HOMILIA EN LA FIESTA DE SANTA TERESA DE JESÚS

(D. Vicente Juan Segura, Obispo Auxiliar de Valencia)

Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas, …

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Santa Teresa de Jesús, y nosotros nos reunimos en esta Parroquia dedicada a esta Santa. Las fiestas de los Santos son una cosa buena e importante, porque en los detalles que vamos conociendo de su vida, de sus actuaciones, de las cosas que escribieron y dijeron, son una cosa que nos puede servir para comportarnos nosotros también bien y de esa manera ir preparándonos para ser también santos.

Celebrar también las fiestas es un momento privilegiado y con los ejemplos que aprendemos de los santos, cumpliendo ellos así bien la palabra de Dios, aumentamos el afecto, la cercanía, la amistad con las otras personas y así cada fiesta es un momento muy bonito y bueno y eso que vamos aprendiendo debe ser algo que se nos prolongue siempre y bien.

Los Santos han sido unos hombre y otros mujeres, como somos nosotros, han vivido aquí en la tierra igual que nosotros y han cumplido a la perfección la voluntad de Dios. Que es el bien y la verdadera felicidad. Así los santos nos indican un camino que vale la pena recorrer y nos ayudan con su intercesión. Por eso, es muy bueno que fijemos la atención en los santos, modelos ejemplares que nos enseñan y ayudan.

Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa, y participando en su fiesta aprendemos cosas buenas de ella y contamos así con su ayuda y protección.

Nació en Ávila en 28 de marzo de 1515, y con el apellido de su padre se le puso el nombre de Teresa Ahumada. Ella escribió su autobiografía y en ello menciona algunos detalles de su infancia, diciendo que nació hija de padres virtuosos y temerosos de Dios, siendo parte de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas.

Aun siendo niña pequeña, con menos de nueve años, leía las vidas de algunos santos y mártires, hasta el punto que improvisó una breve fuga de casa para ser mártir y así subir al cielo y les decía a sus padres: “Quiero ver a Dios y vivir con Él”. Cuentan que a los 7 años convenció a su hermano Rodrigo para que se fugase con ella de casa y se fuera con ella a tierra de moros, buscando el martirio. La fracasada intentona da muestra de la religiosidad que marcó su infancia y también de su carácter enérgico y su fuerte voluntad.

Unos años después Teresa hablará de las lecturas de su infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume en dos principios fundamentales.

A la edad de 20 años entró en el monasterio carmelita

de la Encarnación de Ávila, y tomó el nombre de Teresa de Jesús. Siendo buena religiosa tres años después. Estuvo enferma gravemente, cuatro días en coma, aparentemente, pero después, se curó.

En 1543 perdió la proximidad de sus familiares, pues su padre murió y todos sus hermanos emigraron fuera de Ávila, yéndose uno tras otro a América.

Trató de desarrollar el ideal de una buena reforma de la Orden Carmelita. Así en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del Obispo de allí, Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado y poco después recibe la aprobación del Superior General de esa Orden, Giovanni Battista Rossi.

En años sucesivos prosigue la fundación de nuevos Carmelos, en total 17. Es fundamental el encuentro que tuvo con San Juan de la Cruz, con quien en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de hombres Carmelitas Descalzos. En 1580 obtiene de Roma la erección como provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la orden religiosa de los Carmelitas Descalzos.

Su vida aquí en la tierra termina precisamente mientras está comprometida en la actividad de la fundación. En efecto, en 1582, después de haber constituido el Carmelo de Burgos, y mientras se encuentra en camino de vuelta a Ávila, murió la noche del 15 de octubre en Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: “Al final muero como hija de la Iglesia” y “Ya es hora, Esposo mío, que nos veamos”.

Fue Beatificada por el Papa Pablo V en 1614 y canonizada por Gregorio XV en 1622. San Pablo VI la proclamó Doctora de la Iglesia en 1790. Y el Papa Francisco celebró un año jubilar en 2015 con ocasión del quinto centenario de su nacimiento.

No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad de Santa Teresa de Jesús. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura.

En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús Eucarístico.

Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la Santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida.

Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Santa Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia.

Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive.

Queridos hermanos, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos.

Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y la verdadera vida.

Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo de la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres.

Hace 50 años, el 27 de septiembre de 1970 san Pablo VI proclamó Doctora de la Iglesia a santa Teresa de Jesús. Era la primera vez que una mujer recibía este reconocimiento.

En tiempos del Papa Pío XI.Una comisión estudia la posibilidad de conceder a santa Teresa de Jesús el título de Doctora de la Iglesia. Varios, para sus adentros, ya la tienen por tal. De hecho, las afirmaciones de los Sumos Pontífices apuntan hacia ello: Pío X la había llamado “maestra preclara” y su sucesor, el propio Pío XI, la consideraba “maestra eximia de contemplación”. La comisión, sin embargo, no da luz verde; en vez de dar el nihil obstat, señala un impedimento: obstat sexus.

Las fuentes de una “escritora genial y profunda”

“Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a santa Teresa de Jesús el título de Doctora de la Iglesia”. Así comenzó Pablo VI su homilía aquel 27 de septiembre de 1970. Finalmente, había llegado el día por él deseado (poco después, el 4 de octubre, el Papa otorgaría también el doctorado a santa Catalina de Siena).

En su homilía, san Pablo VI no ahorró palabras para describir a la nueva Doctora. “Eximia carmelita “, “santa tan singular y tan grande “, “mujer excepcional”, “religiosa que, envuelta toda ella de humildad, penitencia y sencillez, irradia en torno a sí la llama de su vitalidad humana y de su dinámica espiritualidad “, reformadora y fundadora de una histórica e insigne Orden religiosa “, “escritora genial y fecunda “, “maestra de vida espiritual “, “contemplativa incomparable” e “incansable alma activa “. “i Qué grande, única y humana, qué atrayente es esta figura! ” (el Papa tampoco quiso pasar por alto el hecho de que la gran Reformadora del Carmelo era española: “En su personalidad se aprecian los rasgos de su patria: la reciedumbre de espíritu, la profundidad de sentimientos, la sinceridad de corazón, el amor a la Iglesia“).

Prosigamos la Eucaristía…

Audio de la homilía:

Pinchando abajo, se puede descargar la homilía en pdf.

Homilia del Obispo Auxiliar D. Vicente Juan Segura

NOTA: Los audios y fotos de la misa completan serán subidos a la WEB en breve.