en las manos de Dios a sus seres más queridos. Encomiendo a la misericordia de Dios, aquellos a quienes el recuerdo queda grabado en nuestro corazón y aquellos que nadie recuerda. Por todos ellos…

M./Oremos al Señor R./ Te rogamos óyenos

Oración de los fieles:

Fotos de la Misa de difuntos, día 2 de noviembre