Celebramos hoy la solemnidad de la Ascensión del Señor, Él, hombre como nosotros, ha sido glorificado por Dios para siempre y con Él nuestra débil condición humana, forma parte ya de la vida divina. Gozosamente contemplamos hoy a Jesús, que nos guía por el camino de la vida, lo contemplamos, le damos gracias, por todo lo que ha hecho, por su amor y por su fidelidad hasta la muerte. Ahora Él, vivo ya para siempre, nos acompaña de la mano para que caminemos por su mismo camino con seguridad, para que anunciemos con nuestras palabras, su palabra que es vida. Con gozo preparémonos para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconociendo con humildad ante el Señor, nuestros pecados.
Lecturas:
Hch 1, 1-11. Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista.
Sal 46, 2-3.6-9. Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.
Ef 1, 17-23. Lo sentó a la derecha en el cielo.
Evangelio: Mt 28, 16-20. Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor.
Homilía:
Es importante la celebración de hoy, es muy importante, porque nos llena de una gran esperanza. Es la palabra de los cuatro Evangelios, donde el Señor nos asegura Su presencia a nuestro lado, todos los días, hasta el final de los tiempos.
Es una palabra que a todos nos debe de llenar de alegría y llenar totalmente nuestra vida, para a la hora de cumplir la misión que Él nos encarga, “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio, predicad la palabra de Dios”. En esta tarea por ardua que sea, nunca vamos a estar sólos. En esta tarea de proclamar la verdad de Dios, de hablar de Él, nunca vamos a sentirnos desamparados y abandonados, a nuestro libre albedrio. Para ello, debemos primero de concienciarnos, cual es la Palabra que yo voy a transmitir, cual es el mensaje que yo voy a dar; el mío, lo que yo opino, lo que yo pienso…
Por ejemplo, acabamos de proclamar el Evangelio. Si a los que estamos aquí, nos preguntasen de qué trata el Evangelio, qué es lo que Jesús nos dice en el Evangelio, seguro que cada uno de nosotros, quitaría o pondría siempre algo, porque a la hora de transmitir, yo, quito y pongo según mi conveniencia. Y Él lo que me indica es que transmita Su palabra, no la nuestra. Hemos llenado a través de 2000 años, la Palabra de Dios, de muchos aditivos. Tantos aditivos hemos puesto a esa palabra, que la hemos ensombrecido de tal forma, que muchas veces lo que se transmite o vemos a través de ella, no es la Palabra de Dios, sino la interpretación del hombre.
Hay muchos teólogos, exégetas, moralistas, que sólo ven esa parcela que ellos han estudiado y en la que ellos han profundizado. No ven el Evangelio en su total amplitud y lo que debemos tener claro los cristianos, es que lo que realmente transformó aquella primera comunidad cristiana según nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, fueron dos cosas, la fidelidad a la palabra de Dios y la fuerza de ese espíritu que celebraremos el próximo domingo, que acompañaba la palabra que los propios Apóstoles predicaban.
Hoy, coincidiendo también en el calendario litúrgico, la celebración a María bajo la advocación de Auxiliadora, a la que cada vez que le rezamos el Rosario, le pedimos su amparo y protección y la invocamos, como San Juan Bosco, como Auxilio de los cristianos. Ella supo permanecer fiel a esa palabra, antes de ser proclamada, supo caminar por arduo que fuese el camino, por todas las dificultades y tropiezos que en el se encontró. Supo ser siempre fiel a los Apóstoles, por eso veremos el domingo cuando celebremos Pentecostés y celebremos la venida del Espíritu Santo, cómo María estaba junto a los doce, alentándoles. Alentándoles porque a veces el hombre quiere respuestas inmediatas y no nos damos cuenta que nuestro tiempo no es Su tiempo. Por eso María nos dice que si él ha dicho que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, no se va a separar de nosotros ni un solo instante. Por eso les alienta desde su propia experiencia, de la cercanía de Dios.
En más de una ocasión he citado la historia que describe como Él está con nosotros en nuestro camino, por doloroso que sea nuestro andar: Un hombre caminando por la playa, veía a su lado las huellas de Jesús que le acompañaba. Vino la dificultad, la tempestad y sólo quedaron unas huellas. Cuando acabó la dificultad y la angustia, se dirigió a Dios diciendo: yo iba caminando por la playa, como por la vida, y estaba contento porque siempre veía tus huellas a mi lado, pero cuando llegó la dificultad, el sufrimiento y el dolor, me angustié porque tus huellas desaparecieron. Jesús le contestó, que estaba equivocado. Le dijo: tus huellas no las podías ver porque Yo te llevaba en mis brazos. Esa reflexión nos debe ayudar a todos a no perder nunca la presencia del Señor en nuestra vida. A saber tener siempre presente que como nos recuerda María, El Señor cumple su promesa y que Él está con nosotros todos los días hasta el fin de los siglos. Así sea.